La vuelta al mundo a los 70 años: «Aos 63, descubrín o impresionante que é bucear con tiburóns»

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La catalana y gallega de adopción Montse Centelles en algunos de los viajes que ha hecho en los últimos diez años.
La catalana y gallega de adopción Montse Centelles en algunos de los viajes que ha hecho en los últimos diez años.

Montserrat Centelles, gallega de adopción, echó a volar en solitario tras quedarse viuda. En diez años ha visitado más de 25 destinos. Hoy planea dónde viajar para cumplir sus siete décadas de vida

18 ene 2023 . Actualizado a las 14:11 h.

Cuando se quedó viuda y debió despedirse, a los 59, de su compañero de vida, Montse Centelles se echó a volar en solitario. La pena de esta Peter Pan de 69 años que se siente a gusto entre jóvenes y adolescentes (algo menos entre alguna gente de su edad) soltó lastre y ganó altura. Montse ya viajaba con su marido sobre ruedas, a Cabo Norte o a Mesopotamia con un Corsa o un Skoda Felicia, a ras de suelo siempre, porque él detestaba el avión. Desde que es jubilada single, esta catalana gallega de adopción elevó los pies del suelo para empaparse de otros sitios, costumbres, culturas y personas del mundo. Ni los achaques ni un cáncer pudieron con su afán trotón. En su contador viajero de la última década están Guinea-Bisáu, Senegal, México, Guatemala, Honduras, Costa Rica, Panamá, Colombia, Tailandia, Malasia, Singapur, Bali, Sulawesi, Australia, Japón, Tenerife, La Gomera, Ecuador (con Galápagos y Amazonas), Perú, Belice y Egipto, pero los viajes que lleva en la maleta desde el 2013, el año después de enviudar, son bastantes más de 25. Repitió Honduras, México y Guatemala, y en coche (para no perder la costumbre de rodar sobre el suelo) se movió este último decenio a Portugal, Andalucía, Murcia, Aragón, el sur de Francia y Cataluña. A ese bagaje hay que añadir algún que otro viaje del Imserso.

Volando voy, volando vengo puede encabezar la banda sonora de este momento de su vida, que es como un billete de ida que a Montse le da mucho de vuelta: vivencias memorables y fotones para enseñar. «Eu vou a todas partes co móbil. Gústame facer fotos ao que me gusta, e gústame case todo!», afirma esta orientadora escolar jubilada. «O máis importante, como di o meu fisio, é que non te acortelles!», recomienda.

A punto de jubilarse, una compañera psicóloga, Concha, le insistió en esa misma máxima de no dejar la vida pasar. «A ver, Montse, tienes que hacerte un programa para los próximos 20 años, un proyecto de vida», le dijo. El duelo podía encuadernar un nuevo libro, un mapa sin fronteras para todo aquel proyecto que Montse quisiera ponerse a dibujar.

Montserrat Centelles en el Chimborazo, volcán de Ecuador.
Montserrat Centelles en el Chimborazo, volcán de Ecuador. Montse Centelles

Tenía todo el tiempo disponible. Debía pensar qué hacer con él. Nieta de una abuela que llegó a los 105 años, esta abuela sin miedo con alas en los pies puede cantar el mítico tema de Ana Belén «Yo también nací en el 53». Montse nació el año de la canción en Sabadell, pero se enamoró de un gallego en Cataluña... «El ía quedar alí, pero a que non sabes o que pasou? Que viñemos para aquí!», resume sin más la aventurera on the road.

LA LIBERTAD ERA UN BARCO

La pareja estrenó los movidos ochenta en Galicia por motivos laborales. A Montse le dieron el traslado como profe y alquilaron una pequeña casita en Nigrán, cerca del instituto donde ella ejercería 13 años como profesora de Francés y 20 como psicóloga escolar. Su hogar sigue estando en Nigrán, donde poco a poco construyeron su casa hace ya cuatro décadas, un paraíso natural que le ha hecho reconsiderar la idea de celebrar sus 70 años volando a la Polinesia. «É unha fortuna en voos e aloxamento!», revela. Para no faltar a la costumbre de pasar los inviernos al sol, Montse seguramente cumplirá sus siete décadas al vuelo, pero quizá no tan-tan lejos. Se verá...

Montse en dos momentos de sus viajes a Ginea-Bisáu y a Bali.
Montse en dos momentos de sus viajes a Ginea-Bisáu y a Bali.

