Patrocinado porPatrocinado por

La marea maldita del Villa de Pitanxo que acabó en tragedia

E. Abuín / M. Hermida / M. Sío Dopeso REDACCIÓN / LA VOZ

SOMOS MAR

Joe Gibbons / The Telegram

Los supervivientes del naufragio soportaron cinco horas de angustia a la deriva, en la oscuridad de las gélidas aguas de Terranova

21 feb 2022 . Actualizado a las 16:48 h.

El 26 de enero, mientras Galicia alimentaba el sueño de mandar a Eurovisión a las Tanxugueiras, el Gobierno gallego empezaba a pensar en eliminar el toque de «no queda» y abrir las barras de los bares, y los jubilados amanecían con sus pensiones revalorizadas, un grupo de marineros estaba ya preparado para poner rumbo a Terranova desde el puerto Vigo, tras haber embarcado en Marín un día antes. El 25 de enero, cuando la infanta Cristina y Urdangarin copaban las primeras de los periódicos, 24 personas iban subiendo a un pesquero sin sospechar siquiera que cuatro semanas después serían sus fotografías las que ocuparían el espacio reservado ese día a la realeza.

Eran los tripulantes del Villa de Pitanxo. Un arrastrero congelador de 50 metros de eslora, diez de manga, 825 toneladas de arqueo (GT) y 1.400 caballos de potencia. Un monumental bicho construido en el 2004 en M. Cíes y recién salido del astillero completamente preparado y revisado para soportar cuatro, cinco meses de campaña en su caladero habitual: las aguas de la NAFO (Organización de Pesquerías del Atlántico Norte). Sí, las míticas aguas de Terranova, escenario de la época dorada del bacalao, campo de batalla de la guerra del fletán y plató en el que George Clooney trató de capear La Tormenta Perfecta con un final bien conocido, por muchas veces repetido, en Galicia.

La que embarcó no era la tripulación prevista. El covid, ese acompañante incómodo del que el Ejecutivo gallego planeaba entonces empezar a hablar en pasado, estaba muy presente en el arrastrero del Grupo Nores. Tanto, que el inicio de la marea se retrasó porque varios positivos obligaron a sustituir sus nombres en el rol por el de otros marineros. Cuando Ibrahim Baali fue a pedir trabajo a las oficinas de la armadora, esta ya había completado la lista de 24 personas. Se quedó en tierra. Días más tarde se daría cuenta de hasta qué punto esa puerta en las narices sería todo un golpe de suerte, contaba desde Pontevedra La Voz.

 

El Villa de Pitanxo empezó su singladura tan ajeno a que escribiría su epitafio como a los seísmos que el día 27 de enero menearon Galicia. Y eso que navegó en paralelo al epicentro de esos temblores. Dos días más tarde, el 29, cuando Galicia se indignaba con el aldraxe del jurado profesional que había apeado a las Tanxugueiras del sueño europeo, el pesquero marinense no tenía más que Atlántico en el horizonte y océano por detrás. 630 millas náuticas lo separaban de su puerto base y aún le quedaba el doble por recorrer para llegar al caladero. Ese era el mismo panorama que tenía a proa y a popa el 31 de enero, cuando en Vigo se disputaba la presidencia de la Cooperativa de Armadores de Vigo (Arvi), entidad a la que está adscrito el Villa de Pitanxo y los otros siete barcos que componen la flota del Grupo Nores.

Empiezan a pescar

El 2 de febrero empiezan a pescar. Largar, arrastrar, virar. Largar, arrastrar, virar. Largar... La rutina de un arrastrero congelador que busca fletán, gallineta, raya y locha, especies para las que tiene cuota en la NAFO. Cuentan fuentes próximas a la armadora que no les había ido mal pescando a unas 230 millas al sur de Terranova. Y allí estuvieron hasta que el 13 de febrero el patrón decidió cambiar de caladero. Puso proa hacia el norte para probar si la suerte les seguía sonriente. Y la Fortuna les hizo un pequeño guiño que resultó fatal. Estaban levantando una buena copada que colaboró para llevarlo al fondo, según las fuentes de máxima solvencia que explicaron a La Voz lo ocurrido. La meteorología se confabuló con la fatalidad para incitar al Atlántico a engullir al pesquero y añadir así un nuevo capítulo a las tragedias pesqueras de Galicia, la mayor en cerca de medio siglo.

