En el concello de A Arnoia, los Fariñas mantienen vivo un arte vinculado a la tradición vitivinícola de la comarca de O Ribeiro
22 jul 2020 . Actualizado a las 19:54 h.Primero fue Xosé. Después, Manuel. Y tras ellos llegaron José y José. De bisabuelo a bisnieto, la familia Fariñas insufla las últimas bocanadas de oxígeno al oficio de cubeiro, que ahora languidece. «Estamos por arriscar e dicir que somos os últimos que hai en Galicia», dice el padre de José, que ahora busca reconducir la carpintería que poseen en la parroquia de San Salvador (A Arnoia). En la comarca de O Ribeiro constatan que probablemente sea así, porque hubo quien llegó a cruzar la frontera para buscarlos en Portugal dada la progresiva desaparición de los profesionales de aquí.
Todo tiene su ciencia en el arte de los cubeiros, que usan una plantilla para dar forma al tonel y señalan una de las grandes confusiones del público cuando contempla su obra: hay quien sigue creyendo que los trozos de madera son rectos tanto de largo como de ancho. «E iso carece de sentido, porque senón xa non habería cuba. Precisamos unha curvatura, e ten un proceso específico. Empregar unha serie de ferramentas específicas dobrar a madeira, ensamblala a continuación e que a cuba non perda o líquido...», explica el mayor de los dos. Pero además, intervienen las matemáticas. Matemáticas que, por cierto, no vienen en los libros, sino que se aprenden sobre la marcha. Ese legado empírico ha ido pasando de generación en generación, y es lo que ahora está en riesgo.
En los buenos años, llegaban a hacer 20 cubas por curso. En la actualidad, sin embargo, reciben ocasionalmente algún encargo de particulares o restauran otras más antiguas a las que el tiempo les ha pasado factura. Como a su misma profesión, a la barrica hay que cuidarla. «Cando o meu pai se ía xubilar, quixen manter vivo o seu traballo e que non se perdera. Pasei 15 días pola Ribeira Sacra e as Rías Baixas para ver como estaban traballando os colleiteiros, pero o oficio de cubeiro xa non é algo do día a día. Isto é algo que vai desaparecendo», dice José, el hijo.
Tanto su padre como él ponen el foco en el desinterés autóctono por mantener los matices de la propia madera en el vino. E ilustran el viaje del roble gallego hacia las bodegas de Irlanda y Escocia, tras pasar por factorías de Andalucía donde las fabrican, para aportar su aroma al whisky de las Islas Británicas, mientras a Galicia llega material procedente de Francia para hacer las cubas. «O mercado vai nesa liña xa desde hai un tempo. Os colleiteiros queren unha garantía de que ó seu viño non lle vai pasar nada. E a madeira que chega de alí faino certificada e tratada. Aquí, pola contra e aínda que poda parecer incríbel pola tradición vitivinícola, ninguén che pode dar esa garantía», dice el último de la estirpe de las Fariñas, de 42 años.
Ambos hacen un símil con el talento que sale de los institutos y universidades gallegas, rumbo a otras latitudes. La madera gallega sigue siendo valorada en el exterior, pero pasa de puntillas en su casa. «E o que a xente non entende é que a nosa madeira aporta características diferentes ó propio viño. Os matices que lle dan o sabor. Pero como pasa sempre en Galicia, mírase mellor o de fora», dice el hijo.