El centro cívico de Feáns, foco del primer brote, situó hace justo un año la pandemia a la puerta de casa

R. DOMÍNGUEZ

Hace hoy justo un año, Galicia vio la amenaza en la puerta de casa. Por primera vez, la pandemia se revelaba muy cerca en los buzos y escafandras, los cordones de seguridad y los precintos con los que entonces, cuando apenas nada se sabía, se pretendía burlar a un escurridizo virus que comenzaba a colarse invisible de este lado de la pantalla del televisor. El centro cívico de Feáns saltó a las primeras páginas con fumigadores de rostro oculto y uniformados de blanco desinfectando el que fue el primer foco de un brote de coronavirus en la comunidad. Ni siquiera se le llamaba todavía covid.

Un día antes, el 9 de marzo, y desde el propio hospital uno de sus vecinos intentaba tranquilizar. «Creo que nos están controlando bien y no hay por qué alarmarse», decía entonces José Ramón Cernadas. Con él, aquel lunes de hace un año solo había otras tres personas ingresadas en el Chuac, una de ellas en la uci, y en sus casas estaban aislados otros cinco positivos. Eso era todo.

El miércoles anterior, 4 de marzo, se había diagnosticado en el hospital coruñés el que fue el primer caso confirmado de coronavirus en Galicia, un hombre de 49 años que había llegado de Madrid en un coche compartido para una entrevista de trabajo. Pero el virus ya estaba aquí antes.

José Ramón, que ya la semana anterior había ido a la Casa del Mar con molestias porque «no estaba redondo», confiaba todavía aquel 9 de marzo en que aquello no fuese a más. Pero el Ayuntamiento clausuraba ya el centro cívico. Los ensayos de la coral estaban en el ojo de lo que fue mucho más que un huracán. A tanta velocidad, pero durante mucho más tiempo, el virus se propagó por distintas vías más allá de lo que nadie creía posible. 

24 de 38

Sanidad calculaba ese mismo día que alrededor de 250 personas podrían haber estado expuestas en Feáns. Antes de que acabase aquella semana, el jueves 12 de marzo, Feijoo anunciaba fuertes medidas de contención y España se confinaba. En A Coruña, 24 horas antes del encierro había ya 38 infectados de los 65 confirmados en Galicia y 24 estaban relacionados con el centro cívico coruñés.

El covid -19 no se había cobrado todavía ninguna víctima mortal en la ciudad, aunque no tardaría más que otros cuatro días en hacerlo. Un año después, se lloran ya 555 vidas arrebatadas por el SARS-CoV-2.

«Este sí que fue un año horrible, ya no quiero ni recordarlo, me emociona y me descoloca, me quita de mi sitio», resumía ayer José Ramón Cernadas. Habla de «tristeza» y del difícil empeño de recuperarse de «todo lo terrible y fatídico que pasó».

El 23 de marzo, 17 días después de que le confirmasen que era positivo, se convirtió en el primer paciente covid en recibir el alta en el Chuac. 

Las cosas, sin embargo, se torcerían todavía más. Después de que le tocase el covid a él, a su esposa, a su hijo y a su yerno, hace cuatro meses perdió a su otra mitad y se cumple uno desde que tuvo que pasar por el quirófano para operarse la cadera. «Lo mío fue una secuela, y lo de mi mujer, yo creo que también, era sana, fuerte...». No se explica de otra manera su pérdida por un mal «incontrolable de los que hay un caso entre mil» ante el que nada se pudo hacer. Tampoco comprende cómo su propio esqueleto, que hasta el covid ejercitaba casi a diario haciendo deporte, de repente le fallase sin más. «Los huesos quedan tocados», piensa de las consecuencias del virus.

Fuera de juego

Se reconoce todavía «fuera de juego» por tanto sucedido y da gracias al cielo porque el virus no se llevase a más de sus vecinos. Salvo uno, «toda la gente del pueblo ser recuperó, con sus cosas y problemas, porque siempre hay secuelas, pero todo el mundo está funcionando».

Con bastón para evitar resbalones y sustos, José Ramón Cernadas ha vuelto a caminar, va a la compra y empieza a pensar ya en recuperar el huerto abandonado en su finca de Feáns, donde ya no tiene abejas. «Me quedé sin ellas porque no pude atenderlas», explica. Ante los vacíos de este año para olvidar, le da la vida «tener la casa llena de gente» y que hijos y nietos le espanten la soledad ahora, cuando «en el aspecto físico voy recuperándome. Del resto, ya te puedes imaginar».

«De momento no entro en la vacunación, tengo anticuerpos, pero cuando llegue voy de cabeza», insiste este vecino que aprovecha para llamar a la precaución: «Esto sigue aquí», dice. Él también sigue. Peleando por «tener una ilusión, si no, en la vida no tienes nada; a veces está un poco baja, pero bueno, poco a poco».

Un año después, el centro cívico de Feáns está abierto, aunque casi sin actividades, y a través del Whatsapp, José Ramón sigue en contacto «todos los días» con los miembros de la coral.

No han vuelto a cantar.