Con el patrón dirigiendo la maniobra en el puente, parte de la tripulación estaba en cubierta en las tareas de virar el aparejo. Otros estaban trabajando en la máquina y otra parte, descansando. Con el peso cargado en la popa del barco, un inoportuno golpe de mar habría anegado la embarcación. Con los compartimentos abiertos no hizo falta mucho más para que el pesquero se hundiera por popa. Rápido, muy rápido. A muchos, ya no les dio tiempo siquiera a colocarse los trajes de supervivencia, los únicos capaces de hacer un milagro relativo cuando las aguas están a apenas 2 grados.

A las 5.24 hora española se recibía una llamada selectiva digital del Villa de Pitanxo. Trece minutos más tarde saltaba la radiobaliza del pesquero. Situaba el arrastrero a unas 250 millas de Terranova, en zona de responsabilidad de Canadá a efectos de rescate. El Centro Nacional de Coordinación de Salvamento, en Madrid, dio aviso a los pesqueros que estaban en las inmediaciones. El más cercano era el Playa Menduíña Dos, otro arrastrero congelador de la armadora Moradiña, de Cangas. Al igual que el Villa de Pitanxo estaba pescando en el área. La tripulación intentó comunicarse con el pesquero de Nores. No contestaron a las llamadas. «Mala señal», dice que pensó entonces Roberto Soliño, patrón del Río Caxil que se encontraba faenando también pero más al sur y que también puso rumbo a la zona del naufragio.

 

Es el arrastrero de Morandiña el primero en llegar a la zona. Han transcurrido cuatro horas y cuarenta minutos desde que se conoció la alerta.

Dos balsas

Ya solo hay restos del naufragio. Ni rastro queda del Villa de Pitanxo. Oscuridad. Vientos de 80 kilómetros por hora. Olas de más de 7 metros y algunas llegan a diez. En ese panorama aciertan a avistar dos balsas. Una está vacía. La investigación determinará si simplemente se autozafó o llegó a ocuparla alguien. En la otra, tres supervivientes a bordo y otros marineros que, a pesar de haber alcanzado el bote, no lograron aguantar hasta la llegada de la ayuda. Si Juan, Eduardo y Samuel fueron testigos de su muerte lo contarán ellos cuando lleguen y declaren, pero lo más probable es que estuviesen con vida cuando se metieron en la balsa.

A las 11.40 horas llega a la zona el pesquero portugués Novo Virgem da Barca. Cuatro minutos más tarde llega el primer helicóptero. Más tarde lo harán aviones, más helicópteros, una fragata y una plataforma de apoyo, la Nexus, que acabará encontrando y recogiendo dos cadáveres.

El propio Playa Menduíña Dos, que recogió los cuatro cuerpos que estaban en la balsa con el patrón, Juan Padín, su sobrino Eduardo Rial y el marinero ghanés Samuel Koufie, encontró dos tripulantes más ya sin vida. El también portugués Franca Morte recuperaría otro cadáver. Menos suerte tuvieron el Luitador, el Pascual Atlántico o el Río Caxil, que también se incorporaron a la búsqueda. Pero aparte de trozos de aparejo y otros restos del desastre, no encontraron nada más. «É como atopar unha agulla nun palleiro», decía Sotelo.

Confusión con la tripulación

Momentos de confusión en el recuento llevaron a creer que había más cuerpos recuperados. Se informó en un primer momento de que había tres supervivientes, diez muertos y once desaparecidos, pero ya a punto de suspenderse la búsqueda el día 16, apenas 36 horas después de haberse producido el naufragio, los tripulantes no encontrados se elevaron a doce. Algunos, es presumible que descansen en el fondo con el barco. A unos 800 metros de profundidad calculan patrones que operan en esa zona.

Aunque todo son conjeturas, al menos hasta que no lo corroboren los supervivientes, experimentados marineros que conocen la vida a bordo de un barco señalan que lo más probable es que los que hayan alcanzado las balsas fuesen los tripulantes que estaban más próximos al puente, como el patrón que estaba al mando. Que los cadáveres que se han podido recoger son los de aquellos que estaban en el parque de pesca, en las tareas de cubierta. Y que los que no han aparecido pertenecen a quienes estaban en la máquina y a los que estaban descansando porque no estaban de turno.

Este lunes, cuando está previsto el regreso a Galicia de los tres supervivientes y de cinco cadáveres —cuatro serán repatriados a Perú— España amanece de luto oficial. Y Galicia vuelve a llorar a sus muertos.