Pásate de la «raia» y ve al destino húmedo de moda

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Los portugueses, a cuenta de la pandemia, están redescubriendo su parque nacional Peneda-Gerês, un destino verde y de relax que a los gallegos nos queda a tiro de piedra

19 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Dicen los portugueses que les cuesta tirarse al norte. Al menos, a los que viven en el centro y sur del país, con Lisboa como referencia. «Nas vacacións aos portugueses gústanos ir cara o Algarve, Madeira ou Andalucía... imos moito a Andalucía», cuenta Silvia Guimarães, periodista especializada en turismo. Pero en la pandemia, en esa crisis sanitaria que nos cambió de los pies a la cabeza, los lusos entendieron que nunca se puede perder el norte. Ni el monte. Así que pusieron sus ojos y encaminaron sus pies hacia el único parque nacional de Portugal, el de Peneda-Gerês. Y ahí encontraron un destino vacacional que ahora no puede estar más de moda. La sierra de Gerês, hermana portuguesa de O Xurés, que en realidad a los gallegos nos queda a tiro de piedra -a 25 kilómetros del municipio ourensano de Lobios- conforme cruzamos la «raia». Ahí está la comarca de Terras de Bouro, a la que le ha llegado su oportunidad por ser un destino aislado, de relax y sin mundanal ruido. Pero que, realmente, hace años que tiene una oferta turística de órdago. Pasen y mójense. Que el viaje es verde y húmedo.

María Hermida

Comencemos por el principio. Buscar alojamiento en las Terras de Bouro es toparse con un buen número de posibilidades de dormir en hoteles colgados en la ribera del río Caldo, en un paisaje que se asemeja a la Ribeira Sacra gallega. Hay hosteleros que se lo trabajaron para hacerse con alojamientos coquetos, integrados en la naturaleza y, además, con potentes servicios. Uno de ellos es el Hotel Agrinho Suites & Spa Gerês, al que se puede llegar en coche o en barco, porque solo lo separa del río un delicioso camino peatonal entre árboles. Solo sus vistas a la calmosa ribera justificarían la visita. Pero sería injusto no citar que los pájaros son la banda sonora de la estancia o que la piscina y el spa invitan a quedarse allí unos días.

Cerca, a bastante menos de media hora en coche -aunque, eso sí, hay que sortear unas cuantas curvas sinuosas por una carretera de vértigo-, está todo lo necesario para pasar unas vacaciones activas y en conexión con el principal reclamo: el agua. Como entrante, se puede acudir hasta Vila do Gerês, donde la maquinaria turística lleva tiempo engrasada a cuenta de las aguas medicinales. Atrae el balneario antiguo, que supo encarar bien el paso del tiempo. Actúan como acicates los tratamientos de salud y belleza que ofrece. Y, cómo no, la oportunidad de relax que depara. Una misma familia gestiona el balneario y varios alojamientos, entre ellos un hotel con discreto encanto y vistas a la montaña en el que degustar, a la hora de la comida o la cena, bacalao que canta en el plato cuando le riegan, ya en la mesa, aceite hirviendo por encima -«se non canta, non ha estar bo», advierte el director del establecimiento-. 

María Hermida

CON LOBO, ENTRE TERNEROS

No hay problema con los excesos gastronómicos. No lo hay si uno sigue las recomendaciones -sería un pecado no hacerlo- e incluye en su estancia una buena caminata por la sierra de Gerês. Se puede caminar libremente, hay senderos bien señalizados que llevan por parajes bien verdes y agrestes, salpicados de la visita de vacas, terneros, caballos o cabras montesas. Pero también hay otra opción: contratar una empresa, como Geresmont, y dejarse llevar. Ofrecen recorridos con todoterreno, guía y hasta preparan un pícnic con gastronomía local en medio del monte -exquisitos los buñuelos de bacalao o las croquetas variadas- y, entonces sí, uno conoce la trastienda del parque natural.

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Es muy probable, y recomendable, toparse con un hombre que no podía apellidarse de otra forma que no fuese Lobo. Funcionario del parque natural y también guía con Geresmont, es un libro andante de curiosidades sobre el parque. Con él, por caminos sin señalizar, se llega hasta zonas donde a media mañana hay pastores lavando berzas para hacerse un caldo en una cabaña con lareira, en la que se recogen mientras el ganado pasta. Con él uno puede aprender hasta los nombres de los árboles en ruso -a saber por qué los sabe- y con él se llega a sitios como el Poço Azul, una poza y cascada de agua cristalina y suelo color crema. Imposible no sacudir el calor con un chapuzón tras una caminata que, como mínimo, requiere una hora y que pueden hacer perfectamente los niños.

A TODA VELA, Y CON LICOR

A las caminatas y la contemplación de cascadas y paisajes -con la de O Arado, considerado el salto de agua más bonito de Portugal, como gran referente- en Terras de Bouro sí o sí hay que sumar el paseo en barco. No es nada difícil alquilar una embarcación. La ribera del Caldo está salpicada de embarcaderos, playas fluviales y puntos de amarre en los que contratar un viaje. Es más, los niños seguramente no quieran ni subir al barco. Porque posiblemente se verán seducidos por las mil y una lanchas de plástico con forma de patitos, unicornios y demás animales coloridos que se ofrecen para una pedalada por el río.

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Sea como fuere, hay que hacer la travesía del Caldo, divisando sus puentes y recreando la vista en su ribera, donde quienes pueden empiezan a levantar sus casas con vistas de ensueño. Lo hizo ya uno de los portugueses más conocidos del mundo: Cristiano Ronaldo, que tiene su refugio vacacional colgado entre los viñedos de Gerês, de los que sale un vino verde que constituye otro gran reclamo.

A bordo del catamarán, además, se vuelve a comprobar que Portugal y Galicia son algo más que primos hermanos. Y que esa idiosincrasia gallega de ofrecer algo que beber al forastero se extiende al país vecino. Así, raro será que en el viaje por el río el guía de a bordo no descorche una botella de algún licor autóctono, como el de miel, para brindar con chupitos de barro. Esa misma afabilidad se nota en los restaurantes. Ocurre en O Abocanhado, en Brufe, un local que podría llenarse por las vistas que tiene o por los platos de ternera y cordero que ofrece. Pero no. Uno llega y descubre que su motor es la amabilidad de sus dueños, que cuentan que dejaron la ciudad para encontrar su lugar en el mundo. Ellos logran que el comensal sienta que ese, un poco, también es su sitio para sentirse feliz. O intentarlo.