Ellos cocinan por Navidad

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vítor mejuto

La Nochebuena se viene... y no se va su gusto familiar. ¿Pero quién se pone el delantal? Madres y abuelas, tened una noche de paz. Los pillamos a ellos con las manos en la masa, para mantener la lumbre de la Navidad

21 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La pasión de Efraín González Prato por la cocina se gana el corazón de la gente, y eso que nació de la rebeldía. «Un día le dije a mi madre que no me gustaba lo que ponía, y me dijo: ‘Tienes dos opciones: o lo comes o lo haces tú’. Mi madre tenía las ideas claras y también tenía clara la libertad que quería dar a sus hijos», cuenta este otorrino, profesor de yoga y aficionado al arte cinético sobre vidrio. Efraín es, para poner la guinda, un cocinero vocacional que aprovecha las ocasiones especiales para atender el paladar de la familia y los amigos. «La cocina fue mi manera de establecer un lenguaje afectivo. Yo, si no te quiero, no te cocino...», sonríe.

 El tiempo, dice Efraín, modifica los recuerdos con una cocción que alterna el fuego vivo y el lento. «El tiempo lima los bordes del rompecabezas de la vida que vas armando al revés», reflexiona revolviendo un colacao. La pieza clave de su puzle biográfico es el sabor de la cocina de su abuela. «Somos hijos de las comidas que preparaban nuestras abuelas, y yo quiero ser hijo del recuerdo de los mejores platos de la mía», dice Efraín, que heredó el don de la madre de su madre. Su historia, que tiene sabores y sinsabores, es la de un médico que decidió migrar de Venezuela por «esa guerra blanca, psicológica, que sufre el país. No tendrá el nombre de guerra, pero cuando empiezan a jugar con tu alimentación, con tu seguridad... sí es una guerra psicológica del día a día», señala.

Él se pone con gusto el delantal. Cocinar es, para él, una forma de meditar y de querer. «La primera vez fue para una gran amiga que estudió Medicina conmigo. Hizo una boda para 30 personas. Un día me dijo: ‘¿Sabes que me caso en la noche? Quiero que pases el día conmigo. Inocentemente, le dije que ok. Y me dijo: ‘Siempre me ha encantado la paella que haces, ¿sabes? Mi regalo de bodas es que cocines para nosotros. ¡Ya lo compré todo!’. Y yo: ‘Ok, ok… Qué amable’, jajaja”, recuerda Efraín. «Al final, fue maravilloso, ¡salió una de las mejores paellas que hice en mi vida!», asegura.

Uno de sus secretos es cocinar sin receta y sin probar el plato mientras lo va haciendo, ni siquiera por ver cómo va de sal. «Si voy a tu casa y me dices ‘Cocinemos’, abro la nevera y veo qué puedo cocinar. Con lo que hay, me apaño, no necesito sal marina del Himalaya...», asegura. Ahí está la mano de esas abuelas que hacían milagros con unos restos de pescado y pan.

UN SECRETO GALLEGO

La paella que prepara desde que vive en Galicia tiene un secreto, y no lo esconde: «La hago con caldo de codillo ahumado. Como médico, desgraso todos mis caldos el día anterior», cuenta quien se considera un transgresor con devoción por el color. Efraín ha ideado, entre otras cosas, el sabor de una Aperta Mariñeira, nombre con el que bautizó un entrante que hace a base de langostinos tempurizados con perejil y ensalada de algas al ajillo, y que servirá a los suyos esta Navidad.

Su pasión por el color inunda el plato. «El color es emoción para todo. Hasta el gris y el negro hablan de emociones, y con esos colores puedo hacer calamares en su tinta con arroz», dice Efraín. Esta Nochebuena y esta Navidad cocinará en A Coruña, y en Fin de Año, en Madrid. «Allí para la familia, ¡y aquí para la familia que me envió la vida!, los amigos», valora. Sus amigos gallegos lo han invitado a que les prepare una cena venezolana. Entre otras cosas, hará unas hallacas, plato de Venezuela que requiere un guiso de 24 horas y que elabora con una harina que lleva «un secreto gallego» (harina de maíz batida con caldo de codillo); plato consistente que empezará a preparar diez días antes de su degustación. Sentará a la mesa a cerca de 40 personas. «El año pasado fuimos 39. Y la cena, totalmente gallega», cuenta. «A veces no tienen que decir nada, basta con ver sus caras», dice saboreando el placer de acertar. Sentarse a una mesa es, para él, alimentar relaciones. «Y eso se lo debo a mi madre. Para ella, el momento de la comida era sagrado. Eso de irte al cuarto a ver la tele y comer nunca se hizo en mi casa», recuerda quien se estrenó en los fogones a los 9 años, con una quemadura que aún le hace evitar la cocina con aceite. Para toda la vida le marcó el accidentado debut, que fue «una doble lección» de su madre, quien le advirtió: «Eres aún muy pequeño para cocinar».

Efraín tendrá el gusto de empezar las Navidades cultivando ese don de tantas madres y abuelas: alimentar la xuntanza. Con la familia y con los amigos, que como él dice, son la familia que nos va dando la vida.