Llega el otoño: ocho enfermedades que hay que controlar

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

Es frecuente que el otoño venga acompañado del empeoramiento de patologías, entre ellas el catarro o la dermatitis atópica.
Es frecuente que el otoño venga acompañado del empeoramiento de patologías, entre ellas el catarro o la dermatitis atópica. La Voz de la Salud

Desde el resfriado hasta la dermatitis, un repaso por las principales afectaciones de la nueva estación

23 sep 2022 . Actualizado a las 18:49 h.

Se estrena el otoño. Una estación de cambios importantes en el tiempo, con bajada general de las temperaturas, aumento de la humedad en el entorno y disminución de la presión atmosférica. El día se hace más corto, y nuestro humor empeora con ello. La salud, a la par que las hojas de los árboles, pierde fuerza. Pero, ¿a qué nivel? Existe un conjunto de enfermedades que forman parte del ideario clásico de esa época (al menos, lo hacían hasta la llegada del covid-19) y reviven con la llegada del frío. Aunque de momento, los valores del termómetro se mantengan por lo alto. 

El comienzo de la estación de septiembre viene acompañado de nuevos agentes ambientales que pueden perjudicar el estado de salud de determinadas personas. Los virus respiratorios son los primeros que se vienen a la cabeza. El moqueo, la tos o los estornudos hacen de banda sonora durante estos meses. «Su aparición tiene que ver con factores externos. Es decir, son cíclicos», comienza explicando Jesús Sueiro, médico de familia y vocal de la Asociación Galega de Medicina Familiar e Comunitaria (Agamfec), «los virus circulan normalmente en oleadas. Muchas veces, vienen de los países orientales en dirección occidente», añade.

En el otro lado de la balanza, aunque con signos de alerta similares, se encuentran las alergias. La primavera no es la única que la sangre altera. Según la Sociedad Española de Inmunología Clínica, Alergología y Asma Pediátrica, los meses de otoño, «son una época de polinización de determinadas plantas, de mayor humedad lo que favorece la aparición de los hongos, y de una menor ventilación en las casas que da lugar a una mayor exposición a los ácaros». Así la vuelta al cole viene acompañada de más visitas a urgencias. «El frío provoca la reducción de las defensas locales. Ocurre en la dermatitis atópica, como en las infecciones de vías respiratorias. En ambas produce sequedad. Cuando esto sucede y las bajas temperaturas producen una agresión en nuestra piel, se reducen las defensas locales y aumenta la probabilidad de infectarse», detalla Lorenzo Armenteros del Olmo, portavoz de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG). 

1. Dermatitis atópica, bajan las defensas y aumenta el picor

Se trata de la enfermedad inflamatoria crónica de la piel más frecuente durante la infancia, aunque también está presente en la adolescencia y adultos. Se caracteriza por piel seca y sensación de picor. Afecta a entre el 5 y el 20 % de la población general, y está entre las diez primeras causas de visita a la consulta de un dermatólogo.

Se trata de una afectación muy sensible a los cambios de temperatura, por lo que se agrava en épocas como el otoño o la primavera. Así lo explica la Asociación Española de dermatología y Venereología: «La temperatura, la humedad y la radiación afectan a los síntomas. Las bajas temperaturas aumentan la irritabilidad de la piel». Eso sí, el calor tampoco es beneficioso. Al provocar una mayor sudoración, produce cambios en el pH del sudor, aumenta la alcalinidad y con ello el crecimiento bacteriano, la irritación y el prurito. 

«Cuando hablamos de gente atópica nos referimos a las personas que tienen tendencia a sufrir alergias de todo tipo, ya sea dermatitis, asma, conjuntivitis o rinitis», explica el vocal de Agamfec. No le falta razón. De hecho, tal y como apunta la SEDV, aunque la dermatitis no sea una alergia (pues tiene un origen multifactorial), sí puede coincidir en el mismo paciente con la rinitis o el asma. Los tres son procesos atópicos que se diferencian según el órgano diana: la piel, las vías respiratorias altas y las bajas. 

El control de la enfermedad, al menos, en primera instancia consiste en el cuidado de la piel. «La piel seca produce más prurito, y eso a su vez hace que nos rasguemos más. Esto puede cronificar la dermatitis a la larga», detalla Sueiro. Es por eso, que mantener la piel hidratada «ayudará a sobrellevar mejor los brotes, disminuir el picor y acortar el proceso», recomiendo el experto. 

