Andrés Comerma, el catalán que situó a Ferrol en el mapa de la ingeniería mundial, es el homenajeado en el Día da Ciencia en Galicia

Raúl Romar García
R. Romar REDACCIÓN / LA VOZ

CIENCIA

RAGC

La Real Academia Galega de Ciencias reconoce a un visionario que también instaló el primer teléfono en la comunidad y que soñó con unir España y África por un túnel submarino

12 feb 2020 . Actualizado a las 13:46 h.

«Dejen trabajar a Comerma». Fue la orden real emitida directamente por la reina Isabel II para que dejaran en paz al ingeniero naval Andrés Avelino Comerma y Batalla. Había planteado una absoluta innovación para la época. Construir un enorme dique en Ferrol para dar servicio a los barcos del arsenal militar y a los del astillero de Esteiro, una enorme montaña granítica invertida que presentaba la particularidad de que la entrada estaba formada por una especie de barco-puerta para aprovechar de forma eficaz el movimiento de las mareas. Fue, en su momento, la mayor obra del mundo de sus características y la obra hidráulica más importante que se hizo en España en el siglo XIX. Y el dique de la Campana todavía se sigue utilizando hoy en día.

Pero el ingeniero y arquitecto naval, que con el tiempo llegó a ser general, no lo tuvo fácil. No solo no confiaban en él, sino que intentaron destituirle. Los críticos llevaron sus quejas a Madrid, a los propios ministros. «Como era toda una novedad técnica para la época, muchos mostraron sus reticencias», recuerda su bisnieto, el profesor Luis Puig. Hasta que intervino la reina, quizás consciente de que la innovación podía situar a España en la vanguardia de la innovación. Y así fue. La magna obra, en la que se invirtieron 25 millones de reales y en la que trabajaron 1.200 obreros, de los que 200 fueron mujeres que se encargaron de retirar 174.000 toneladas de tierra, fue inaugurada en 1879 con la entrada de la fragata Victoria. Un acontecimiento único presenciado por más de 50.000 personas.

Fue la obra más reconocida de Andrés Avelino Comerma y Batalla (Valls,Tarragona, 1842- Ferrol, 1917), pero no la única contribución a la ciencia y la tecnología de un personaje absolutamente polifacético, visionario y adelantado a su tiempo, que también fue farmacéutico, escritor y divulgador. Tiene ya por merecimientos un lugar en la historia, aunque para una parte importante de la sociedad gallega siga siendo, más allá de Ferrol, un desconocido. Rescatarlo del olvido, recuperar su figura y reconocer sus méritos es lo que ha llevado a la Real Academia Galega de Ciencias (RAGC) a elegirlo como protagonista del Día da Ciencia en Galicia 2020. El acto académico de homenaje se celebrará aún el próximo 8 de octubre, pero la institución iniciará de inmediato los contactos con todos los centros científicos vinculados a Comerma y a sus campos de conocimiento para organizar en los próximos meses actividades de divulgación en torno a su figura.

Su legado, sin embargo, es prácticamente inabarcable. Llegó a Galicia a los 21 para incorporarse a la Escuela de Ingenieros de la Armada y tres años después fue nombrado profesor de Física y Geometría. Apasionado por la innovación tecnológica, también se licenció en Farmacia por la Universidade de Santiago y colaboró con numerosos periódicos y revistas, además de escribir varios libros en los que divulgaba sus vastos conocimientos. Ninguna rama de la ciencia y la cultura era ajena a su conocimiento. «Cuando repaso su vida, siempre acabo descubriendo alguna faceta nueva que desconocía», recuerda su descendiente, Luis Puig. Fue, incluso, presidente del Casino de Ferrol, director del Ateneo Ferrolán y presidente de la rondalla Airiños da Miña Terra.

Pero su verdadera inquietud era el conocimiento científico y tecnológico. Instaló la primera línea telefónica en Galicia, que en 1878 comunicó la Capitanía y el Arsenal de la ciudad departamental, mientras que en Ferrol, donde desarrolló la mayor parte de su carrera, también introdujo el telégrafo, el fonógrafo y los aparatos de rayos X.

Su enorme curiosidad también lo llevó a participar en todas las exposiciones universales de la época, donde se daban a conocer los grandes avances. En la de París, donde se decidieron las unidades eléctricas, se codeó con grandes personalidades de la ciencia, como Siemens y Thompson. No le costaba entenderse con ellos, porque hablaba siete idiomas. Aún así fue un gran defensor de una lengua universal, por lo que también introdujo el esperanto en Galicia.

Pese a sus méritos y al reconocimiento que fue ganando con los años, nunca perdió su humildad. «Era una persona sencilla en sus formas, muy cercana. Toda la gente le apreciaba porque no le importaba codearse con la gente humilde», apunta su bisnieto. Un ejemplo de ello fue el gran homenaje que recibió en su pueblo natal, en Valls (Tarragona). Le rindieron honores en una marcha en la que desfilaron ante él todo tipo de ciudadanos. «Desfilaron delante de él para mostrarle su entusiasmo y apoyo desde los curas hasta los anarquistas», añade Puig. Y lo mismo ocurrió cuando falleció en Ferrol. El ayuntamiento le dedicó un libro de oro que firmaron desde las más altas personalidades hasta los ciudadanos más humildes.

Comerma cumplió casi todos sus objetivos, menos su gran sueño. Como la persona adelantada a su tiempo que era presentó un proyecto para unir Europa y África mediante la construcción de un túnel submarino bajo el Estrecho de Gibraltar. Mediría 19 kilómetros y tendría una profundidad de más de 800 metros en algunos tramos, con lo que se encontró con la oposición de Gran Bretaña. Así su idea quedó sobre el papel, aunque la España de la época, con las arcas menguadas, tampoco estaba para acometer una infraestructura infraestructura semejante. Quedó en el olvido, pero su bisnieto aún confía que algún día pueda llegar a convertirse en una realidad.