Su crianza durante 19 meses en botas de palo cortado imprime a la reina de las uvas de las Rías Baixas las notas de los vinos meridionales de Sanlúcar, sin que pierda un ápice de personalidad. Por arte de Anónimas Viticultoras
04 dic 2025 . Actualizado a las 10:29 h.Concederle su merecida visibilidad al papel de la mujer en el masculinizado universo de la vitivinicultura e investigar todo el potencial de las variedades de uva que atesora Galicia. Estas son las dos premisas con las que la bodeguera María Falcón y la enóloga Cristina Yagüe echaron a andar en el 2016 Anónimas Viticultoras, premio al mejor nuevo proyecto en la Barcelona Wine Week de este año. Con la inquietud y el atrevimiento por bandera, de sus manos emergió un rosado que desbrozó caminos hasta entonces inexplorados para el caíño tinto. La apuesta por la crianza en una ánfora de cocciopesto, material ancestral que se empleaba en la antigua Grecia y la Roma clásica, es otro de los ejemplos de una vocación que Cristina resume en siete palabras: «Ver hasta dónde puede llegar el albariño».
Como el movimiento se demuestra andando, Anónimas han sido capaces de vestir la uva reina de las Rías Baixas con los ropajes de un vino de Jerez. Quien esté enarcando ya una ceja no tiene más que buscar una de las 394 botellas de la añada del 2023 que todavía pueda encontrarse en el mercado y degustar su brillante resultado. Su nombre, Birlibirloque, tiene todo el sentido. «Nos referimos a aquella expresión antigua que usaban los magos y se popularizó, sobre todo en el sur, pero que también aquí tiene resonancia», explica la enóloga. «Al probarlo parece que te traslade desde aquí, desde el corazón de las Rías Baixas, a una bodega de Sanlúcar de Barrameda, con esa salinidad y ese toque de crianza que tienen los vinos de allí».
La idea surge de esas ganas de experimentar y escudriñar nuevas elaboraciones que han hecho de Anónimas Viticultoras lo que son. Y de la indisimulada pasión que tanto María como Cristina profesan a los vinos de Jerez. «Allí, en los últimos años, se han recuperado los vinos de pasto, que se elaboran en botas de Jerez clásicas, pero sin encabezar; sin añadirles alcohol para impulsar una crianza más larga». El encuentro con esos vinos más tranquilos prendió la mecha: «Quisimos trasladarlo al albariño porque, al final, se trata de una variedad que, pese a los tópicos, posee una gran capacidad de envejecimiento. Su acidez natural le permite evolucionar muy bien y sacar esas crianzas que proporcionan tan buenas características».
Las botas a las que Cristina se refiere son los barriles de roble tintados de negro en los que maduran los vinos de Jerez. No es nada fácil hacerse con una de ellas. Pero las Anónimas lo consiguieron. Es más, lograron que una tonelería artesana que se dedica a la recuperación de botas histórica achicase dos barricas clásicas de palo cortado, cuya capacidad se eleva seiscientos litros, hasta dejarlas en la mitad, trescientos litros cada una. Cuestiones de espacio.
Su crianza biológica y oxidativa confiere al palo cortado «unas características muy elegantes de envejecimiento con otras de frutos secos y notas de miel», de las que se empapa la madera noble en la que crece. La cual, a su vez, las transmite al albariño que ahora acoge, «al mismo tiempo que nuestra uva mantiene su gran personalidad cítrica».
El albariño, en definitiva, termina de fermentar en la bota con sus lías en el fondo de la barrica. El vino va mermando, sin que los barriles se rellenen, y hace su crianza oxidativa. «En primavera tiene incluso un ligero velo que le aporta esa parte de crianza biológica». Solo al final, en los últimos mese previos al embotellamiento, se rellenan los huecos. 19 meses de crianza en bota y un mínimo de cinco más en botella antes proceder al elegante etiquetado, a la numeración a mano y al lanzamiento. El proceso manda que la siguiente añada, la del 2025, esté a punto de caramelo.
Una advertencia, antes de embocar las últimas líneas de esta somera presentación. Birlibirloque no es un vino que esté amparado por la Denominación de Orixe Rías Baixas. Pero sí una elaboración que goza de peso gastronómico. «Al sumiller le da la oportunidad de proponer un juego a ciegas: demasiado ácido para Jerez, pero con unas notas tan marcadas que jamás las tendría un albariño». Un vino migrante, atlántico, nórdico y meridional a la vez, como por arte de magia. Cousa de encantamento.
Nota de cata
A la vista. Un color amarillo dorado, brillante.
En nariz. Un vino muy yodado, con notas de frutos secos como almendra, notas ahumadas y de cítricos en confitura.
En boca. Un vino muy seco, muy salino, largo, con mucha persistencia y recuerdo.