2. El resfriado y la gripe, dos clásicos que regresan

Vuelve la época de ir con el pañuelo a todas partes. Si bien el otoño no es el momento álgido de la gripe, sí lo es de otros virus respiratorios. Las causas para su aumento son varias. En primer lugar, estos microorganismos tienen mayor resistencia en el aire frío, la población pasa más tiempo en el interior, y la ventilación es por tanto menor. Los gérmenes se acumulan, y son pocas las personas que se resisten. El comienzo del frío deriva en una tormenta perfecta para que los virus respiratorios campen a sus anchas. «La gripe suele venir en enero o en febrero. De ahí que nos vacunemos ahora. En estas fechas es momento de los cuadros leves de catarro, sobre todo en niños, causados por virus sincitiales respiratorios, el rinovirus o el adenovirus», describe el doctor Jesús Sueiro, que añade: «Son oleadas de virus que vienen y se van. Se relacionan con el movimiento de las personas, con el paso de los animales a la cadena humana.

Aunque el coronavirus que nos afectó ha trastocado el panorama habitual». Imaginemos un nicho ecológico, un virus llega, infecta a un número de personas y se va. Deja un hueco. «Durante estos dos años, el covid-19 ocupó ese nicho. Esperemos que este año todo vuelva a la normalidad, de forma que este solo forme parte del paisaje natural y no ocupe todo el espacio viral», detalla. 

La bajada de temperaturas hace que el sistema inmune sea menos eficaz. El aire frío es capaz de inmovilizar los cilios, un conjunto de pelos de las vías respiratorias cuya función es expulsar los gérmenes que entran por esos conductos. No solo esto, sino que tal y como explicaba Rodrigo Santos, integrante del Grupo de Trabajo de Enfermedades Infecciosas de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia, en este reportaje, «los virus respiratorios estacionales se replican con mayor avidez, y su cubierta lipídica es  más resistente, lo que ayuda a que sobrevivan más tiempo a bajas temperaturas en las vías respiratorias altas». Se refería a la nariz, por ejemplo, puerta de entrada a este tipo de gérmenes. En resumen, es una suma de factores: «Vivimos en lugares más cerrados, el contacto es más cercano, las probabilidades de infección son más altas y las defensas naturales de nuestras fosas nasales se ven reducidas por el frío», detalla el portavoz de la SEMG. 

Así las cosas, los catarros están a la vuelta de la esquina. Suelen cursar sin fiebre y se manifiesta al final de las vías respiratorias superiores: nariz, garganta, tráquea, laringe, senos nasales y oídos. De ahí, los síntomas más comunes. Mucosidad nasal, dolor de garganta, tos ronca, tos y ruidos respiratorios, y con mucha menor frecuencia, fiebre. «Estos meses es época de los resfriados en toda su gama», dice el doctor Armenteros, que añade: «También son frecuentes por los cambios de temperatura que hay. Puede haber una diferencia de hasta diez grados y eso puede dar lugar a que tengamos procesos respiratorios en las vías altas: faringitis, nasofaringitis o rinorrea acuosa», explica. 

No existe tratamiento de la infección, sino de los síntomas. No es posible atacar al origen. Y ojo, porque en la prevención existe un mito: la vitamina C no evitará que pases el resfriado. «No existe ningún mecanismo que prevenga las infecciones virales», alerta el doctor Sueiro. Eso sí, no hay duda de que una persona que esté tomando inmunosupresores o tenga problemas inmunitarios pueda pasarlo peor al atravesar un catarro. 

Si algo bueno ha dejado la pandemia ha sido el efecto de las mascarillas: «Probablemente, si la gente que tiene síntomas de cualquier infección respiratoria, por ejemplo que está empezando a tener un catarro, se pone una mascarilla podría cortar en cierta medida la transmisión viral», explica el doctor.  

La humedad es, ente punto, importante: «Lo recomendable sería que en nuestra casas, aunque con las calefacciones puestas, mantuviésemos el ambiente húmedo para que la mucosa esté hidratada, y de esta forma, proporciona una mayor defensa ante la infecciones», precisa el doctor Armenteros. Abrigarse más al salir, y menos al entrar es otro de los grandes consejos. 

