Las familias rotas que deja el conflicto

Oleksandr Pronkevych
Oleksandr Pronkevych CATEDRÁTICO DE LITERATURA ESPAÑOLA EN LA UNIVERSIDAD DE MYKOLAIV

INTERNACIONAL

DPA vía Europa Press

El catedrático de Literatura Española de la Universidad de Mykolaiv relata cómo la guerra ha destruido los lazos entre parientes que viven en Rusia, Ucrania y Bielorrusia

22 mar 2022 . Actualizado a las 15:51 h.

Los medios están divulgando informaciones sobre la ofensiva bielorrusa contra [la región ucraniana de] Volýn. Leópolis está a 350 kilómetros de la ciudad bielorrusa de Brest. Mientras los analistas discuten si [el presidente Alexánder] Lukashenko se atreverá o no a atacar Ucrania, yo estoy pensando en dos tumbas de un tranquilo cementerio de Bielorrusia. Son las tumbas de mis padres. Hace tres años visité el cementerio por última vez. Desde entonces, el covid-19 y las protestas no me permitieron viajar al lugar de descanso eterno de mi mamá y mi papá. Allí solía reunirme con mi hermana. Ella vive en San Petersburgo

La guerra ha hecho definitivamente imposibles los encuentros con mi familia. Esta triste circunstancia me sirve hoy como punto de partida para reflexionar sobre la dimensión humana de la guerra que todavía no he comentado: son las familias rotas y partidas en dos por la invasión rusa.

Las políticas migratorias de la URSS provocaron el distanciamiento geográfico de los miembros de muchas familias. Abuelos, padres, hijos y nietos del mismo linaje frecuentemente extendieron sus raíces en territorios distanciados por miles de kilómetros, en distintas repúblicas soviéticas. Después del colapso de la URSS, se encontraron en nuevos Estados con sus consiguientes fronteras, Gobiernos, aduanas, pasaportes, reglas y limitaciones. Es fácil suponer que, en Rusia, Bielorrusia y Ucrania, en los países ahora involucrados en la guerra, el porcentaje de estas familias es más alto que en otras repúblicas postsoviéticas.

Ese proceso ilustra la historia de mi familia: mi patria es Ucrania, mis padres durante muchos años residieron en Bielorrusia y mi hermana vive en Rusia, en San Petersburgo.

Con el tiempo, esos países se alejaron ideológicamente, culturalmente y políticamente. Con el paso de los años, la comunicación entre nosotros se hizo cada vez más difícil. Los acontecimientos históricos, como la revolución naranja o de la dignidad y la guerra en el Dombás influyeron en el proceso de destrucción de las familias: padres peleando con hijos, hermanos contra hermanos.

La guerra actual es la culminación del proceso. He leído en los medios la confesión de una madre ucraniana que condenó a su hijo, piloto del Ejército ruso, por bombardear a los civiles en las ciudades de Ucrania. Un ejemplo más. El marido de una colega sirve en el Ejército ucraniano y el marido de su hermana se inscribió como voluntario en las tropas prorrusas en el Dombás. Como resultado, las mujeres no se comunican y se odian. Conozco miles y miles de casos similares.

Una vez, ante la tumba de nuestros padres, mi hermana y yo nos prometimos que haríamos todo lo posible para que los temas políticos no nos separaran. Conseguirlo es todo un desafío. En la época de la guerra hemos establecido un código de comunicación de emergencia. Las reglas son muy simples, pero muy efectivas: 1) Intercambiarnos mensajes breves cada día. 2) Eliminar léxico alarmante. 3) No mencionar la palabra guerra.

Mis padres han tenido suerte: fallecieron antes de la invasión rusa y no se enterarán de cómo el conflicto nos ha obligado a comunicamos.

Oleksandr Pronkevych es catedrático de Literatura Española en la Universidad de Mykolaiv.

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