Así será la nueva generación de vacunas: más baratas y contra todas las variantes

Raúl Romar García
r. romar LA VOZ

SOCIEDAD

Martina Miser

La nueva generación de vacunas apuesta por reforzar la inmunidad y en el futuro podrían darse junto con la de la gripe

23 mar 2022 . Actualizado a las 12:44 h.

No hay duda. Por mucho que algunos aún se empeñen, las vacunas han cambiado el curso de la pandemia de coronavirus. Aun con sus limitaciones, tanto las de ARN como las más convencionales de adenovirus han demostrado que son seguras y, sobre todo, que protegen contra la enfermedad grave y la muerte. Pero tienen una debilidad: no defienden por completo contra la infección, y más especialmente por la provocada por las nuevas variantes del SARS-CoV-2.

Hacen falta nuevas alternativas terapéuticas y en ello están trabajando laboratorios y farmacéuticas de todo el mundo, algunas de las cuales ofrecerán sus sueros ya este mismo año. Pero ¿cómo será la nueva generación de vacunas? Más baratas, con menos efectos secundarios, más manejables, por lo que podrán conservarse a temperatura ambiente, ofrecerán una mayor inmunidad mantenida en el tiempo y, sobre todo, tendrán capacidad para hacer frente a las distintas variantes del virus que puedan presentarse. Sin obviar que dentro de unos años es muy probable que la vacuna contra el covid se combine en una misma formulación junto a la de la gripe. También habrá que esperar por la vacuna intranasal, que será esterilizante y que protegerá prácticamente por completo contra la infección.

Pero de lo que tampoco cabe duda es de que las nuevas armas contra el covid seguirán siendo necesarias, porque la pandemia aún no se ha acabado. «No podemos gripalizar un virus que, aun con una variante menos agresiva, mata ocho o nueve veces más que la gripe», advierte el virólogo del CSIC Vicente Larraga, que prepara una vacuna de ADN.

Su compañera Isabel Sola, codirectora junto con Luis Enjuanes de otro equipo del CSIC que trabaja en una fórmula esterilizante y de administración oral, coincide con su colega. «Las nuevas vacunas —dice— nos van a venir muy bien para esta pandemia, porque el virus no va a desaparecer y no sabemos si será en una versión más atenuada o más virulenta».

Hecha esta advertencia, Sola avanza la estrategia hacia la que se están enfocando laboratorios de todo el mundo: «El objetivo —explica— es conseguir una inmunidad más duradera en el tiempo, por lo que no sería necesario administrarla cada pocos meses, y que sea resistente a las distintas variantes». En esta línea, la investigación pasa por «introducir distintas secuencias de la proteína de la espícula y de otras partes del virus para que también sirvan como antígenos y ofrecer una mayor protección frente a la infección».

Lo que tardará un poco más es la administración intranasal, en la que trabaja su equipo y multinacionales como AstraZeneca. No hay dudas de que para lograr una inmunidad esterilizante la forma más adecuada es ofrecer la fórmula por las mucosas. Pero la cuestión es cómo y, sobre todo, que no cause efectos secundarios en el cerebro, ya que esta aproximación nunca se ha realizado. «Lo primero que tenemos que demostrar —advierte Sola— es que son seguras». En cuanto a la administración, una vía que se ensaya es a través de un dispositivo líquido que libere aerosoles que se puedan respirar. Queda, sin embargo, aún mucho trabajo por delante.

Vicente Larraga apunta un aspecto no menos importante de la nueva generación de vacunas. «Tienen que ser mucho más baratas, porque las actuales, sobre todo las de ARN, son muy caras, y deben causar menos efectos secundarios». Y también se trabaja en conseguir que se puedan mantener a temperatura ambiente, lo que facilitará su distribución, especialmente en África. Su equipo trabaja en una de ADN que cumple estas condiciones, pero la falta de macacos para realizar los ensayos retrasa los trabajos.

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Cristina, Estefanía y Vanesa han inyectado entre las tres varias decenas de miles de vacunas contra el coronavirus. Ramiro, en cambio, está más preocupado por la malaria, el sida, la tuberculosis o por «la falta de una cobertura vacunal infantil adecuada frente a las principales enfermedades prevenibles como el sarampión, la meningitis o la fiebre amarilla». Todos se dedican a lo mismo, a la enfermería, solo que las primeras trabajan para el Sergas en Galicia, una de las regiones del mundo con mayor porcentaje de vacunación contra el covid-19, y Ramiro García (Madrid, 1977), para Médicos Sin Fronteras (MSF) en Bangui, la capital de la República Centroafricana: un pequeño país entre el Chad, Sudán, Sudán del Sur, República del Congo, República Democrática del Congo y Camerún de casi cinco millones de habitantes en el que apenas se han repartido 2,2 millones de dosis. Donde ni siquiera la falta de inyectables, que se pueden encontrar con cierta facilidad en las ciudades, es el principal problema. Les afecta más «un sistema de salud muy débil debido a la pobreza», la «existencia de un conflicto armado cronificado» y que «parte de la población no confía en las vacunas». De ahí que una parte de su trabajo y del de MSF, que se centra en la coordinación sanitaria, sea también informar a la ciudadanía de «la importancia de que las personas con factores de riesgo sigan las medidas de protección y de la vacunación para protegerse y para proteger a la gente cercana frente a la enfermedad».

Sin embargo, el caso de Centroáfrica, con apenas el 15 % de la población vacunada, ni siquiera es el peor. Burundi (con el 0,08), República Democrática del Congo, Haití, Chad, Yemen, Papúa Nueva Guinea, Sudán del Sur, Madagascar y Camerún no llegan siquiera al 5 %. En cambio, en Gibraltar, por efecto de los trabajadores transfronterizos, o en Emiratos Árabes, que regalan las dosis a los turistas, se han vacunado más personas que los habitantes que tienen. De hecho, en el conjunto del planeta solo está vacunado el 56 % de la población y, por el medio, hay ejemplos de rotundo éxito como el de Portugal, con prácticamente el 95 % de sus ciudadanos inoculados, y también notables fracasos como el de Bulgaria, que pese a contar con el mismo nivel de acceso a través de la Unión Europea apenas ha vacunado a uno de cada cuatro nacionales, presas de la desinformación y la desconfianza.

El milagro científico de las vacunas contra el covid —particularmente las de ARN mensajero, que tienen como cara más visible al matrimonio turco-alemán que desarrolló la fórmula para Pfizer/BionTech—, además de culminar décadas de investigación deja tras de sí una serie de disfunciones comunes a todos los desequilibrios globales. La UE, tal y como presume la presidenta de la Comisión o el presidente español, ha donado más dosis de las que ha administrado entre su población, pero también, tal como denuncia la Alianza Popular por las Vacunas, ha tirado ya más unidades (55 millones) de las que ha enviado a África (30 millones). Un continente en el que ahora se está montando de la mano de la OMS el primer centro de transferencia tecnológica para la producción de vacunas de ARN, que llega después de que científicos sudafricanos obtuvieran una copia casi exacta de la de Moderna, sin colaboración de la farmacéutica.