El impacto de los olores en la salud: «Perder el olfato aumenta el riesgo de ansiedad y depresión»

VIDA SALUDABLE

No solo las enfermedades pueden modificar el olfato, sino también las hormonas, algunos medicamentos e incluso los colores que vemos
10 jun 2023 . Actualizado a las 16:49 h.Desde nuestras comidas preferidas hasta la alerta que sentimos ante un incendio y desde la atracción sexual hasta la repulsión o el asco, el olfato desempeña un rol fundamental en las respuestas de nuestro organismo a los estímulos externos. Esto es algo de lo que fuimos particularmente conscientes quienes pasamos el covid-19: uno de los síntomas tempranos de la infección es, en muchos casos, la pérdida del olfato, conocida en términos clínicos como anosmia. Porque lo cierto es que, aunque en el día a día nos parezca el más insignificante de los sentidos, el olfato no solo está relacionado con el gusto y con las feromonas. Su funcionamiento está implicado en el desarrollo de enfermedades como el párkinson y procesos biológicos como la reproducción. La salud, las hormonas y el comportamiento se ven afectados por todo lo que olemos. Entender este impacto nos puede ayudar a alimentarnos y cuidarnos mejor.
Cómo funciona el olfato
«El olfato funciona a través de unas neuronas del sistema nervioso central que atraviesan la zona de la cabeza que está justo encima de la nariz. Los estímulos se producen allí y llegan al cerebro. Desde el punto de vista de las feromonas, del gusto, de la alerta, el olfato es importante ya que los olores desagradables generan una alerta en el cerebro, mientras que otros determinados olores pueden calmarnos, como los cítricos, por ejemplo», explica el neurólogo Jesús Porta, de la Sociedad Española de Neurología.
El procesamiento de los olores tiene una particularidad con respecto a otros sentidos: es eminentemente emocional. El motivo de esto se halla en el camino neuronal que traza una molécula aromática al llegar a nuestra nariz. «Cuando olemos, las moléculas responsables del olor entran en la cavidad nasal, se van a la parte dorsal de esta cavidad, y allí hay neuronas que atraviesan el hueso, salen y prolongan sus terminaciones directamente en la mucosa olfativa. Es como si el cerebro saliera a oler. Esa recepción del estímulo llega al córtex olfativo, en la parte interna de los lóbulos olfativos, y va hacia dos sitios. Por un lado, va hacia la corteza orbitofrontal, y entonces, tenemos un procesamiento de esa información muy parecido al de la información visual, es decir: muy racional. Entendemos lo que estamos oliendo, pensamos en lo que estamos oliendo. Pero hay una segunda vía, un segundo circuito de neuronas que sigue la recepción sensorial olfativa, que va hacia otra parte distinta del encéfalo, que es el sistema límbico, que va a zonas del hipocampo y de la amígdala cerebral. De lo que se encargan estos centros es de los aspectos emocionales. De esta manera, mientras que la visión va directamente a la razón, el olfato va un poquito a la razón, pero sobre todo va a la emoción», explica Victoria de Andrés, profesora de biología animal de la Universidad de Málaga.
Desarrollo evolutivo
En términos biológicos, el olfato se ha desarrollado a lo largo de la evolución de nuestra especie hasta convertirse en el sentido que tenemos hoy mediante un proceso excepcional. «Lo que se suele entender normalmente por evolución es que es un progreso siempre hacia un mayor grado de complejidad. Sin embargo, en el caso del olfato, con nosotros es al revés. En nuestros antecesores, en el encéfalo, la parte correspondiente a los bulbos olfativos era proporcionalmente muchísimo mayor. Los mamíferos en general procedemos de un grupo concreto de reptiles mamiferoides. En ellos, un tercio del encéfalo eran los bulbos olfativos. Sin embargo, cuando aparecen los primeros mamíferos, esta proporción se hace sustancialmente más pequeña. Pero en la especie humana, esa reducción proporcional es muchísimo mayor, a tal punto que, si miramos desde arriba el cerebro de un ser humano y el de un perro, en el perro vemos que los lóbulos olfatorios ocupan toda la parte anterior. Sería la parte correspondiente a ese morro alargado que tiene el perro. En un cerebro humano visto desde arriba, no se ven siquiera los lóbulos olfatorios. Porque en el caso del ser humano, los lóbulos olfatorios han quedado enmascarados por el superdesarrollo de otra parte del cerebro, que son los hemisferios de la corteza cerebral, que nos han permitido desarrollar la inteligencia», explica de Andrés.
En esta reducción proporcional de la importancia del olfato a nivel del cerebro, también fue fundamental el desarrollo extraordinario, con respecto a otras especies, que tuvo en los humanos el sentido de la vista. «La manera que tenemos de reconocer nuestro entorno es fundamentalmente visual. Y la corteza cerebral lleva gran parte de la responsabilidad del procesamiento consciente de la información visual. Tenemos 12 millones de neuronas receptoras olfativas. No tantas como, por ejemplo, los perros, que tienen en torno a cuatro mil millones, pero es muchísima capacidad. Es decir que no hemos perdido el olfato. La vista enmascara nuestra percepción del entorno en relación con el olfato, lo que no significa que no siga actuando. Sigue actuando y muy intensamente, pero a otro nivel», detalla de Andrés.
