De las viejas películas de la emperatriz Sissi permanecen impregnadas en la retina su paleta de colores pastel y el brillo en los ojos de una Romy Schneider que, en su vida de ficción, emanaba amor y felicidad. El proceso de digestión de aquel almíbar ha sido lento, pero, cuando parecía que la suya era una historia superada por el paso del tiempo, la princesa rebelde de Baviera se ha convertido para Netflix en la nueva niña de sus ojos, su gran título del momento. La alemana La emperatriz no es The Crown, pero es ahora mismo la serie de habla no inglesa más vista de la plataforma a nivel mundial. En ella, y en sus cifras prometedoras, depositaron sus expectativas los responsables de la compañía que esta semana presentaron su nueva suscripción con publicidad. Esta tarifa, que no entraba en sus planes iniciales, permite al usuario rebajar un poco la cuota a cambio de ver anuncios, entre otras concesiones, lo que pone de relieve que la libertad de no tener interrupciones y de programar a la carta tiene un precio. A la publicidad y a los amores de Sissi se encomienda Netflix para salvar estos tiempos difíciles de crisis económica y de competencia entre plataformas, como si el invento futurista del streaming hubiese completado el círculo de la historia de la televisión para llegar de nuevo a la casilla de salida.