Mercedes Corbillón, librera y escritora: «El amor es lo más libre que hay, es imposible obligar a alguien a amarte»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA /LA VOZ

PONTEVEDRA

Ramón Leiro

Va a publicar su primera novela, pero hace años que escribe una vida tremendamente divertida

05 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Los incrédulos dirán que hace días que el cielo gallego ha dejado de escupirnos y nos está dando una tregua de buen tiempo. Pero los soñadores entenderán que no es casualidad que el sol se colocase justo encima de Pontevedra el jueves, a la hora en la que Mercedes Corbillón, cosecha de 1969, librera, escritora y pontevedresa, acude a la cita para ser entrevistada. Hasta Renfe, otrora paladín de la puntualidad, ha retrasado su tren para que ella llegue tarde y, como casi todo lo bueno de la vida, se haga esperar. Parece el escenario de una película, pinta que esta mujer de labios encarnados que tratan de disimular una ortodoncia juvenil que combina con sus ojos traviesos trae la cámara de El show de Truman detrás. Pero solo se necesitan unos instantes con ella en una terraza y a la hora del aperitivo para comprobar que no habría guion que resistiese su entrañable caos y esa manera tan maravillosa de confundir a propósito el tocino y la velocidad; maridando maravillosos consejos sobre novelas o disertando sobre el amor con relatos de besos en bares de mala muerte y bailoteos con escritores consagrados que llevaban sin mover el esqueleto desde los años noventa y no pudieron resistirse a los altavoces del U.F.O..

Mercedes iba, efectivamente, para pontevedresa de toda la vida —ella cree que lo es—. Y le encanta presentar sus credenciales como tal: nacida en Santa María, residente en A Caeira, estudiante en el Sagrado Corazón y el Valle y otra vez a Santa María a casarse. Pero su reino es demasiado grande para circunscribirse a la tierra del Lérez y a cualquier otro lugar. Que viva en Santiago desde hace años es lo de menos. Mercedes podría ser de cualquier sitio, porque da la sensación de que se ha quedado un poquito en cada uno de los mundos de los libros que ha leído. Y son muchos, desde que desde niña se inició con Los Cinco y luego intercambiando novelas de Agatha Christie a cinco pesetas en el quiosco de las ruinas de Santo Domingo. El instituto, ese en el que no se molestó en sacar buenas notas, la pilló descubriendo a los escritores latinoamericanos, con Cien años de soledad marcándole la existencia.

Se fue a Santiago a estudiar Graduado Social porque había que cubrir el expediente, pero más preocupada por tener tiempo de vestir minifalda que de ninguna otra cosa. Ojo. Cumplió con el cometido académico. Además, reconoce que tanto en el instituto como en la universidad hubo profesores que repararon en su forma de contar las cosas, que le pusieron sobre la pista de que su manejo de las palabras en los exámenes —capaz de disimular incluso que no había hincado el codo— coqueteaba con lo excepcional. Pero Mercedes, tendente a tomarse todo con pasmosa relatividad, creyó que no había para tanto. Pero es que entonces tampoco sabía que era «un bomboncito». Y, ella, que no es de frustración fácil ni habitual, cree que hasta resultó bueno que así fuese.

Se fue de cabeza a la inmobiliaria de su padre. Dice que es «su lado oscuro» por lo poco que habla de esos años. Sin embargo, escucharle contar cómo se aprende de la vida y del ser humano trabajando en el ladrillo es lo más romántico de la charla. 

La crisis inmobiliaria les pilló de lleno y ya es famosa la historia de cómo tres de los hermanos Corbillón, unidos ante el desastre como en el mejor guion de Hollywood, abrazaron la locura de pasar de un gremio tocado y hundido a otro en permanente ahogo abriendo una librería. La llamaron Cronopios. Su propia naturaleza, ese bon vivant que debe anidar en sus células, le asignó a Mercedes un papel de farandulera magnífico para atraer escritores. Algunos, con envidia sana o insana, preguntaban por sus contactos. «¡Pero es que no los tenía, empecé de cero!», exclama. Cuenta cómo es su modus operandi con los escritores; las charlas sesudas con alguno hasta el amanecer, los paseos por Santiago o Pontevedra, la preparación de cada acto para que se sientan en ambiente, las comidas compartidas, el pago del hotel y la empatía por bandera, salvo con aquellos «que no sean capaces de sorprenderse ante la belleza», bien sea de una calle de Compostela o de un recuerdo de Italia. Y se evidencia que Mercedes vive del cuento, pero es un cuento con albañilería detrás.

Separada tras un matrimonio feliz, le interesa el amor como herramienta literaria más que ninguna otra cosa. Dice que «es lo más libre que hay en el mundo» y lo justifica en que «es imposible obligar a alguien a amarte». El sol aún aprieta en la terraza de Pontevedra, en la que su padre se ha parado y preocupado por si sus labios abultados sobre la ortodoncia son bótox. Podría estar lloviendo. O haberse acabado el mundo. Y no nos habríamos enterado. Estamos en la Venecia de La belleza debe morir, la primera novela de Mercedes (que saldrá en abril), tratando de cumplir un sueño imposible. Habrá que leerla para no despertarse.