3. La neumonía, una complicación a evitar

Consiste en la infección de los pulmones, que puede ser un proceso de contagio propio o aparecer como una complicación a otra infecciones, ya sea la gripe o el covid. El cuadro de síntomas incluyen fiebre, escalofríos, sudoraciones, tos con flema o dolor torácico que se incrementa al respirar. También, dolores musculares o de cabeza, debilidad y hasta de apetito. Tal y como explica el doctor Lorenzo Armenteros del Olmo, «hay un grupo de bacterias y virus que produce neumonía, el streptococcus pneumoniae, por ejemplo.

De hecho una de las vacunas que se ponen en invierno es la antineumocócica», detalla. Una protección que avanza en la capacidad de defensa. Esta enfermedad no solo es un cuadro «con efecto respiratorio-pulmonar, sino que  el estreptococo neumonía o el neumococo puede dar afectaciones sistémicas de tal calibre que terminen en amputaciones o meningitis», expone el profesional.

4. Asma, sensible al frío y a la humedad

El vaivén del otoño, con cambios de temperatura y de humedad, conduce a un incremento de los casos de asma. De hecho, según la Sociedad Española de Inmunología Clínica y Alergia Pediátrica, es la peor época para las personas que la padecen: «En el otoño coinciden cambios climáticos, como la bajada de temperaturas y mayor humedad y número de lluvias, con la vuelta de los niños al colegio. En esas condiciones climáticas proliferan los ácaros y los hongos, y al estar en la aulas pueden verse más expuestos». Además, al haber una mayor cantidad de alérgenos y de infecciones virales, los síntomas aumentan.  

«El asma se agrava con el frío porque hacen que las vías respiratorias se sequen y haya más posibilidad de inflamación, y en parte esta enfermedad es inflamatoria», explica el portavoz de la SEMG. De igual forma, puede cursar con determinados tipos de alérgenos: «La histamina, relacionada con los alérgenos, puede provocar el incremento de la crisis asmática», añade. Así, serían dos mecanismos diferentes de empeoramiento.

En esta situación, el tratamiento dependerá del qué, del cómo y del porqué. Por ejemplo, si los síntomas aparecen de forma aguda, se usan medicamentos broncodilatadores. También puede tener un carácter preventivo, y que el profesional recurra a soluciones que busquen reducir la inflamación crónica de los bronquios y hacer que no sean tan reactivos. Ya por último, si se pretende atacar el porqué, es necesario encontrar la causa del asma. Si es alergénica, el tratamiento tendrá como objetivo emplear medidas ambientales que eliminen el origen, como por ejemplo, los ácaros. 

5. Enfermedades reumáticas, llega el otoño y me duele una rodilla

Llega el otoño, y al abuelo le duele la rodilla. Antes de que llueva, él lo sabe. Las enfermedades reumáticas tienen una alta prevalencia entre la población, y se estima que en España afectan a una de cada cuatro personas mayores de 20 años. Es habitual que los pacientes refieren un empeoramiento del dolor en sus articulaciones cuando el otoño marca su comienzo en el calendario, lo que se suele justificar por el incremento de la humedad, las lluvias y la bajada de temperaturas. ¿Tiene sentido? «Los resultados son contradictorios unos con otros. Algunos estudios encuentran alteraciones debido a los cambios de presión atmosférica que se producen, sobre todo, en otoño y primavera. Parece ser que en las articulaciones hay unos receptores de presión que notan esos cambios, se activan y liberan unas sustancias que actuarían sobre los receptores del dolor», responde el doctor Marcos Paulino, portavoz de la Sociedad Española de Reumatología y reumatólogo del Hospital General Universitario de Ciudad Real.

Sin embargo, la evidencia científica no prueba esta relación al completo. «Tiene una parte de razón. Con el frío nos movemos menos, nuestras articulaciones están más anquilosadas y los músculos más contraídos. Y eso hace que nuestra articulación entre menos en claro»,detalla el doctor Armenteros. Si hubiese calor, estaría más oxigenada debido a la circulación sanguínea, «y con ello, se produciría una reducción de la sensación del dolor,de la misma forma que el frío puede la incrementaría», añade. Es decir, con bajas temperaturas la musculatura está más contracturada, el movimiento es menor, lo que deriva  en una vasoconstricción en el organismo y en la piel, lo que conduce menos sangre a la articulación.  

