James Ellroy: «A mí gustan los polis, me caen bien, aunque cuando era joven me zurraron»

CULTURA

Emilio Naranjo / EFE

El maestro de la novela negra publica «Esta tormenta», la segunda entrega del nuevo cuarteto de Los Ángeles

22 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Si se le pregunta por Donald Trump se pone hecho un basilisco. «Nunca hablo de política», dice en tono cortante. Le gusta representar el papel de «perro diabólico» de la literatura americana, como se le bautizó, pero a la vez se califica como un escritor cristiano que cree en la redención, obsesionado por su relación con Dios, que reza, lee la Biblia y va a misa. Asegura que está feliz viviendo en el pasado y que la actualidad le importa un bledo. Presume de que no tiene móvil ni ordenador, pero, eso sí, cada vez que publica es un estajanovista de la promoción. James Ellroy (Los Ángeles, 1948) presenta Esta tormenta, la segunda novela del nuevo cuarteto de Los Ángeles, que inició con Perfidia. En 1942 la ciudad se tambalea después del ataque japonés a Pearl Harbour, en medio de conspiraciones comunistas y fascistas a los dos lados de la frontera, policías corruptos y fobia a los japoneses, recluidos en campos de internamiento.

-¿Qué van a encontrar los lectores de Ellroy en esta novela?

-Van ver Los Ángeles de una forma que nunca habían visto antes, ya que se transformó en una locura, un lugar descontrolado, porque la gente tenía mucho miedo. Pero al mismo tiempo era muy emocionante. También se encontrarán con una mayor diversidad de personajes y de motivaciones, mucho más variada que en cualquier otro libro mío. Expone toda la situación geopolítica caótica que existía entonces.

-¿Qué supuso el ataque a Pearl Harbour para Estados Unidos?

-Supuso el final del aislamiento de EE.UU., fue el momento en el que se comprometió con la comunidad internacional, algo que no tenía precedentes. Marcó el principio del gran ascenso de Estados Unidos en la historia como superpotencia mundial. Una vez que EE.UU. entró en la guerra estaba claro que los aliados iban a ganar.

-¿Por qué escribe novelas en forma de cuartetos y trilogías?

-Porque amo todo lo grande. Una gran película, las grandes piezas de música sinfónica y las novelas largas, las grandes investigaciones policiales y las grandes conspiraciones. Más es más.

-Sus novelas abarcan desde 1941 a 1972. ¿Constituyen una visión alternativa a la historia oficial?

-Precisamente de eso se trata, de reescribir la historia. Trato de la infraestructura secreta humana de los grandes acontecimientos públicos. Si consigo que los lectores se crean las tramas que tejo como una red, automáticamente lo que le cuento será creíble. Nadie se cree la versión oficial de la historia de Estados Unidos ni de ningún país. Solo un escritor de cierto talento y pericia que ha estado obsesionado con la historia durante muchos años puede haber escrito estos libros.

-En sus novelas aparecen muchos policías corruptos. ¿Qué relación tiene con la policía?

-A mí me gusta la policía, me gustan mucho los polis, me caen bien. Cuando era joven me zurró la policía de Los Ángeles en tres ocasiones y me alegro de que lo hiciera, porque me lo merecía.

-En la novela habla de los campos de internamiento en los que se encerró a los japoneses que vivían en Estados Unidos.

-Se cometió una gran injusticia con estos japoneses, y lo rechazo. Pero si uno se fija en las atrocidades que cometieron, incluido el ataque de Pearl Harbour, se entiende por qué hubo esa reacción contra ellos. Además, no tuvo nada que ver con los campos nazis ni con el Gulag. No es comparable ni por asomo.

-Franco también aparece en su novela.

-Fue una influencia importante para los cristeros.

«La película de Tarantino es la mejor sobre Hollywood»

Ellroy siempre había sido muy crítico con las películas de Quentin Tarantino, pero la última, Érase una vez... en Hollywood, le ha maravillado. El autor de L.A. Confidential y La Dalia Negra asegura que es muy raro que vaya al cine, pero en esta ocasión fue con dos amigos tras acudir a misa y se lo pasó bomba.