Siempre hay una primera vez, un viaje que enciende los demás. «A vez que eu me sentín máis libre do mundo mundial foi aquela que viaxei a Ibiza con 16 ou 17 anos. No barco que ía soa de Barcelona á illa sentinme a raíña do mundo», recuerda. Creció la sed viajera al contacto con ese aire marino de la libertad. Cada vez que tenía vacaciones, desde aquel primer viaje, ella salía por patas. «Co meu home pasabámolo moi ben. O mesmo que fago eu agora cos avións, faciámolo co coche», cuenta. Cuando él faltó, Montse preparó el viaje a México y Centroamérica. Y descubrió que, por más que viaje sola, casi nunca lo está. «Se vas soa, achéganse a ti», asegura.

Montse en Malapascua, Filipinas.
Montse en Malapascua, Filipinas. Montse Centelles

Esta viajera que prefiere hacer el camino sobre la marcha visitó a su amiga Rosa en Guinea-Bisáu en el otoño del 2013 con un grupo de la oenegé Sodepaz (el vídeo del viaje suma 62.000 visitas en YouTube). Tres meses después, voló a Senegal con una amiga. Siguieron México y Guatemala en octubre del 2014 y, en diciembre de ese año, Honduras, Costa Rica y Panamá. Ya en enero del siguiente, llegó a Colombia. En el 2015 y el 2016 amplió los dominios de su sonrisa a Tailandia, Malasia, Singapur, Bali, la paradisíaca isla de Célebes o Sulawesi, Australia y Japón... sin dejar de sumar amistades, destinos, incidencias y peripecias hasta el año en que la pandemia nos confinó.

¿Qué no puede faltar en su equipaje? «O Relec e a crema solar! E un sombreiro», concreta.

Montse no es ya la chica de 17 para la que la libertad era un barco a Ibiza. ¡Hoy es la de casi 70 que nada con tortugas enormes y tiburones zorro o toro! La que está de escapada en Creta, en Balos Beach, con Isabel, otra trotamundos que no deja la vida escapar...

«Despois de estar feliz en Malapascua, en Filipinas, marchei a Bali e alí non volvería», se moja a la hora de descartar lugares. «En Balí púxenme como unha hidra no aeroporto porque uns homes querían cargar coa miña maleta». No se siente una como en casa en todas partes, no en todas partes la tratan igual...

A México y Honduras quiso volver. Los arrecifes de las islas de La Bahía son lo más «bonito» que hasta la fecha ha visto en su trotar mundial Montse Centelles, que estuvo también en Cayo Cochinos, donde se hace el programa Supervivientes, y la echaron de la playa solo por asomar la nariz.

La viajera en Japón ataviada al estilo japonés.
La viajera en Japón ataviada al estilo japonés. Montse Centelles

Desde que su marido le enseñó a sumergirse para descubrir el fondo de las Rías Baixas, pasaron 18 años hasta que se coló hacia el fondo del mar en Bocas del Toro, en Panamá, un día de Navidad. Del lago Atitlán conserva un recuerdo para enmarcar. Y de la década viajera que cumplirá en el 2023, se queda también con los tiburones zorro de Malapascua. «Aos 63, descubrín o impresionante que era bucear con tiburóns», cuenta. No fue una vez, sino unas cuantas, en Galápagos y en Playa de Carmen. «Y las tortugas son la paz con patas», asegura esta aventurera que en Yucatán conoció los cenotes de la mano de Pascual, un amigo e instructor de buceo de Nigrán. El mundo es un «pañuelito», dice Montse, que lo conoce bien, que en la selva del Amazonas vio «bichos de todo tipo, anacondas, delfíns rosados e ata un caimán debaixo da tenda».

Para su nieta Sara, de 4 años, escribe un resumen de sus viajes. Una isla del tesoro serán para ella los mundos de su abuela, que me manda foto de algunas de sus andanzas. La última, una noche en Atenas que vaya si invita a soñar...

Maricarmen Cabanas y Marisol Morales dicen que están en la mejor edad.
Maricarmen Cabanas y Marisol Morales dicen que están en la mejor edad. MARCOS MÍGUEZ

Maricarmen y Marisol: «Somos mucho más felices ahora que a los 30, ahora podemos ser nosotras»

LO MEJOR EMPEZÓ A LOS 65 para estas amigas a las que unió una enfermedad, las ganas de aprender y viajes de película. «Siempre hay que tener una ilusión», dicen ellas, que vivieron el momento más duro hacia los 30. Ellas son la prueba de que a los 70 se alcanza un pico de felicidad

Ana Abelenda

Como a nuestras queridas aventureras de cine Thelma y Louise, a Maricarmen Cabanas, de 68 años, y Marisol, de 73, les gusta sentir el viento de la libertad, vivir momentos de película, mimar el tiempo con los suyos y viajar cuanto pueden sin dejarse pastorear ni entrar por el aro del tour turístico convencional. «Vamos en busca de lo original y de lo antiguo», manifiestan estas amigas coruñesas, felizmente abuelas con una intensa vida singular, que defienden como un tesoro, como un elixir de bienestar. Maricarmen, con diez nietos que le han dado sus cuatro hijas, adora la lectura, el árabe culto y los palacios, y sigue desde hace tiempo la huella de Isabel de Baviera, Sissi Emperatriz. Marisol, que tiene una nieta y a su hija como gran compañera de viaje, se inclina por el teatro, por Frida Kahlo y por los museos. Las dos comparten el gusto por los mercadillos y las sorpresas. Y por ser protagonistas de su historia.

