08 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Este verano me han propuesto aventurarme en una ingeniosa iniciativa empresarial que, por disparatada, me animo a compartir, por si le vale la idea a alguien más valiente. Es sencilla: una consultora de colas. Se trata de gestionar delante de los negocios disciplinadas hileras de supuestos compradores que actuarían como los ganchos de los trileros. Los primeros en sumarse serían los que solo paran a comer en los restaurantes de carretera donde hay muchos camiones aparcados. Y después vendrían otros incautos.

Además del boca a boca y de la controvertida lista de TripAdvisor, el pepinazo turístico al que nos hemos subido ha permitido recuperar el papel de la cola como fiable radar del éxito a pie de calle. Este verano las he visto en la Rúa do Vilar, para entrar en la Catedral; también en las cajas de algunas tiendas, en rebajas; las hay en Loiba, para sentarse unos segundos en el presunto banco con las vistas más bonitas del mundo; en la Comisaría, para renovar el pasaporte y volar lejos; para pedir una cerveza en los festivales indies; se repiten, noche tras noche, tumultuosas, en torno al puesto de gofres de Silgar; en Cíes, por descontado, y también contando de más; y en la playa de As Catedrais, que un día se viene abajo y hay una desgracia. A las cuatro de la tarde vi a gente rabiosa en la barra del chiringuito mirando cómo los del turno de las dos y media acababan el postre para remontar por tercera vez la mesa de la esquina que es un balcón sobre el agua caribeña de Cabío.

Pero la oportunidad de negocio tenía trampa, y se llama septiembre, cuando irrumpe una competencia tenaz: las oficinas de empleo y las urgencias de los hospitales, tan dinámicas durante la canícula.