Funiculí, funiculá

VIGO

08 nov 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Un periodista italiano, Pepinno Turco, cuyo nombre no vamos a comentar, escribió en 1880 la letra de una canción: «Funiculí, Funiculá». Un amiguete compositor, Luigi Denza, le puso música y se convirtió en un éxito. Al punto de que Richard Strauss, creyendo que se trataba de una cantinela popular, la incorporó a su sinfonía Aus Italien, en un error producto de la buena fe que, al recibir una demanda judicial, le obligó a pagar derechos de autor a la pareja artística.

Pepinno Turco cantó en «Funiculí Funiculá» las maravillas del funicular recién estrenado por las autoridades de Nápoles para ascender al Vesubio. El volcán entró en erupción en 1944 y dañó de tal forma el artefacto que, en 1950, hubo de ser desmontado. Pero, por esas maravillas de la vida, su canción perduró, quedó su esencia, al igual que la Ilíada sobrevivió a la cólera de Aquiles, por poner un ejemplo poco pedante.

Más de un siglo después de esa hermosa inauguración, la conselleira Teresa Táboas llega a Vigo con el «Funiculí, funiculá», aunque en lugar de ascender al Vesubio, nos llevará a las estribaciones del Castro. El chistófano -si la Real Academia acaba de admitir «pen drive», yo me siento autorizado a escribir «chistófano»- tendrá parada en todas las estaciones, desde O Berbés hasta el castillo de San Sebastián, cuyas ruinas confiemos en que sean respetadas, en lo poco que queda después de que le colocásemos un ayuntamiento encima.

El «funiculí, funiculá» vigués está en la fase de idea y pronto llegará a la de proyecto. Lo cual es un clásico de nuestra ciudad, donde las infraestructuras se demoran hasta el surrealismo, de forma que cualquier vigués puede hablar del «metro ligero», por ejemplo, sin haberlo visto jamás en su vida.

Si Julio César, quien por cierto pisó las Cíes, llegase a Vigo a decir «Llegué, vi, vencí», sería linchado por la muchedumbre, que no entendería tales palabras. Si, en lugar de romano, el «divino calvo» fuese un gobernante vigués, hubiera dicho: «Llegué (tarde), sopesé, ideé, inicié la fase de proyecto, publiqué las bases, decidí la licitación, abrí un concurso público, me reuní con las partes implicadas, estudié el tema, presenté una maqueta, di una rueda de prensa y? la verdad es que no vencí, pero fue todo culpa de esta ciudad conflictiva e insufrible y su histórica marginación». Obviamente, así no pasarás a la historia ni enriquecerás el latín, pero es lo que hay, si César, en lugar de romano, fuese del Calvario, por ejemplo.

Es por ello que yo sospecho que el «funiculí, funiculá» no se hará nunca. Siendo, como es, una magnífica idea. Sus cinco millones de presupuesto darían más beneficios sociales que muchas autovías y más de un tendido del AVE. Pero en Vigo, capital mundial del maquetismo, las cosas funcionan así. Mientras nos ponemos a esperar, vamos ya todos cantando: «Vamos, vamos, de la mano: ¡Funiculí, funiculí! ¡Funiculí, funiculá!»