Menu La Voz de Galicia Inicia sesión Mi cuenta Suscríbete por 1€ Cerrar Mi Galicia Oleksandr Pronkevych CATEDRÁTICO DE LITERATURA ESPAÑOLA EN LA UNIVERSIDAD DE MYKOLAIV INTERNACIONAL FUEGOS DEL APOSTOL, 2010. PACO RODRÍGUEZSANTIAGO 14 may 2022 . Actualizado a las 15:56 h. Whatsapp Mail Facebook Twitter Comentar · Mi primer encuentro con Galicia ocurrió gracias a mis estudios literarios. Desde mis años universitarios me quedé fascinado por los autores gallegos que escribían en castellano: Ramón del Valle-Inclán, Emilia Pardo Bazán, Camilo José Cela. La novela Mazurca para dos muertos, de este último, influyó en la formación de mi primera imagen de Galicia —de la tierra trágica donde llueve mucho y donde suena el acordeón—. Un poco más tarde, llegó el tiempo de descubrir a los autores que escribían su obra en gallego: Rosalía de Castro, Eduardo Pondal, Castelao, Alfredo Conde… En la novela O lapis do carpinteiro, de Manuel Rivas, leí una historia impresionante sobre acordeones gallegos: la leyenda sobre dos hermanas —la Vida y la Muerte— nos habla del barco cargado de acordeones que se hundió en una tempestad marítima. Los acordeones sobrevivieron porque el mar los llevó hacia las playas, donde sonaron toda la noche con melodías tristes. Cuando empecé a viajar a España, siempre tenía muchas ganas de ver la patria de escritores tan virtuosos y de escuchar el acordeón gallego, y, por supuesto, la gaita y el tambor. Un día, viajando en coche con mi amigo desde Salamanca a Oporto, inesperadamente comprendí cuándo debía ir a Galicia. La cosa es que mi esposa y yo nos casamos el 25 de julio, el Día de Santiago, Día de Galicia, Día da Patria Gallega. ¡Qué coincidencia tan simbólica! —exclamé, más emocionado que nunca—. «¡Ahora sé dónde vamos a celebrar nuestras bodas de plata! Por supuesto, en Santiago de Compostela. La hora de conocer Galicia ha llegado». Esta conversación ocurrió hace diez años, y desde aquel momento he viajado por toda Europa y he visto maravillas, pero nunca olvidaré lo que se abrió ante nuestros ojos el 24 de julio en la praza do Obradoiro. La Catedral, esta joya de la arquitectura barroca, que de día aturde por la abundancia decorativa, en la oscuridad floreció con flores que habían salido de las páginas de manuscritos medievales. De sus ventanas salían mariposas. El dragón enorme disparaba fuego al público asustado. En un momento, las luces se apagaron y la música se calló. Oímos un ruido tremendo, como si la Catedral se hubiera roto en pedazos desapareciendo bajo la tierra. Al pasar un rato de silencio, el nuevo edificio empezó a crecer desde las ruinas. Los elementos arquitectónicos giraban alrededor de sus ejes, crecían hacia arriba y finalmente se unieron en forma de la Catedral resucitada. El 25 por la mañana, asistimos a las ceremonias festivas en el casco antiguo y oímos el acordeón, la gaita y el tambor. La guerra me ha traído mi tercer encuentro con Galicia. Me refiero a las manifestaciones de solidaridad que me están llegando, a las entrevistas de la radio y la televisión y a este diario que estoy escribiendo ahora. Es algo absolutamente inesperado, una nueva dimensión en mi vida que me ha abierto Galicia. Estoy profundamente agradecido por todo esto. 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