María Berrozpe, experta en sueño infantil: «A los adolescentes les iría mejor si se retrasase la entrada a los colegios»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

LA TRIBU

María Berrozpe es experta en sueño infantil y lactancia.
María Berrozpe es experta en sueño infantil y lactancia.

Como investigadora en la materia defiende la lactancia materna y el poder que tiene para ayudar a conciliar el sueño

18 oct 2022 . Actualizado a las 16:01 h.

María Berrozpe tiene todos los trucos para un buen dormir. En la actualidad, el descanso se maltrata casi tanto como se desea. Por la noche, le robamos una hora al sueño para alargar la serie de turno, y por el día, nos arrepentimos. Un ciclo del que muchos querrían salir. Berrozpe es doctora en ciencias biológicas por la Universidad de Barcelona. Tras el nacimiento de su primer hijo, apostó por dar un vuelco a su carrera, y desde entonces investiga sobre la crianza, la salud primal, la lactancia materna, y especialmente, acerca del sueño infantil. Tanto que es cofundadora y codirectora del Centro de Estudios del Sueño Infantil (CESI), donde forma a otros profesionales de la salud en el arte e importancia de Morfeo. Para dormir bien, dos trucos: cenar pronto y fuera luces.  

—Siguiendo el ciclo de la vida, ¿se puede decir que el feto duerme en la barriga de la madre?

—Sí, por supuesto. El feto ya empieza a dormir dentro de la barriga de la madre. Hacia el segundo trimestre comienza con el sueño activo, y luego se desarrolla el sueño tranquilo. Es más, se notan perfectamente los patrones de sueño y vigilia en el feto. 

—En su libro, La ciencia del sueño infantil (Oberon, 2022), comenta que suele estar más activo entre las nueve y las doce de la noche, justo cuando los adultos, y especialmente la madre, empieza a relajarse para dormir. ¿Por qué se produce esta contradicción?

—La razón exacta no está clara, pero puede haber varias respuestas posibles. Por una parte, como la madre está más tranquila y relajada, el feto recibe mejor el oxígeno, el azúcar en la sangre, y por lo tanto, tiene más posibilidades de estar más activo y moverse. También puede ser que el feto reciba la melatonina de la madre, pero no tiene el mismo efecto. Es decir, cuando anochece, la melatonina sube en los adultos y eso produce el sueño para irse a dormir. En cambio, esta subida no tiene el mismo efecto en el feto porque su sistema circadiano todavía es inmaduro para ello. Y ya por último, otra razón que a mí me gusta mucho como bióloga, es que cuando la madre se mueve, el bebé tiene una tendencia a quedarse quieto. Se ve también después del nacimiento. Existen muchos biólogos evolutivos que piensan que eso se produce porque en el pasado, si la mujer tenía que huir de algún peligro en la naturaleza, el bebe tenía que estar quieto para que tuviesen más posibilidades de sobrevivir. Podría ser un comportamiento que se refleja ya en el feto, que cuando la mamá está en movimiento, tiende a estar muy tranquilo, y cuando ella se relaja, aprovecha para moverse. 

—Si los neonatos no siguen los ritmos circadianos, ¿cómo es su sueño?

—El centro supraquiasmático del hipotálamo del cerebro del bebé todavía no está maduro, por lo tanto, es incapaz de tener un ritmo como el de los adultos. Se considera que hacia los tres meses está preparado para integrar el ritmo circadiano, aunque esto no signifique que sea capaz de saber exactamente en qué hora está viviendo. Se trata de un proceso evolutivo que dura hasta los primeros años de vida. De hecho, va cambiando con el paso del tiempo. Por ejemplo, los ancianos o los niños pequeños tienden a levantarse muy pronto, y en cambio en la adolescencia se produce un retraso de fase muy importante. 

—¿De qué factores depende esta sincronización?

—Hay varios. En el libro no quise decir una edad porque cada niño encuentra su momento. Y además, están los factores ambientales. Por ejemplo, la lactancia materna ayuda a esa sincronización, porque la propia composición de la leche sigue un ritmo circadiano que educará al cerebro y a todo el sistema del bebé, de ahí que los niños amamantados se sincronicen antes y mejor. Luego, los niños que siguen una vida activa, que se exponen al sol, que no están siempre encerrados o que por la noche en casa no hay muchas lucen brillantes o pantallas que lo desvelen. Con todo esto, se podría decir que sobre el primer año de vida se está desarrollando y hacia el segundo es cuando ya empieza a considerarse maduro. Aun así, no me gusta hablar de edades porque se crean expectativas y si no se cumplen, la gente se preocupa. Lo importante para saber si un niño está durmiendo como debe es ver si está bien durante la vigilia. 

