Mari y Néstor, abuelos al pie del cañón: «A miña filla tería que contratar a alguén cando o neno enferma se non nos tivera a nós»

YES

Xaime Ramallal

Aunque la pareja cuida encantada de sus nietos Ian e Ibai, confiesan que también es un trabajo «invisible e ingrato e que tamén pode chegar a ser de 24 horas se queres»

20 jun 2022 . Actualizado a las 16:01 h.

Al famoso dicho de «quien tiene un amigo tiene un tesoro» le vamos a cambiar el primer sustantivo para este reportaje. Así, declaramos que quien tiene abuelos tiene un tesoro. Quien se ha criado con unos amorosos, que lo daban todo o al menos en su justa medida, en tiempos en los que ni la palabra «conciliación» aparecía en el diccionario cotidiano y sonaba aún a utopía, lo sabe. El cariño y la dedicación de toda una generación, a la que los años le dan cierta sabiduría en las cosas de la vida, hacia otra más joven y que aún está empezando a dar sus primeros pasos físicos y existenciales es un regalo para siempre, que uno lleva consigo. Yo me crie con abuelos y ellos eran mi salvavidas, sobre todo en los veranos interminables, cuando no había cole. A todos lados iba con ellos, si hacía falta hasta a segar en el campo. Esa infancia es inolvidable. Para los padres y madres a los que les toca trabajar en toda la temporada estival o en parte de ella tampoco les resulta del todo fácil organizarse una vez que el curso escolar ha tocado a su fin.

Así, llegando a esta época del año, son muchos los progenitores que deben echar mano de los abuelos. Para quien los tiene cerca, en el mismo municipio o que tan solo precisen desplazarse unos kilómetros para dejar a los niños en buenas manos, la comodidad es mayor que quien tiene que cruzar media península o entera. O incluso viajar de un país a otro. El primer caso es el de Mari y Néstor, abuelos en Viveiro de Ian y de Ibai, el primero con 13 años actualmente, y que va ganando en independencia, y el segundo, de tres años de edad, que sí requiere más atención y dedicación plena.

NUEVA ETAPA HACE 13 AÑOS

Mari Gradaílle Nieto (70 años) y Néstor Fernández Gómez (72), vecinos de Viveiro que llevan 47 años de casados, se estrenaron hace trece años en la dulce «abuelidad». Término que pensé que me acababa de inventar pero que, al parecer, ya acuñó una psiquiatra y psicoanalista argentina, Paulina Redler, allá por 1980, para denominar la relación y función de los abuelos respecto a los nietos y los efectos psicológicos del vínculo que se forja entre ambos. El próximo mes de octubre se cumplirán 13 años del nacimiento de Ian, que fue su primer nieto. Al que Mari y Néstor han visto crecer, ahora ya en pleno impulso hacia la adolescencia, otra etapa intensa de la vida. El segundo se llama Ibai, y sopló tres velas el pasado mes de mayo.

Como se ha visto, Mari y Néstor ya tenían el carné de abuelos más que aprobado: «A Ian —explica ella, desde el salón de su casa— coideino incluso cando empezou a ir ao colexio, pois daquela súa nai sacara a primeira praza fixa, pero en Lousame [más tarde se aproximaría a su ciudad natal primero desde Ortigueira y después desde Covas]. O neno viña para a miña casa toda a semana porque, ademais, seu pai traballaba por quendas. Dende o domingo á noite ata o venres. O primeiro ano lembro que xa o traía súa nai en pixama, pola mañá; eu dáballe o biberón, vestíao, levábao á gardería, viña comer e quedaba pola tarde». Así fue durante un período hasta los siete años de Ian, más o menos, para quien la casa de los abuelos no era como un segundo hogar, sino otro complementario y especial.

Por lógica, actualmente a quien le toca más cuidados y vigilancia es a su hermano menor: «Con Ibai —sigue relatando la abuela, con orgullo y satisfacción— pasámolo bárbaro. Menos o primeiro ano da pandemia, que puido estar na casa co seu pai, sempre axudamos a coidalo. Agora xa vai ao cole e lévao súa nai, van xuntos e veñen xuntos de Covas». Aunque el curso escolar va a terminar en breve, en el próximo mes de julio ella aún continuará yendo al centro educativo debido a los preparativos del siguiente.

La hija, de nombre Ruth, aparece en escena con el pequeño en el colo, que viene todo guapetón de la peluquería. Listo para salir en prensa, por cierto. Aunque asoma cierta timidez por la presencia de la periodista. O porque ha dormido un par de horas de siesta en casa de la abuela, que también puede ser. Agarrado a su burrito Pepe, que no suelta: «Ai! O burriño Pepe teno dende que naceu, vai para todas partes con el. A veces para lavalo hai que volver a secalo para que de noite volva a durmir con el», señala Mari, quien también se encarga de recogerle en la guardería. No va a ella, evidentemente, cuando se pone malito, como le sucedió días atrás, por lo que se encargan los abuelos de darle los mimos. «Tería que contratar a unha persoa para os días que enfermara, se non tivera aos avós», manifiesta Ruth, poniendo de relieve una realidad que se extiende a muchos otros progenitores. «O avó tamén o coida, pero máis ben á hora de xogar», sonríe la hija. «Se se ten que quedar con el e cambialo, si que tamén o fai meu pai», agrega. «Non ten problema», finaliza. Como se suele decir, hace falta toda una tribu para sacar adelante a los hijos. ¡Cuánta verdad! Ruth reconoce la inmensa contribución de los abuelos en la crianza de sus hijos: «Sobre todo en certos momentos, é moi importante telos de man. Incluso nos teñen axudado as tías, Eva e Lola, que a veces tamén atenden a Ian».

En casa de la abuela, «el é o que marca as pautas», reconoce Mari, aunque confirma que «non son a típica avoa que lle consinte todo, tamén lle marco os límites». «Esta tempada xogamos ao baloncesto a todas horas. Por iso temos dúas canastas, unha pegada na porta da cociña e outra de pé que anda movendo dun lado a outro. El dime: ‘Abuela, eres un paquete, muy mal juegas. ¡Yo soy buenísimo!’», dice ella riendo. En lo que se refiere al menú doméstico, la «sopa da abuela» es lo más: «‘¿No hay zopa?’ Pregúntame». La temporada se puede hacer larga y a nivel de entretenimiento, el repertorio de canciones «daquela época» es lo que más suena. Aquí las canciones del verano son particulares: «De Cantajuego, nada. Eu son das antigas. Cántolle Catro vellos mariñeiros». «Dedín dedín, El corro de la patata, El patio de mi casa...», añade Ruth a la playlist estival. Mari garantiza que es «imposible aburrirse» cuando toca cuidar de los nietos. Además, agradece esa función, cargada de responsabilidad: «É un neno que non che deixa parar un momento, xoga con corenta cousas a un tempo, todo o contrario do que era seu irmán Ian. Pero gozo do momento. Non me cansa, eu xa estou tan acostumada...». «O avó Néstor di que esta etapa pasa rápido e do que está gozando máis é deste, porque do anterior non puido. Nin das fillas», debido a las ocupaciones laborales hasta que se jubiló, señala: «Non soubo o que era estar cun neno ata agora». A Ian aún hoy «encántalle quedarse a durmir aquí». «Que me adopten los abuelos», les pedía en el confinamiento.

Mari confiesa que, al igual que otras labores domésticas, cuidar a los nietos es un trabajo «invisible e ingrato e que tamén pode chegar a ser de 24 horas se queres». Para muchos en verano.