Poner una inyección en los años 40

Ramón Romar MI ALDEA DEL ALMA

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Mi aldea del alma | El escritor e investigador Ramón Romar continúa su serie de historias sobre su pueblo natal: Fornelos (Baio, Zas)

14 ene 2020 . Actualizado a las 20:34 h.

N o sé si debido al asma yo estaba muy endeble o si debido a estar endeble el asma se cebaba de mí. Fuera el motivo que fuera, de ello guardo todo tipo de recuerdos. Cuando tendría 7 u 8 años, los médicos dijeron que tenía falta de calcio. Supongo que sería por el aspecto físico (las fotografías de aquellos años no dejan lugar a dudas) o por ojo clínico, porque lo que sí es cierto es que el primer análisis clínico no me lo hicieron hasta los 10 años. Visto el diagnóstico me recetaron «aceite de hígado de bacalao», que era un brebaje horrible, muy viscoso, con un fuerte olor y sabor a pescado podrido, que resultaba inaguantable.

Mi madre le echaba azúcar y me tapaba la nariz antes de acercar la cuchara, pero era igual; mitad del contenido se quedaba pegado con el azúcar a la cuchara. Al mismo tiempo me recetaron jarabes reconstituyentes y de calcio.

Uno se llamaba Calcio B12, cuyo líquido era de color blanco y tenía un agradable sabor. Como ninguno de ellos fue eficaz, decidieron acribillarme a inyecciones durante tres o cuatro años. Me las pusieron en el brazo, antebrazo (en la vena) y en las nalgas.

Poner una inyección en estos años era un verdadero viacrucis, tanto por el dolor como por el peregrinaje que tenía que hacer. En Fornelos, el señor Casanova ponía inyecciones, pero no en la vena. Entonces tuve que ir a que me las pusiera el médico, que vivía en A Piroga (Bamiro), a más de 3 km de Fornelos. Muchas veces iba a caballo, pero cuando me pusieron las de calcio tenía que ir a pie. No recuerdo el motivo, quizá fuese porque la yegua tenía cría y en ese momento estaba muy pendiente de ella, y era muy peligrosa para cabalgar un niño. Por la mañana iba a la escuela hasta la hora del recreo. Mi cuñada Carmen (que vivía en frente de la escuela) me hacía una tortilla francesa, la tomaba y salía para A Piroga. Si al llegar estaba el médico, no había problema; si no estaba, su mujer me decía si había ido a visitar un enfermo o asistir un parto, y podía tardar varias horas. Entonces iba comer a la casa de mi tía Carmen (o hacer acto de presencia, porque comer poco comía, y menos después de la tortilla de media mañana), que estaba a más de un kilómetro. Por la tarde volvía de nuevo a la casa del médico, a ver si había más suerte. Antes de poner la inyección el médico desinfectaba las agujas y las jeringuillas. Lo hacía en una caja metálica donde las guardaba. Ponía alcohol en la tapa de la caja, dentro de ella un artilugio que hacía de trébedes, encima la caja llena de agua con las jeringuillas y las agujas dentro, y le plantaba fuego al alcohol. Por extraño que parezca, una vez por lo menos, antes de desinfectar la aguja que me correspondía a mí, la afiló en la misma piedra donde se afilaba la navaja barbera.

Como el líquido del calcio era muy viscoso, la aguja y la jeringuilla eran muy grandes y gruesas. La ampolla debía tener 20 centímetros cúbicos ó más.

El pinchazo era en la nalga, muy doloroso, y el líquido producía picor. Al ser muy viscoso había que hacerlo lentamente, aun y así hacía un bulto que tardaba en disolverse. Por otro lado mi nalga tampoco debía ser muy grande como para poder soportar tanto sacrificio.

8 horas, 9 kilómetros

Cuando podía caminar salía de vuelta para casa. En total, el día que tenía que comer en casa de la tía, podía tardar en poner la inyección 8 horas, y recorría más de 9 kilómetros a un paso que no creo que fuera muy rápido. El dolor no se cuantificaba.

En una ocasión, una inyección en el antebrazo se inflamó. Se formó un bulto superior a un huevo, y como mi brazo era muy delgado, verlo era un tanto alarmante. El médico quería abrirlo, pero yo me negaba, así que le puso Ungüento García para ablandarlo. Omitiré como terminó todo; sólo diré que las curas fueron horrorosas.

Después de esta experiencia me las ponía mi padre. Lo que no recuerdo es si las primeras prácticas las hizo conmigo, aunque supongo que sí. Hoy recordar todas aquellas escenas me da escalofríos.