«Nos tienen algo encasilladas en las películas de Marisol... ¡Y nosotras tenemos ganas de hacer mil cosas!», dice Maricarmen. «Yo quiero vivir, disfrutar de mis nietos, de la vida, viajar y hacer cosas que no he hecho nunca», defiende quien en plena pandemia recorrió en coche 7.400 kilómetros de Europa en compañía de su marido (su segundo esposo, con el que se casó hace cinco años tras treinta de feliz convivencia) y de un primo. En ese viaje, Maricarmen cumplió su deseo de estar en algunos de esos lugares que la enamoran en películas y novelas. Así tuvo la ocasión de entrar en la consulta de Doctor en los Alpes, se alojó en Baden bei Wien, donde hay 30.000 tipos de rosas diferentes, y tiene entre sus momentos-joya haber estado en Hallstatt, un lugar de «cuento de hadas», señala, considerado el pueblo más bonito de Europa.

A sus espléndidos 73, Marisol le lleva en el carné un lustro de ventaja a Maricarmen, pero en la juventud que va por dentro y en ganas de aventura las dos andan ahí ahí, a la par. La serie Grace and Frankie podría retratar su espíritu y su complicidad...

Tienen en común que son incombustibles. «No nos cansamos. ¡Queremos verlo todo!», comenta Marisol, que prepara la maleta cada vez que su hija tiene vacaciones para despegar juntas. Cerdeña, Venecia, Roma, Marruecos, Londres, Bruselas, Holanda, París y Burdeos están en su lista de destinos visitados. Esta enamorada de Portugal (que cuando viaja con su hija no ejerce de madre, aclara, «tampoco de amiga...») dice que ver los jardines de Serralves llenos de luces y de obras de arte contemporáneo es una experiencia a la que nadie debería renunciar.

Maricarmen y Marisol han compartido al menos tres viajes para recordar. Uno de ellos las llevó al límite en Portugal. «¡En esa escapada a Peneda-Gerês, casi me muero!», revela Maricarmen, que dice que se animó por la cosa de hacer una foto, se fue echando hacia atrás, y acabó en el río. Digamos que su entusiasmo la caló.

Fue, curiosamente, el dolor lo que unió hace años a Marisol y Maricarmen: la fibromialgia, que en el 2012 las llevó a plantarse al Parlamento Europeo para dar voz al dolor crónico que implica su enfermedad. Pero ella, la enfermedad («más incapacitante que un cáncer, pero que no te mata», como le dijo un médico a Maricarmen) las hizo más fuertes y también hizo más fuerte su sintonía, su amistad. «Con la enfermedad tienes que aprender a convivir. Nadie te da nada por quejarte de que te duele, ni quejarte te ayuda a mejorar», señala Maricarmen. Es un don esa visión del dolor.

Marisol es de caminar por la montaña y hace tres años se lanzó a probar el surf. En esa cabalgada sobre las olas se lesionó la rodilla, pero ella prefiere caer que quedarse con la espina de probar. En uno de sus viajes más recientes, junto a su hija, cruzó el agua turquesa de las calas de Cerdeña en zódiac. «Yo quiero probar todo», recalca esta auxiliar de enfermería que, al jubilarse a los 65, vio abrirse la puerta de un mundo por disfrutar. Tras probar la bici y la vela, se enfocó en el teatro, que es su pasión. «Lo descubrí hace cuatro años, tras ver en el periódico una información sobre los talleres De Mayor Crea». Se apuntó y así se tiró Marisol, a los 70, a la piscina del arte audiovisual.

LOS INFELICES 30

«Yo siempre quise aprender. En De Mayor Crea, lo bonito es que no te dicen lo que tienes que hacer, tú creas,te dejan ser creativa, te sientes muy válida». Allí se descubren grandes guionistas sénior, asegura Marisol. «¡Y parece que yo soy una artista de primera!». «Solo nos falta que nos conozca Almodóvar, ¡que nos contrata!», dice Maricarmen. El diálogo tiene un color especial en el Monty de A Coruña, uno de los puntos de encuentro de estas maravillosas chicas de 70, donde hicieron más de un taller que no olvidan. El talento puede despuntar en la madurez.

