11. La ruta en bicicleta pasa por Astorga y descubrimos los paraísos del Camino

GALICIA

Iago García / Senén Rouco

Repartidos por la ruta francesa a Santiago, los «resorts» cuentan con todo tipo de servicios

07 ago 2018 . Actualizado a las 19:38 h.

Hoy en Astorga pararemos para ver su catedral, pero no llevamos ni 19 kilómetros recorridos cuando nos sorprende un carrito repleto de viandas con un mensaje: «La llave de la esencia es la presencia». Apretamos las manetas de freno al instante. Nos recibe sonriente David Vidal, un catalán que decidió hace nueve años romper con su vida anterior y hacer de esta tierra su morada. Nos cuenta que llegó a lo más alto como empresario y acabó en lo más bajo de las adicciones. «Fui alcohólico y drogadicto y estuve a punto de suicidarme, pero hoy sé quién soy y dónde quiero estar». David está al pie del Camino, en San Justo de la Vega, donde todos los que pasan por delante son bienvenidos. Su paraíso «se llama La Casa de los Dioses porque todos lo somos». «Aquí no hay reglas ni dinero. Es una oportunidad para encontrarte contigo y despojarte de todo lo demás», dice. No pide nada a cambio de todo lo que ofrece. En este lugar sin puertas, «no es una propiedad», insiste, se puede usar una hamaca, comer fruta y beber zumos ecológicos o quedarse a dormir. «Aquí cada uno aporta voluntariamente lo que quiere», dice, argumentando los motivos que lo han traído a este recóndito lugar, lejos de su familia. «Caminé por toda España y al llegar aquí pregunté al de arriba qué hacer, aunque no soy religioso y... la respuesta es lo que ves y lo que soy para los demás». Solo me pide una cosa: «Yo no uso el móvil, pero mándale a mi hermana Ana lo que hagáis». En la despedida, aún muchas dudas que resolver sobre su vida ermitaña. Hemos prometido vernos de nuevo. «Todos vuelven», dice guiñándonos un ojo.

Mónica, Pilar y Marga han dejado atrás el bullicio de Barcelona. Y de qué manera. Tres amigas a las que vemos hincando el diente a un corte helado de sandía bajo un techo de bambú más propio de la Riviera Maya que de Castilla. «Estamos en el paraíso», dicen a solo unos metros de las ruinas del monasterio de San Antón (Castrojeriz, Burgos). Ángel puso en marcha El Cátaro no por necesidad, sino por «obligación». «Tengo fincas que me dan de sobra para vivir sin problema, pero ¿cómo resistirse a las historias que los peregrinos me cuentan?», se explica el propietario. Vemos sofás de palés, bebidas múltiples, sombrillas o césped donde despojarse del calzado peregrino y dejar el pie libre de la penitencia de los millones de pasos a Santiago. «Lo bueno del Camino es que cada día encuentras una sorpresa», dicen las amigas barcelonesas calzándose de nuevo.

Y sorprendente es, antes de que el trazado francés llegue a San Juan de Ortega (Burgos), El Oasis del Camino. «El nombre lo pusieron los peregrinos, así es como se sienten aquí», dice Elena Gutiérrez, que en el 2014 puso la primera piedra o, más bien, el primer tronco donde sentarse. Su denominación es acertada, dado que el lugar está precedido de una kilométrica subida. Estos días, Luca Alessandrini, fisioterapeuta italiano, tiene aquí su T4. Una clásica Volkswagen que reconocerán los más furgoneteros. Ofrece sus manos para desentumecer las piernas. No hay Camino sin sacrificio, ¿verdad?

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