—¿Cuáles serían las claves para ver si hay un correcto descanso?

—Más que las horas que duerme, es cómo se encuentre. Si la familia lo ve cansado, de mal humor, que le cuesta levantarse por las mañanas o que por la noche está rebotado. También podría ser que hubiese problemas de desarrollo cognitivo que no siguiese un ritmo normal, o que tuviese un mal rendimiento en el cole. Todo esto es más importante que lo que recomiendan las distintas academias, porque hay niños que pueden estar en los percentiles altos del sueño y no dormir lo que necesitan, y viceversa. Es más, se dice incluso que los niños más inteligentes necesitan menos sueño porque su cerebro es más eficaz a la hora de dormir, y hace todo lo que tienen que hacer más rápido. Así que no siempre un sueño corto es preocupante. 

—Al hablar de números siempre se piensa en las conocidas ocho horas de sueño. 

—Ocho horas, en general, es poco para los niños. Se recomiendan más. Hay tablas por edades, y coinciden hasta cierto punto entre las distintas academias, porque el intervalo entre el máximo y el mínimo a cada edad es bastante amplio. Lo mejor para conocerlos es acudir a la Asociación Española de Pediatría. Con todo, yo estoy más con los profesionales que piensan que estas cifras son orientativas. 

—¿Por qué dormimos? No está del todo claro lo que ocurre durante el sueño… 

—Se sigue investigando mucho al respecto. La función principal de la que más se habla es la consolidación de las memorias y del aprendizaje. Tanto las cosas que aprendes, como las experiencias o las memorias emocionales. Luego también parece que es un momento de regeneración del sistema completo, y además, los últimos estudios apuntan a que puede ser un momento en el que se recoge la basura del cerebro, de modo que se limpien las cosas que se han ido generando. Por eso es realmente importante para nuestra funcionalidad diaria. 

—En su libro habla de los cronotipos, según los cuáles las personas podrían clasificarse en alondra, búho y una mezcla de ambos. ¿Por qué se producen estas diferencias?

—Es una cuestión genética, de si el punto alto de melatonina lo tienes antes o después. Es bastante intrínseco a cada persona. De manera que aunque el ciclo circadiano vaya variando según la edad, cada persona es de un cronotipo u otro. Se basa en cómo el reloj interno de cada individuo interpreta los cambios ambientales y cuando tienes la subida hormonal de melatonina. 

—¿Y esto se podría ajustar? ¿Un búho muy búho podría volverse alondra?

—Sí. De hecho, es lo que haces cuando das melatonina exógena, que adelantas a los niños que son muy búhos para que al día siguiente no se estén muriendo de sueño. Ocurre bastante con los adolescentes, una etapa en la que es normal que se retrase el ciclo. Incluso pasa entre los niños alondra. Pero cuando un chaval ya es muy búho y llega la adolescencia, se produce un desfase brutal con las exigencias sociales como con las académicas. Será en este caso cuando los pediatras consideren necesario tomarla o no. 

«Todos los compotamientos del bebé cuando salé del útero solo se entienden sobre el cuerpo de la madre»

María Berrozpe es experta en sueño infantil y lactancia.
María Berrozpe es experta en sueño infantil y lactancia.

—También tiene importancia la higiene del sueño, ¿no es así?

—Claro. Antes de la melatonina, hay que ajustar todos los hábitos del sueño: que el niño cene, como mínimo, dos horas antes de las que debería para dormir, que no se exponga a luces brillantes en el anochecer y nada de pantallas. En la Universidad de Zúrich, una de las pediatras nos comentaba que lo que hacen en Suiza, porque está muy oscuro, es ponerle a los adolescentes una lámpara especial por las mañanas que imita la luz del sol. Así se espabilan y se ajustan sus niveles hormonales. Con todo, hay niños que tienen una tendencia tan búho que a la una de la mañana siguen despiertos, teniéndose que despertar a las siete. Eso es nefasto, por eso se apuesta por la melatonina. Aunque, como con cualquier medicamento y pese a que la veamos incluso en el supermercado, tiene que ser pautada por un médico. Es necesario ajustar la dosis y la hora de ingesta. Yo pienso que lo más saludable para estos chicos sería que pudiesen entrar a las diez de la mañana a clase, y no a las ocho. 

—Si es algo intrínseco a cada uno, entiendo que no se puede cambiar. 