Justo antes de la pandemia, fueron juntas a la vendimia en la Ribeira Sacra, paraíso natural que no se cansan de repetir por más que hayan ido ya «400.000 veces». 

Buscando en el baúl de los recuerdos al modo de Karina, cualquier tiempo pasado les parece peor. La edad más cruel quedó atrás. «Entre los 22 y los 33» vivió la etapa más dura Maricarmen, y Marisol se alegra sobre todo de haber dejado atrás la década de los 30 a los 40. «Somos mucho más felices ahora. Ahora, podemos ser nosotras», asegura, soberana del yo, Marisol, que se siente «totalmente empoderada».

¿El secreto de esa fuerza? «Siempre hay que tener una ilusión. Es la clave. Lo importante no son cosas, son momentos. Yo a mis nietos más que regalarles cosas quiero regalarles momentos», concluye Maricarmen, que fue enfermera militar, administrativa, iba a hacer Derecho (pero lo descartó al ponerse sus padres enfermos) y tiene una memoria imponente como una catedral. Su ilusión es caminar, seguir caminando mientras pueda. No es poco para quien recibió la invalidez absoluta tras pasar seis meses sin poder andar. La libertad es lo que más mueve a Marisol. «La libertad de hacer todo lo que no he podido hacer», concreta. 

Maricarmen y Marisol en algunos de los viajes que hicieron juntas y en uno de los talleres artísticos que organizaron con la Asociación Coruñesa de Fibromialgia.
Maricarmen y Marisol en algunos de los viajes que hicieron juntas y en uno de los talleres artísticos que organizaron con la Asociación Coruñesa de Fibromialgia.

En toda biografía hay una infancia que es elemento central, como lo es ese momento en que se rompe el cascarón. Tanto Marisol como Maricarmen se casaron muy jóvenes. Su guerra por la vida empezó en los dominios del hogar, de la relación conyugal. Maricarmen, a los 19 años, tuvo a su primera hija a los 20, con 27 ya tenía cuatro y luego se separó, y su película pudo ser entonces Volver a empezar. Las segundas oportunidades que llegan tras los problemas graves que afrontas te hacen «vivir la vida con más intensidad». Sus padres, que la educaron en el esfuerzo compartido (él trabajaba por la mañana, su madre en una droguería), en la igualdad, fueron siempre para ella un apoyo, como su hermana, recalca. «A mis padres se lo podía contar todo -recuerda Maricarmen-, porque tenía el apoyo de ellos en todo. Entonces, me sentí siempre muy segura. Eso me dio fuerza, creo. Yo sé que soy una mujer fuerte. Tuve mi época mala, en la que estuve con la autoestima por el suelo, destrozada. Pero dije: ´Como me caí, voy a subir´. Yo creo que en eso influyó mucho el arrope de mis padres». «Las mujeres somos fuertes -añade Marisol. Somos resistentes».

Marisol atribuye su forma de ser y de enfrentarse a la vida al hecho de haberse educado de niña en tres colegios de monjas. «Me enviaron a un colegio de niñas, de señoritas, que lo llamaban asilo social. Mi madre trabajaba y estaba separada. Trabajaba en una casa atendiendo a unos niños y entonces no podía atender a los suyos. Los señores con los que trabajaba mi madre conocían el colegio de Boadilla del Monte, que es una réplica del Palacio Real, donde me llevaron a mí», relata Marisol, que se recuerda allí volviendo a empezar 8 años, cómo entró llorando pero se acabó adaptando. Cuando volvía de pasar las vacaciones en Galicia, en Madrid le decían: «¡Ahí va la gallega!». La gallega recuerda que lloró mucho un día en el que su madre la visitó y le llevó un estuche lleno de chuches. «Lo puse debajo de mi cama y al día siguiente no estaba», recuerda. No lo olvida, ni olvida que vivencias como esas la hicieron «fuerte». Tampoco olvida que su separación fue soltrar lastre, descubrir que su sospecha de que había mundo más allá de sus rutinas era real.

«A aquellas mujeres que vivieron aquella época [las que criaron a los hijos en los 50] había que hacerles un monumento». Ni Marisol ni Maricarmen olvidan que son hijas de madres trabajadoras. Del esfuerzo salen obras imponentes. «A nuestras madres había que hacerles un monumento. Las madres... las madres siempre están», redunda Marisol. Una proeza tener hijas como ellas, que son un ejemplo de los estudios de London School of Economics que señalan que la felicidad puede coronar un ochomil a los 69 años.