Patrocinado porPatrocinado por

La revivida historia del Monte Galiñeiro, el pesquero que se hundió hace trece años en Terranova

Bea Costa
Bea Costa O GROVE / LA VOZ

SOMOS MAR

Mónica Irago

Javier Moraña rememora el naufragio que vivió en la misma zona que el Villa de Pitanxo, tras dos explosiones que provocaron un incendio en la sala de máquinas. Por suerte, en esa ocasión todos los tripulantes consiguieron sobrevivir al accidente

19 feb 2022 . Actualizado a las 13:41 h.

El 22 de febrero es una fecha que Francisco Javier Moraña Iglesias nunca olvidará. Ese día del año 2009 se hundía en aguas de Terranova el buque Monte Galiñeiro con 22 tripulantes a bordo. Él era uno de ellos. «Cada 22 de febreiro celebro un aniversario máis». El martes volverá a hacerlo de un modo todavía más vívido, porque la tragedia del Villa de Pitanxo sigue muy presente en las portadas, en las televisiones, en la memoria y el corazón de la gente.

La noticia cayó como un mazazo: «Non sabes que pensar, non cho podo explicar. Chorei moito estes días, polas emocións vividas e pola impotencia de saber que non se pode facer nada. Só podes darlle moito ánimo ás familias. Pensas que nós tivemos moitísima sorte e eles ningunha, pónseche a pel de galiña».

Sabe de lo que habla porque Javier Moraña estuvo allí, a 300 millas al este de Terranova y al borde de la muerte. Un domingo a las cuatro de la tarde hora española se activaron las alarmas por una vía de agua en el barco. La tripulación tuvo tiempo a reaccionar y todos se salvaron: veintidós tripulantes de los que más de la mitad eran gallegos.

Las crónicas del día siguiente informaban de que se habían producido dos explosiones tras un incendio en la sala de máquinas del bacaladero vigués y que en el momento del accidente había solo dos personas de guardia porque el resto de la tripulación estaba descansando. Javier Moraña estaba entre ellos y recuerda así aquel momento: «Rebentou o redutor do motor e entrou unha vía de auga. Viñamos dunha praia [nombre que se le da a los caladeros de altura], faiara o peixe e navegaramos todo o sábado sobre vinte e pico de horas. Nun barco sabes que día é polas comidas; os sábados tocaba churrasco e o domingo, cocido».

«O domingo tiramos o aparello ao mar e ás dúas da tarde saltaron as alarmas; entrou o contramestre e dixo que había que abandonar o barco, que iamos ao fondo; que colleramos os traxes e as balsas, que aquilo non era un simulacro, que ía en serio, e entón xa empezas a tremer como unha vara verde. Ese día o mar non estaba tan bravo [en alusión a lo acontecido con el Villa de Pitanxo]. En 18 minutos o barco afundiuse e nós estabamos ao ladiño. Non sei quen puido sacar as fotos. Logo esperamos a que viñera a patrulleira a rescatarnos e a esperar».

Los supervivientes contaron que el Monte Galiñeiro sufrió dos explosiones que provocaron un incendio en la sala de máquinas. El capitán del barco, Iván Soage, era uno de los que estaba de guardia, y explicó que, tras escuchar «dos buenos zambombazos», vieron que «salía un poco de humo y que había un poco de agua con petróleo en el suelo». Apenas tuvieron tiempo para abandonar el barco, que se escoraba de forma peligrosa. Con el rápido hundimiento del bacaladero, que solo tardó 17 minutos, los tripulantes no tuvieron margen ni para avisar al armador vigués, y solo les dio tiempo a enviar la señal de socorro, que fue recibida por el servicio de guardacostas Leonard J. Cowley, que se encontraba a cuatro millas del Monte Galiñeiro, y por el pesquero español Río Roxas, que faenaba por la zona.

La tripulación consiguió salvarse gracias a los botes, aunque muchos no tuvieron tiempo ni a ponerse el chaleco salvavidas, y alguno, como relató el capitán del buque de rescate, «tuvo que saltar en ropa interior».

Solo dos de los tripulantes tuvieron que pasar por el hospital con hipotermia, después vendrían los aeropuertos y la ansiedad por llegar cuanto antes a Galicia. Moraña dice que recibieron un buen trato en Canadá, aunque lamenta la lentitud de los trámites para devolverlos a casa. «Estivemos dous días de avión e avión, facendo escalas, tirados en Toronto, en París..., afundimos o domingo e chegamos o xoves ou o venres». 

Veintiuno de los 22 tripulantes del pesquero español Monte Galiñeiro en el puerto de San Juan de Terranova junto a la patrullera guardacostas canadiense Leonard J. Cowley, la misma que los rescató del naufragio. Falta uno de ellos, que tuvo que ser evacuado por síntomas de hipotermia.
Veintiuno de los 22 tripulantes del pesquero español Monte Galiñeiro en el puerto de San Juan de Terranova junto a la patrullera guardacostas canadiense Leonard J. Cowley, la misma que los rescató del naufragio. Falta uno de ellos, que tuvo que ser evacuado por síntomas de hipotermia.

A las tres semanas, Javier Moraña estaba a bordo de otro barco, en el Monte Meixuiero, rumbo a los caladeros de bacalao de Noruega. Hizo un par de mareas y en el 2010 ya puso, como dice él, los pies donde pisan «os bois», es decir, en tierra firme. Regresó al que fue su primer trabajo en el mar, las bateas, y hasta hoy. ¿Volvería a enrolarse en un barco de pesca de altura? Hace tres meses se lo propusieron, «pero agora estou cómodo, e logo de ver o desta semana, tírache un pouco para atrás». No obstante, tampoco cierra ninguna posibilidad. «Non se pode dicir rotundamente que non, isto é como se tes un accidente nun avión o no coche, nunca se sabe o que vas facer, igual dentro dun ano collo e embarco».

A sus 55 años, Javier Moraña está pensando ya en la jubilación, y acabar su trayectoria como marinero en un arrastrero resulta tentador. «Dez anos na altura danche para cinco anos máis de xubilación porque, ao non haber festivos nin fins de semanas, sube a base de cotización». ¿Y el miedo? «Sempre tes aquela cousiña dentro, pero a vida segue. Acórdome cando viñemos do aeroporto que a primeira pregunta que me fixo miña nai foi se ía volver a embarcar. Eu díxenlle: albañil non son, terei que volver».

Entre tanto, el mar con el que le toca lidiar es el de la ría de Arousa, mucho más benevolente que el de Atlántico norte, ese que le marcó de por vida. Dice que no hay relación de causa efecto, pero Javier no volvió a disfrutar del carnaval como solía. Aquel febrero de 2009 había hecho cuentas de cantar y bailar en O Grove con Os Firrás, pero, tras el naufragio, no le quedó el cuerpo para esas danzas. «Aínda me chamaron este ano doutra comparsa, pero cando deixas unha cousa, logo costa retomala».

La vida sigue y los barcos siguen saliendo de puerto para llenar sus bodegas de un pescado que muchos consideran caro. Moraña no está de acuerdo. «O peixe non é caro, o que pagamos é un prezo alto por el».