El frío y la humedad pueden tener su parte de culpa. «Determinados estudios observaron que el líquido sinovial, que es una especie de lubricante que tenemos en las articulaciones y se libera para que los huesos no rocen unos con otros, con el frío gana viscosidad, es más denso y por ello lubrica peor. Esto puede acrecentar los dolores», detalla el doctor Marcos Paulino. Sin embargo, el calor no siempre resulta beneficioso: «Si la zona está roja y caliente, habría que ponerle frío», añade. 

El doctor Sueiro también incluye un componente inmunológico: «Algunas enfermedades reumáticas tienen un componente inmunológico y hay factores que pueden alterar nuestro sistema inmune y favorecer en determinados momentos los brotes. En cambio, esto no ocurre en todas», precisa el doctor Sueiro. 

Así las cosas, el mal tiempo y el dolor forma parte de la cultura popular, de la idiosincrasia, «pero no tiene que corresponderse con la realidad. Por ejemplo, vemos que la artrosis progresa en función de la degeneración y sobrecarga que tenga una articulación, más que por la consecuencia temporal», añade el experto. El dolor es subjetivo, y la autopercepción de la salud también. «Con el comienzo del otoño, se produce un cierto aumento de los cuadros depresivos. El bajo ánimo de una persona puede empeorar la percepción que tiene sobre su propio bienestar», precisa. 

6. Astenia otoñal, como máximo tres semanas

Menos luz, menos planes y puede que más soledad. La astenia otoñal recoge un conjunto de síntomas cuyo origen podría estar en los cambios medioambientales y la alteración de los biorritmos así como del ciclo vigilia-sueño, lo que impacta de forma negativa en el estado de ánimo. «El otoño y el invierno tienen una tendencia a afectar de alguna forma en el estado de ánimo, lo que se denomina astenia. Es un estado anímico caracterizado por la falta de energía para ciertas actividades. Se relaciona con el volver a casa, con que los días sean más cortos y haga más frío», resume el doctor Lorenzo Armenteros del Olmo, portavoz de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), que añade: «En muchas ocasiones, se une al síndrome posvacacional. Se acabaron las vacaciones, volvemos a la rutina de trabajo y de colegios y eso puede causar un choque. A este síndrome se le une que el ciclo circadiano del día hace menos efecto sobre nuestro estado anímico», explica. 

Una sintomatología «que llega a ser más o menos intensa», detalla Elena Daprá, psicóloga sanitaria y vocal de sección del Colegio Oficial de Psicología de Madrid. La manifestación, tanto física como psicológica, de esta afectación da pistas sobre un cambios en el cuerpo y su adaptación a un nuevo contexto. Así, pueden aparecer signos como la alteración del sueño, «con una mayor necesidad de dormir», dice Daprá; cambios de apetito, «por lo general, hay una tendencia a comer un poco más, aunque puede ser al contrario»; sentimientos de tristeza, apatía, falta de interés por actividades que antes la persona disfrutaba o dificultad a la hora de concentrarse o tomar decisiones. Marina Díaz, vocal de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud mental continúa: «Existe irritabilidad, alteraciones en la libido o dificultades para la conciliación del sueño. Es una sintomatología que no es grave, es transitoria, ya que el organismo se irá adaptando a los cambios de luz y de rutina», precisa. 

La astenia otoñal exige atención. «Puede dar un más allá y trazar un relieve sobre lo que serían las raíces de una depresión», advierte Elena Daprá. «La astenia otoñal durará como máximo tres semanas. Si pasamos de este límite, deberíamos  buscar ayuda psicológica», precisa la experta en salud mental. Otro rasgo clásico que hace de nexo entre un trastorno y otro es una visión negativa del presente y del futuro, «presente en la astenia y la depresión, de ahí que la duración e intensidad de la primera sea fundamental», detalla. 

Si la clinica es persistente, «y limita la funcionalidad del individuo, puede que estemos hablando de un trastorno afectivo estacional», explica la doctora Díaz. Algo que no se debe confundir. 

Hay formas de reducir el impacto. En primer lugar, se encuentran los tres pilares básicos: «Ejercicio físico, mantener una buena alimentación y cuidar los hábitos del sueño», responde la psicóloga. Cuidarse y mimarse. «También hay que entender que es algo estacional, que va a pasar y no será eterno». Esto ayuda, sobre todo, a llevarlo mejor. Las rutinas son importantes y la exposición a la luz solar también, «al menos, unos diez o quince minutos», recomienda la psicóloga. 