—Claro. Es más, se ha demostrado que retrasar el horario académico a ciertas edades es muchísimo más saludable porque hay mejor rendimiento escolar, mejor salud en general, menos accidentes, peleas o problemas de comportamiento. La investigación es clarísima. Supongo que el mayor problema para aplicarlo es la conciliación, pero la realidad es que si se retrasase la entrada en los colegios, especialmente en la adolescencia, a los chicos les iría muchísimo mejor.

—¿Por qué dice en su libro que los bebés están diseñados para colechar?

—Todo el comportamiento que tiene el bebé cuando sale del útero materno solo lo entiende si lo ponemos sobre el cuerpo de su madre. Todos sus reflejos, movimientos, reacciones, no tienen ningún sentido si están fuera del cuerpo de su madre. Somos mamíferos placentarios, nuestras criaturas son altriciales pero de manera secundaria. Esto quiere decir que como primates que somos, nuestros bebés deberían ser capaces de agarrarse a nuestro cuerpo ellos solos. Lo hacen todos los primates porque somos una especie porteadora. Sin embargo, el bebé humano nace muy inmaduro, no se puede sostener solo, y es la madre la que se encarga de que se mantenga a su lado. Por eso se nos llama secundariamente altriciales. Las crías altriciales son las que nacen muy inmaduras, no se pueden mantener al lado de su madre y la madre las deja en un nido, o en un refugio, estando muchas horas solas. Su leche está adaptada para que la tomen en grandes intervalos, porque estos bebés pasan muchas horas del día solos. En cambio, nosotros, como deberíamos ser precociales, tenemos una leche que se tiene que ir consumiendo con frecuencia porque se digiere muy rápido y no tiene tanta energía. Eso es así porque está pensado que estemos muy pegados al cuerpo de nuestra madre. Algo que se aplica de día y de noche. Sin embargo, en nuestra cultura, nos comportamos como si fuésemos altriciales, de manera que dejamos al bebé en un sitio y nos vamos. No debe ser así. Los bebés humanos, y toda su fisiología, están preparados para que el cuerpo de la madre no solo sea alimento, sino también una regulación a través de la miocardia, la respiración, la temperatura.  Por eso es fundamental la cercanía entre ambos, no estamos diseñados para estar lejos en los primeros meses. 

—¿Por qué se ha visto con malos ojos desde la pediatría?

—Todo tiene un origen absolutamente cultural. Hace 200 o 300 años empezamos a separar a las criaturas de sus madres por motivos totalmente culturales del momento, de los cuales muchos no existen. Por ejemplo, las clases sociales altas, nada más nacer, mandaban a sus bebés a las nodrizas. Así conseguían que la madre volviese a ser fértil antes y por lo tanto, tuviese más hijos. Cadenas de ocho, nueve o diez hijos que nacían con intervalo de un año. Algo que no es natural y se conseguía separando al bebé de su madre. Separando a las criaturas de las madres también consigues adultos más agresivos, lo que está demostrado en un estudio ya legendario. Lo que ocurre es que cuando la pediatría se establece como ciencia médica, en el siglo XX, ya había una cultura que decía que separar al bebé de su madre favorecía la independencia y había psicólogos como Watson que defendían que no había que abrazar a los niños. Todo esto nace de la cultura y se enquista en la ciencia. Unas ciencias que, por cierto, fueron desarrolladas por hombres que ni han parido, ni han dado de mamar, ni han tenido contacto cercano con sus propias criaturas. Después, desde la mitad del siglo pasado, empiezan  aparecer investigadores como James Mackennan, que fue un pionero, y les dijo el disparate que estaban haciendo. Aunque es ahora cuando parece haber un cambio de paradigma, y cada vez son más los pediatras que no solo aceptan que el colecho es irremediable, sino que reconocen sus beneficios. 

—Antes mencionaba que la leche materna ayuda a conciliar el sueño.

—La melatonina de la madre pasa al bebé en la leche materna, pero hay más ingredientes que van cambiando según el momento. Hay aminoácidos que suben y bajan según la hora del día, hay nucleótidos, minerales o factores inmunes. No solo cambia a medida que se desarrolla el bebé, sino que tiene un ritmo circadiano, por eso se piensa que es un cronobiótico. Aparte de esto, se sabe que la lactancia disminuye el riesgo de muerte súbita del lactante. Todo este intercambio de señales entre la madre y el bebé es un entorno seguro para el bebe. De hecho, es lo que muchos expertos llaman el entorno evolutivo del bebé, y es donde el niño se va a desarrollar mejor. 

Lucía Cancela
Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.