-Es la única película de Quentin Tarantino que me ha gustado, es más, me ha entusiasmado. Creo que es la mejor película nunca hecha sobre Hollywood, mejor incluso que Sunset Boulevard [El crepúsculo de los dioses, de Billy Wilder, 1950]. Es una obra maestra que redime a las víctimas de la matanza de la familia Manson y conecta con el corazón latente de la historia.

-Joyce Carol Oates le ha calificado como «el Dostoievsky norteamericano», pero usted confiesa que no la leído «Crimen y Castigo», al igual que tampoco a otros clásicos.

-Me gusta la comparación, pero no he leído esa novela, aunque lo he intentado, sobre todo por lo que dijo Joyce Carol Oates. Tengo un ejemplar en casa y cada cierto tiempo me digo «voy a leerlo», pero no puedo, no puedo leer eso, es muy seco.

-Nunca ha tenido teléfono móvil ni ordenador. ¿Por qué?

-Porque no me hacen falta. No tengo ni idea de cómo funcionan un ordenador ni un móvil. Me vale con el fax. Vivo en mi mundo, en el pasado, veo combates de boxeo y películas policíacas, leo libros policíacos de los años 50. Vivo en Denver [Colorado], pero siempre escribo sobre mi ciudad, Los Ángeles.

-Es muy crítico con uno de los grandes clásicos, Raymond Chandler. ¿Por qué?

-No me gustan sus libros y no creo que conociera bien a la gente. No me gusta su estilo, y las tramas de sus novelas son banales. Chandler era un escritor superficial, un estilista. Su detective Marlowe está todo el día autocompadeciéndose. Cuando leí sus novelas siendo adolescente me gustaron, pero hace un par de años traté de volver a leerlas y no pude. Le propongo otro nombre, Ed McBain. He leído sus 55 novelas policíacas del subgénero de policía procesal, basadas en el Distrito 87. Siempre las releo y me gustan.

«Con cada obra, siempre trato de llegar a la perfección»

El escritor estadounidense, uno de los clásicos vivos del género negro, explica cuál es su método de trabajo y cómo ha ido evolucionando su escritura hasta hacerse más concisa y directa.

-La investigación la hace mi ayudante, aunque no busco grandes revelaciones, sino un punto que me permita extrapolar la ficción a partir de hechos comprobados. Escribo cientos de páginas de notas, con el argumento y los personajes y luego elaboro el borrador. No hay que creerse a los escritores que dicen que improvisan.

-¿Qué tipo de lector le interesa?

-No hay un lector perfecto. Mi lector es aquel que se sienta y lee cien páginas de una tacada. Mi objetivo es establecer una relación interactiva y profunda con mis lectores, alejarlos de su vida cotidiana y obligarles a leer los libros de forma obsesiva, compulsiva, que es la forma en la que yo escribo mis libros. Pero tenga en cuenta que yo escribo solo para mí y para Dios.

-¿Cómo ha evolucionado su forma de escribir desde «La Dalia Negra» hasta ahora?

-He revisado el inglés norteamericano y refinado el lenguaje de la novela negra. He escrito tanto en primera como en tercera persona. Mi estilo se ha vuelto más conciso, lo que me permite exponer la vida interior de mis muy diversos personajes de forma más directa. Siempre adapto el lenguaje de un libro a la historia inmediata que estoy contando.

 -Usted se ha calificado como obsesivo y perfeccionista. ¿Cree que ha escrito la gran novela americana perfecta?

-No, pero yo siempre trato de llegar a la perfección y mejorar el libro anterior. Mi objetivo fundamental es siempre escribir grandes libros perfectos.

-En «Esta tormenta», como en otras de sus novelas, mezcla personajes reales e inventados. ¿Cómo lo hace?

-Sigo algo que aprendí muy pronto, que es mejor no mostrar a los personajes reales en contextos históricos, sino íntimos, fuera del foco de atención, mezclándolos con los inventados, que son los dominantes. Así lo he hecho con J. Edgar Hoover, John F. Kennedy, Martin Luther King o William H. Parker, el protagonista de Perfidia, que se convertiría en el jefe del departamento de policía de Los Ángeles.

-En esta novela Orson Welles sale malparado.

-Orson Welles es un tipo que no me gusta como persona, y menos aun sus películas. Por eso decidí darle, en esta novela, unas cuantas patadas en el culo.