7. Úlcera péptica, un mal del pasado

Es una herida que afecta a la mucosa que recubre el estómago o el duodeno. «La gastritis aumenta la secreción hacia el estómago, y acaba produciendo una herida en la mucosa gástrica o duodenal», explica el doctor Jesús Sueiro. Antes solía ser más frecuente. El consumo de fármacos antisecretores ha disminuido su afectación. No obstante, sigue produciéndose: «Se da la circunstancia en personas que están sin tratamiento y que empeoran en esta época del año. De hecho, muchas veces la única solución es volver a tomar los medicamentos», detalla el vocal. Si bien el mecanismo por el cual sucede no está claro, «los años de experiencia nos permiten confirmarlo», responde. 

El duodeno se localiza al final del estómago, y corresponde a la primera parte del intestino delgado. Esta afectación está causada por la ingesta de medicamentos o irritantes gástricos, por episodios de estrés o ansiedad, o debido a una infección en la zona consecuencia del germen helicobacter pylori. Si bien, las comidas picantes o muy especiadas no pueden ser el origen, sí la empeoran. Desde la Sociedad Española de Medicina Interna, estiman que afecta al 10 % de la población española. 

El dolor más habitual se localiza en la zona central y superior del abdomen. Suele aparecer entre una y tres horas después de la ingesta, o antes incluso si la úlcera es gástrica. De igual forma, es posible que se presente en las horas de sueño. El ardor que lo acompaña puede mejorar con sustancias alcalinas, como el bicarbonato o la leche. Sin embargo, es esencial acudir al médico para verificar la presencia de una úlcera o de otra enfermedad. 

8. Déficit de vitamina D, un problema con apellido gallego

«En Galicia, un porcentaje altísimo de mujeres y bastante grande de hombres tienen déficit», advierte el doctor Lorenzo Armenteros del Olmo. No es de esperar que los bajos niveles de esta vitamina aparezcan a comienzos de otoño, pero sí es un momento ideal para que comience su deterioro. La exposición a la luz es menor, no solo porque se pase más tiempo en interiores, sino también porque la ropa de abrigo cubre una mayor proporción de la piel. La luz solar es la principal fuente de producción de vitamina D, y su falta puede derivar en problemas anímicos e inmunitarios. «Cada vez se sabe más que funciona como una hormona, porque interviene en multitud de procesos de nuestro organismo con un peso muy importante», explica el portavoz de la SEMG. 

¿Significa esto que para solucionarlo sea necesaria la suplementación? Mejor, ir por partes. «Con este tema hay que ser cautos y no exagerar. Se habla mucho de ello y se le atribuyen una serie de ventajas que no se acaban de ver en la práctica clínica. Muchos estudios que analizan el déficit y el tratamiento no demuestran mejoría en ningún parámetro si se compara la gente que toma suplementos y la que no», explica el doctor Sueiro. ¿Dónde está el problema? «No es normal que de repente toda la población mundial la tenga en bajos niveles. Por ello, puede ser que los parámetros no estén bien definidos», explica el experto.

Salvo excepción, eso sí, de aquellos pacientes de edad avanzada que pasan largos períodos encamados u hospitalizados. Para el doctor Armenteros del Olmo resulta imprescindible la exposición a luz, aun cuando se prescribe suplementación: «De nada sirve tomarla, si después no pasamos tiempo al aire libre», dice. En este sentido, traza una diferencia entre los suplementos activos «y aquellos que precisan ponerse bajo el sol para que se conviertan en un metabolito activo», destaca.  

Una de las principales funciones de la vitamina D es absorber el calcio, una sustancia fundamental para tener huesos fuertes y prevenir la osteoporosis. Sin embargo, hay algo más efectivo que este micronutriente. El ejercicio. «Lo que más fija el calcio a los huesos es el ejercicio con impacto. Caminar, correr o bailar. Esto hace que nuestros huesos reciban la gravedad, y está demostrado que disminuye el número de fracturas, la fragilidad ósea y genera potencia muscular, lo que ayuda a evitar caídas», concluye Sueiro. 

Por último, ¿resultaría útil aumentar su consumo a través de la alimentación? Según el Doctor Armenteros, podría ayudar: «En España disponemos de alimentos enriquecidos, como los yogures, y en estados de carencia es una vía más de introducción», precisa. 

Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.