Pérez-Reverte: «Que me odien y teman es el lema de ''mi'' Campeador y lo asumo como propio»
CULTURA
El escritor cartagenero convierte, en su nueva novela «Sidi», la forja de la leyenda del Cid en un wéstern medieval sobre un mercenario que batalló para moros y cristianos
19 sep 2019 . Actualizado a las 18:35 h.A Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) se le reveló el Cid como personaje de ficción viendo una peli de John Ford. Está más que satisfecho de Sidi (Alfaguara), su novela histórica y de aventuras ambientada en la frontera del Duero en el turbulento siglo XI. «Es un wéstern medieval», avanza. Una fábula en la que corren ríos de sangre, en la que se viola, degüella, mutila, esclaviza y se saquea, y huele a muerte, sangre, sudor, estiércol, cuero y humo. Sidi quiere decir «señor», que así llamaban los andalusíes a Ruy Díaz de Vivar. Es también el Campidoctor, el dueño del campo, protagonista de un libro que se puede leer como «un manual de liderazgo» que constata que en España, hoy como hace un milenio, quien saca la cabeza se arriesga a que se la corten.
En el inicio de la cuenta atrás para las cuartas elecciones en cuatro años, elude Pérez-Reverte glosar la ineficacia de nuestros políticos. «Ni palabra; no quiero que me envilezcan al personaje», dice sarcástico. Pero enseguida se explaya sobre la mediocridad congénita de un país «que condena, odia y destruye la inteligencia» y «penaliza el saber, la cultura». «Desconfiamos de las élites. Cuando una personalidad de esas tan necesarias para construir las referencias y los mitos de los pueblos brilla aquí en lo político, lo cultural o lo histórico, nos encargamos de machacarla», lamenta.
Ofrece con Sidi «un manual de liderazgo» más que necesario en un país que solo encumbra a mediocres. «Al liderazgo político llegan solo quienes pasan unos filtros de la mediocridad que empiezan en el colegio, con un sistema educativo concebido para machacar la brillantez y la inteligencia», insiste. «Es especialmente virulento y hace que el inteligente se acompleje, no demuestre su capacidad y sepa que si levanta la mano se la cortan, que opte por callar y pasar inadvertido».
De Napoleón a Clausewitz, Reverte ha leído «todo» sobre liderazgo para perfilar a «su» Campeador, para narrar «cómo un infanzón burgalés de segunda fila caído en desgracia se convierte en una leyenda a su pesar», explica. Por eso novela su primer año de vida en el exilio, «cuando sale con sus huestes a buscarse la vida». «Es una reflexión sobre cómo mover la conciencia y la voluntad de los hombres válida para una mesnada de mercenarios del siglo XI o los ejecutivos de una empresa de telefonía móvil del siglo XXI», resume.
Su líder es un soldado de fortuna, un proscrito que «lucha contra moros y cristianos y está al servicio de ambos. Un Cid que reza con unos y con otros, pero que hoy no tendría causa, porque no es tiempo para héroes». «Me encantan los mercenarios», dice el creador de Diego Alatriste y Lorenzo Falcó. «Tienen mala prensa, pero todos somos mercenarios de quien nos paga», los defiende el escritor celebrando «la suerte que supone ser hoy mercenario de mí mismo, aunque lo siga pagando». «Prefiero un mercenario profesional y bien pagado y a un voluntario entusiasta. El mercenario es muy respetable: vende su trabajo, no su vida, y no veo la menor connotación negativa del vocablo».
«Gente que se busca el pan en situaciones extremas»
La lealtad es otro eje de un relato épico sobre la forja de una leyenda que su protagonista no quiso alimentar. «Conozco los mecanismos que hacen leales a los seres humanos. Los he vivido en la guerra, no en libros ni películas», se ufana el curtido corresponsal bélico. «La lealtad se gana con actitudes, no con ideas, y por eso es una novela de hechos, no de ideas. No hay patriotismo, ni ideal de Reconquista que fue ni sueños de gloria», destaca. «Habla gente que se busca el pan en situaciones extremas». De un Sidi «que es está a la altura de lo que se le exige y lo demuestra con hechos: cabalga, duerme, come, pena, batalla y mata con los suyos», enumera su creador. «Necesita la cobertura de dignidad que le da la lealtad a un rey, sí, aunque este sea un hijo de la gran puta como Alfonso VI, que es más un símbolo que una lealtad práctica», concede.
Orderint dum metuam, que me odien pero que me teman, es el lema del emperador Tiberio que Pérez-Reverte rescata para su Cid y que el escritor asume como propio. «Me parecía práctico viniendo del emperador romano y me quedé con él», aduce.
Coleccionista de sables, Reverte se hizo con una Tizona, con cotas de malla, lorigas, yelmos, cueros y todos los pertrechos bélicos de le época. Vistió estos atavíos «para saber que sentía aquellos guerreros lastrados por un peso descomunal. Pero no lanzó ni lanza ahora mandobles de Tizona que servirían hoy de poco. «Vivimos tiempos de napalm, no de tizonas», dice provocador.
«Quien escriba para la posteridad se equivoca»
¿La posteridad se la refanfinfla? «No quiero faltarle al respeto a la posteridad, pero he visto muchas bibliotecas ilustres en librerías de lance. ¿Quién se acuerda hoy de Cela, de Torrente Ballester, de Terenci Moix o de José Luis Sampedro? Un autor muere y sus libros duran dos o tres años en las librerías. Luego desaparece, se extingue. No escribo para la posteridad. Lo hago para divertirme y ganar algo de pasta. Quien escriba para la posteridad se equivoca».
Mitificado y mistificado
Hay muchos Cid en la historia y sabe Pérez-Reverte que su figura ha sido mitificada y mistificada sin descanso. «De niño conocí al Cid presentado en mi libro de texto, ''con camisa azul que por el cielo cabalga'', conectado con Don Pelayo, con el Cid Campeador y Franco en una cadena que entronca con la Cruzada y que nos llevaba a la salvación de España por la gloria de Dios», enuncia irónico.
Pero Reverte huye de ese Cid patriotero, adalid de la cristiandad, martillo de herejes, asesino de moros y precursor de la Reconquista, «que es un concepto intelectual que viene después. Es completamente falso y no me interesó. Quería saber cómo era ese Cid al que sus huestes llaman señor», reitera. Un tipo que se buscaba la vida en una frontera que tiene mucho que ver con el lejano oeste.
«Es una pena que mientras los americanos han hecho miles de películas e historia sobre sus fronteras, nuestra frontera del Duero no tenga plasmación cinematográfica, ni literaria ni épica, cuando allí había pioneros, colonos e incursiones de guerreros árabes que actuaban como los apaches», evoca Pérez-Reverte.