
Los sueldos de los asalariados nunca se han determinado por el valor intrínseco aportado por el trabajador sino por pura oferta y demanda. Si lo hicieran en base al valor aportado, un enfermero o un profesor de guardería deberían ganar mucho más que un informático
12 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.El debate sobre si existe una burbuja en el mercado laboral informático es tan estéril como recurrente. A mi me han acusado tanto de inflar sueldos para beneficiarme profesionalmente como de defender que existe una subida irracional de salarios. La realidad es un poquito más compleja y, desde luego, intentar explicarla no queda tan bien en Twitter.
En 2018, en un mundo que aún no conocía el covid y en el que Manfred no era más que una idea que en mi cabeza parecía espectacular, di una charla en la feria de empleo de Google Campus en la que aseguré ante una adormilada audiencia que la escasez de talento en tecnología no es un problema sino un síntoma de lo que aún está por venir.
Una de las cosas que aprendí de mi experiencia como profesor en el Instituto de Empresa es que la gente no suele hacer caso a un tipo que, pasados los cuarenta, sigue llevando camiseta y sudadera con capucha. Así que, para reforzar mis argumentos les pase el enlace a una charla de un tipo que no solo llevaba camisa sino que además trabajaba para una de las consultoras estratégicas más importantes del mundo, tenía un doctorado en Física, era un autor publicado en Harvard Business Review, había sido ponente en el foro de Davos y en 2014 ya predecía que en 2030 nos vamos a pegar una hostia bastante importante.
En esa misma charla también afirmaba que un salario competitivo en Madrid para un programador senior empezaba a partir de los 40.000 euros y el techo de cristal estaba alrededor de los 60.000 euros. Solo tres años después, tendría que incrementar esos salarios al menos un 25 % mientras el sueldo medio en España apenas ha subido un 1,9 %. De 24.009 euros a 24.463 euros. ¿Es ese incremento un síntoma inequívoco de que estamos viviendo una burbuja?
Según la Wikipedia, una burbuja se caracteriza por «una subida anormal, incontrolada y prolongada del precio de un activo que incita a adquirirlo con el fin de venderlo a un precio mayor en el futuro, lo que provoca una espiral de subida continua y alejada del valor intrínseco de dicho activo». El asunto es que en el mercado laboral informático no está pasando nada de eso.
Para empezar, los sueldos de los asalariados nunca se han determinado por el valor intrínseco aportado por el trabajador sino por pura oferta y demanda. Si lo hicieran en base al valor aportado, un enfermero o un profesor de guardería deberían ganar mucho más que un informático.
Segundo, la subida no tiene nada de «anormal e incontrolada» sino que está basada en esa misma oferta y demanda. El software está conquistando espacios que antes le eran ajenos. Cada día hay más demanda de técnicos cualificados y la oferta no es tan elástica como para poder absorberla. Ni se pueden fabricar programadores en serie ni tampoco acelerar la absorción de conocimientos y experiencia, solo disminuir el nivel exigido o incrementar los salarios de los que ya los poseen.
Tercero y último, no se está especulando con los programadores. No hay consultoras de servicios informáticos contratando programadores con salarios superiores a los que sus tarifas pueden soportar, con la idea de que podrán incrementar las mismas en un futuro. Entre otras cosas, porque ni un profesional es un «activo» ni al contratarlo lo estás «comprando». Así que, si los salarios siguen subiendo, o ajustas su salario a mercado o se acabará marchando.
Donde sí hay una tormenta perfecta que puede haber generado cierta burbuja es en los mercados financieros. La combinación del alto precio de los activos inmobiliarios, la nula rentabilidad de la renta fija y un dinero más barato que nunca -con tipos de interés del 0% o incluso negativos- ha generado una inyección en venture capital y private equity de enormes cantidades de efectivo que, normalmente, solía colocarse en opciones más conservadoras.
Esa inyección ha provocado la aparición de más fondos de capital riesgo y que los que ya existían cuenten con más potencia de fuego para invertir. Y una vez que recoge el dinero de sus partícipes, un fondo puede hacerlo mejor o peor, pero lo que no puede hacer es no usarlo. Eso puede llegar a convertirse en un problema si se da la coyuntura de que haya más dinero en circulación que proyectos de calidad donde invertirlo.
En esa situación, los fondos deben pelear por poder invertir en las mejores startups y, los que no aporten ningún valor añadido, sólo pueden competir ofreciendo financiación más barata; o, lo que es lo mismo, pagar más dinero por el mismo número de participaciones. Un auténtico tsunami que ha proporcionado a los emprendedores muchos más recursos y que, indirectamente, por supuesto que puede afectar a los salarios del sector.
El fenómeno se retroalimenta, porque el mismo dinero barato que llega a los fondos también riega a las empresas, que se han vuelto mucho más agresivas en sus estrategia de fusiones y adquisiciones, incrementando a su vez el retorno de los fondos y haciendo que la bola sea cada vez más y más grande.
Evidentemente, ahí fuera hay startups pagando nóminas que no soporta ningún modelo de negocio sino el capital riesgo -siempre las ha habido- y no tiene nada de malo mientras seamos conscientes de que trabajamos en una empresa que no es sostenible y puede que -al igual que los salarios que paga- nunca lo sea. Sería tan injusto como absurdo compararla con una que sí lo es.
Somos profesionales. Una de las cosas que nos diferencian de los amateurs es que cobramos dinero por realizar una actividad. No hay nada indigno o vergonzoso en querer obtener el máximo posible, pero si queremos gestionar nuestra carrera profesional en vez de dejar que la gestionen otros, más allá de producir y cobrar, debemos entender cómo funciona el negocio del que formamos parte.
El covid no ha hecho más que acelerar las cosas, imponiendo a las empresas una digitalización y -sobre todo- una deslocalización a marchas forzadas, pero todo este ruido no debe impedirnos ver la imparable tendencia que hay detrás: cada año hacen falta más programadores y cada año los países más industrializados del mundo producen menos. Eso no es una burbuja sino la obstinada realidad.
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