El tojo

Ramón Romar

CARBALLO

MATALOBOS

Mi aldea querida | El escritor e investigador Ramón Romar continúa su serie de historias sobre su pueblo natal: Fornelos (Baio, Zas)

12 nov 2019 . Actualizado a las 22:09 h.

Tan estimado en mi niñez y tan odiado hoy. Antes la producción escaseaba, y había quien lo compraba, antes incluso de ser cortado. Hoy hay desalmados que le prenden fuego. También leí que: «Está incluido en la lista 100 de las especies exóticas invasoras más dañinas del mundo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza». Para mí, de exótico nada. Es el arbusto más común que conocí, y del que tengo malos recuerdos porque me crucificaba a pinchazos cuando llevaba las vacas a pastar al monte o cuando seguía los pájaros para localizar su nido. Recuerdo ver convertir muchos montes en tierra de labor, pero nunca al revés. Quizá ahora se recupere al dejar de trabajar aquellas tierras.

Veamos por qué se apreciaba tanto antes y los trabajos que se hacían alrededor del tojo.

Era el principal componente del estiércol, y en muchos casos el único abono de las tierras de labor y de los prados.

Todos los trabajos que se hacían en torno al tojo eran los que requerían más esfuerzo al labrador: cavar las rozas, cortarlo o sacarlo de las cuadras. Las rozas se hacían para sembrar trigo, y al mismo tiempo para fortalecer el terreno para que diera mejores pinos y mejor tojo. Cavar el monte era un trabajo de máximo esfuerzo. Se hacía con un azadón de unos dos kilos y medio, con él que había que dar un certero golpe, para arrancar de una sola vez un gran terrón compuesto de raíces de tojo, zarzales, helechos, etc. Los terrones se ponían a secar; cuando estaban secos se separaban de los pinos y lindantes unos 80 centímetros y se les plantaba fuego, para que ardiera todo el terrón. También se apilaban en montones para que ardiera mejor. Luego se esparcía la «tilla» (ceniza) obtenida por todo el terreno, y se araba con el arado romano, trabajo que se hacía muy lentamente ya que se pasaba por entre los pinos y era muy fácil que el arado se enganchara en las raíces. Luego se gradaba, se sembraba el trigo y el tojo, y volvía a gradar. Las piñas de los pinos, debido al calor producido al quemar los terrones se abrían y soltaban los piñones, repoblando así de nuevos pinos.

Recuerdo ver gente por los caminos y tojales recogiendo la semilla de tojo, para venderla en las ferias. El trabajo era de mucha precisión, ya que había que coger las vainas una a una entre las espinas. En otros casos cortaban las ramas con la semilla y las llevaban a la era para extraerla.

El tojo se cortaba con una hoz grande a dos manos. También era un trabajo de gran esfuerzo, ya que podía llegar a tener la vara muy gruesa. Con el tojo se cortaban hierbas, helechos, etc. y se hacía con mucho cuidado para salvar los pinos pequeños de entre la maleza. De vez en cuando se envolvía lo cortado con la ayuda de la hoz, pisándolo hasta obtener una «panada», especie de gavilla, pero sin atar. También se cortaba con la hoz de cortar el tojo, en este caso ayudado de una «forqueta», palo pequeño en forma de Y.

Luego se cargaba en carros entre dos personas, una arriba y otra abajo que le pasaba las «panadas» con la horquilla. La carga debía ser segura, ya que si se deshacía, cargar de nuevo era triplicar el trabajo. Una vez en el corral, parte se esparcía por el camino de delante de casa (después de pisado y podrido se convertía en estiércol de baja calidad) y el resto se apilaba.

Todos los días se le hacía la cama al ganado con el apilado. Si era muy largo, se cortaba con la «cardeña», hoz con mango muy largo, antes de llevarlo a la cuadra. Una vez tapados los excrementos, se le esparcía por encima un poco de paja. A los 8 ó 15 días, se retiraba de la cuadra. Como estaba muy pisado por el ganado, arrancarlo y arrastrarlo hasta el corral con el «rancaño», suponía otro gran esfuerzo. En el corral se apilaba de nuevo.

En el momento de sembrar las cosechas, de nuevo se cargaba en carros, y se llevaba a las fincas descargándolo en pequeños montículos. Más tarde, dependiendo de lo que se iba a sembrar se esparcía por la finca o se echaba en el surco.

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