Las tierras de labor

Ramón Romar

CARBALLO

MATALOBOS

Mi aldea del alma | El escritor e investigador Ramón Romar continúa su serie de historias sobre su pueblo natal: Fornelos (Baio, Zas)

15 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Hasta la primera mitad del siglo XX, la mayor parte de las tierras de Fornelos (Baio), al igual que el resto de Galicia, estaban en manos del feudalismo, bien laico o religioso. Se dividían en tres grupos: aforadas, arrendadas y propias. A su vez las arrendadas y las propias podían pagar censo.

El foro era un arriendo de larga duración, que podía llegar a ser perpetuo. Casi siempre era un lugar (casa y tierras para trabajar una familia), y era propiedad de los señores feudales. El arriendo podía provenir de un hidalgo de menos categoría que los anteriores, o pequeños propietarios, y podía ser de un lugar o fincas sueltas. El censo era una carga que recaía sobre los bienes inmuebles, una especie de hipoteca perpetua. Y el labrador era el que las trabajaba y pagaba por todas, incluso por las propias si tenían la carga del censo. Como las propias eran pocas, el labrador menos pobre era el que trabajaba un buen foro.

Según la documentación que disponemos, los vecinos de Fornelos pagaron (en distintas fechas), foros, rentas o censos a infinidad de propietarios. Foros al Pazo de Romelle (tenía tres) y la familia Martelo (antiguos dueños del Castillo de Vimianzo) uno. También a los pazos de Daneiro, Trasariz y Aplazadoiro. A los vinculerios el del Bao de Fornelos (en 1844 recibía rentas de 11 vecinos), la Casa Penelas de Sarces y los Romero de Canduas. A los conventos de Santo Domingo, N.Sª de la Cerca y San Martín Pinario (todos de Santiago). A la iglesia de Baio. A las ermitas de Santa Magdalena y Santa Elena de Salto. A la Obra Pía de Tras-Outeiro. Otros: José Chans (vecino de Corme), Manuel Cañizas (vecino de Santiago), Pascual Rosendo (vecino de A Coruña) y Consuelo Labarta Pose (vecina de Baio). El Catastro de la Ensenada del año 1753, cuando se refiere a la parroquia de Baio, recoge que los «Foráneos Hacendados» eran 57 personas, con las que los vecinos mantenían deudas, bien por rentas o préstamos.

En el siglo XVII todavía había labradores con alguna propiedad, pero cada día eran menos. Oprimidos por las cargas feudales y religiosas se veían obligados a vender lo poco que tenían. Tenemos escritos que citan la venta de siete fincas en los años 1616, 1620, 1655, 1656, 1657 y 1758 (2). Y otra del siglo XVIII, para pagar los funerales de su hijo. Los vendedores eran los labradores, y los compradores los arrendadores. Le compraban y arrendaban el mismo día.

El tamaño de las leiras es muy pequeño. En un arriendo del año 1655 se aprecia que muy pocas pasaban de dos ferrados (864 m2). Las propias, al ser pocas, se dividían una y otra vez, no solo por ser muchos los herederos, sino también para compensar lo bueno con lo malo y complacer a los herederos que querían un «ferradiño» en cada agra. Esto dio origen a un minifundio que acarreaba muchos problemas. A más fincas, más mojones, más lindes y más pleitos con el lindante. Muchas no tenían camino y se servían por otras; y para no pasar sobre los sembrados, el último tenía que ser el primero en sembrar y el último en recoger. Si no se podía llegar con el carro a la finca veíamos la triste imagen de un labrador con el arado romano sobre sus hombros, pasando de una finca a otra. Y si eran muy pequeñas, las trabajan a mano.

La gente trabajaba de sol a sol sin valorar su rendimiento. Se trabajaba hasta «po lo que dirán…». Por ejemplo, se sembraban «os cadullos» por donde pasaba el camino de servidumbre. Esto sucedía cuando sembraban antes de los que tenía derecho de paso. Así podía verse a una mujer con un cesto de estiércol en la cabeza, un «rancaño» y un sacho sobre un hombro, sujetos con una mano, y en la otra una bolsa con unos granos de maíz para cavar, estercar y sembrar unos 20 m2. Después recogían lo sembrado antes de tiempo, para dejar el camino libre, con lo cual podían recoger menos granos de los sembrados… Pero, eso sí, no se podía tachar a nadie de holgazán; «po lo que dirán…» todos habían sembrado su «cadullo».

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