George, una historia del Prestige

Antón lois AMIGOS DA TERRA VIGO@TIERRA.ORG

VIGO

Antón Lois, a la derecha, con un compañero
Antón Lois, a la derecha, con un compañero C

El autor recuerda cómo se intentó salvar a un alcatraz que tragó chapapote en los primeros días; el 92 % de las aves perecieron

13 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Es un poco absurdo ponerle nombre propio a un ave silvestre pero le llamamos George. Era un mascato (alcatraz o Morus bassanus, como prefieran). Fue una de las primeras aves marinas petroleadas por el Prestige que se recogió en la ría de Vigo, concretamente en la playa de Areamilla, en Cangas. El Prestige todavía seguía a flote, le quedaban unos días para hundirse, pero sus víctimas empezaban a llegar a la costa. En aquellos primeros días las aves petroleadas se repartían por los centros de recuperación de fauna silvestre provinciales, en nuestro caso Cotorredondo. 

El problema es que estábamos en plena temporada de caza, y como era habitual en esas fechas el centro de recuperación se encontraba al límite de su capacidad atendiendo fauna tiroteada. La llegada de George y sus colegas terminó de saturar el centro y se habilitó el aula de naturaleza como hospital de emergencia. Pocos días después en el aula tampoco cabía un solo pájaro más, ni en nuestras casas.

Lo primero era evaluar las posibilidades de recuperación que tenía George, y para eso el indicador era su hematocrito: por debajo de un determinado nivel de glóbulos rojos sería irrecuperable. George tuvo suerte; aunque muy cerca del límite superaba el corte. Empezaba un largo proceso cuya primera parte pasaba por limpiarlo por dentro. El problema no era el chapapote de fuera, sino el que se había tragado al intentar limpiarse, y para eso se aplicaban sondas con suero y carbón activado cada pocas horas mientras simultáneamente se le alimentaba para que recuperase fuerzas ante lo que le esperaba. Como comprenderán, George no estaba por la labor de colaborar, y un mascato es un ave grande, fuerte y con un pico aserrado muy peligroso. Introducir la sonda y darle pescado implicaba dos personas y mucho cuidado para no hacerle daño y evitar que nos lo hiciera, pues un mascato te puede arrancar un dedo o sacarte un ojo al mínimo descuido.

Fueron pasando los días mientras George y sus colegas se estabilizaban y en ese lapso de tiempo se habilitó en el polígono industrial de O Campiño (cerca de Pontevedra, donde la base de helicópteros de incendios) un hospital de emergencia de ciclo completo que durante semanas centralizó las aves petroleadas que llegaban de toda Galicia. Allí se trasladó a George.

Como su hematocrito mejoró y la alimentación forzada le hizo recuperar fuerzas empezó su lavado. Ahora imaginen un proceso de dos horas de lavado, utilizando tres litros de detergente ultraconcentrado y cambiando el agua cada diez minutos (agua a la temperatura corporal del ave, para que no perdiera energía manteniendo el calor) con una persona lavando prácticamente pluma a pluma mientras otra lo sujetaba. Imaginen ahora otra hora de aclarado para que no quedase en ni una pluma el mínimo rastro de detergente.

La historia continuaría con unos días en la zona limpia con calor y alimentación. Posteriormente pasaría a las piscinas exteriores durante otros días en los que se verificaría minuciosamente que su plumaje volvía a ser perfectamente impermeable (de no ser así se repetiría una parte del proceso de lavado). Si todo fuera bien llegaría el momento feliz de soltar a George otra vez en su medio natural, algo que suponía otro problema pues las costas seguían llenas de chapapote, por lo que su liberación entraba en la categoría de internacional, al sur de Oporto. Me encantaría contarles un final feliz, pero el 92% de las aves petroleadas no superaron el proceso de recuperación y desgraciadamente George no superó el estrés del lavado y, literalmente, se nos murió en las manos.

Hoy solo queríamos contarles una historia de entre las muchas historias del Prestige, para no olvidarla y no olvidar a quienes seguramente fueron las víctimas absolutamente inocentes, para que Nunca Máis tengamos que vivirlo otra vez.