Olfato y memoria
Como consecuencia del doble procesamiento de los olores en el cerebro por las vías de la corteza orbitofrontal y de la amígdala, respectivamente, el olfato está ligado a la memoria de una manera particular. Si bien poseemos la capacidad de recordar los olores, «tenemos muy mala memoria olfativa a diferencia de la visual o la auditiva. Pero el olfato tiene una relación bastante directa con las sensaciones emocionales, deja una marca en algunos recuerdos de la infancia y nos los evoca muy directamente. Determinados olores nos van a evocar situaciones o circunstancias que hemos vivido», observa Jesús Porta.
«Por eso, una imagen es mucho más fácil de describir que un olor. Una fotografía la puedes describir perfectamente: qué tamaño tiene, qué colores, qué contraste. Y la puedes incluso recrear bien si sabes dibujar. La memoria olfativa no es tan fácil de describir, pero es mucho más evocativa y muchísimo más emocional. Además, es inmediata, porque no sufre esa criba de atravesar la razón, sino que la emoción es automática. Por eso los olores tienen una labor de interruptor: producen de manera inmediata atracción o repulsión», ilustra de Andrés.
Al mismo tiempo, con la edad, vamos perdiendo nuestra capacidad olfativa, del mismo modo que perdemos capacidad visual, por ejemplo. Esto quiere decir que las personas jóvenes son más sensibles a los olores, lo que explica que asociemos tan fuertemente los olores a recuerdos de la infancia y la juventud.
Otro ejemplo de esta pérdida olfativa es el uso de perfumes y colonias. «Las personas más mayores no se van dando cuenta y se ponen cada vez más perfume. Porque, para obtener la misma sensación, se necesita cada vez una mayor cantidad de moléculas que producen olor», explica Victoria de Andrés.
Esto no es lo mismo que el acostumbrarse a un olor o una fragancia, como cuando nos mudamos y, al principio, sentimos el olor de la nueva casa, pero, con el tiempo, dejamos de percibirlo. «Es la saturación, te pasa con la mayoría de los estímulos. Cuando se mantienen durante un cierto tiempo, dejan de pasar esa información al cerebro de manera consciente. Porque el cerebro se considera ya informado de esto. Para evitar la sobresaturación, no te está diciendo continuamente que hueles eso, porque ya te has enterado de que lo hueles», explica de Andrés.
Alimentación y gusto
Que el olfato va ligado al gusto es un dato que todos conocemos, pero la naturaleza de esa relación es compleja. El gusto está formado por los sabores y los olores. Entre los primeros, se cuentan dulce, salado, amargo, ácido, y umami. Estos se perciben mediante receptores ubicados en la lengua. «Luego, tenemos armónicamente la percepción del olfato, que es mucho mayor. La percepción olfativa está de los 1.400 olores, hasta 14.000 según algunas estimaciones. Lo que nos va a dar el cromatismo real de los alimentos no es el gusto. Es el olfato», señala Porta.
Así, el rol del olfato en la percepción de sabores es doble. «Está la fase nasal y la retronasal. La fase nasal es cuando te acercas, por ejemplo, el café a la nariz. La retronasal es cuando lo bebes, lo tragas y te viene un aroma por detrás. Al final, todo va por la nariz. Pero aunque el producto sea el mismo, no es igual antes de llevártelo a la boca que cuando ya ha pasado por esas primeras fases de digestión y hueles ese retroaroma. El retroaroma es muy importante, por ejemplo, en la canela. La canela no se percibe nada una vez que te quedas con anosmia. La pierdes totalmente», explica el neurólogo.
Al mismo tiempo, el olfato y el gusto están mediados por otros sentidos. «Por ejemplo, se han hecho estudios con vino y si es blanco, se lo percibe con un aroma más a vainilla, mientras que si lo tintan, se percibe un olor a canela. Los colores alteran la percepción olfativa», asegura Porta.
Olfato y enfermedades
La anosmia o pérdida del olfato es un fenómeno que muchos pacientes experimentaron con el covid-19. «La mayoría de las personas que perdieron el olfato no lo hicieron por lesión de las neuronas, sino por lesión del epitelio olfativo, que está justo por debajo. Ese epitelio se regenera muy rápido, entonces, entre una y cuatro semanas después se recuperaba el olfato totalmente. Pero entre un 2 y un 5 % de ellos tuvieron una pérdida del olfato más prolongada. No tanto por la invasión del virus, sino porque el epitelio no vuelve a crecer. Estas personas, que también pueden tener este problema con la gripe, aunque en un porcentaje mucho menor, pueden recuperar el olfato entre uno y tres años después», explica Porta.
Esta pérdida tiene repercusiones que van más allá de no sentir el sabor de la comida. «Lo que se ha visto en estudios de pérdida de olfato por traumatismos o gripe es que aumenta el riesgo de ansiedad y depresión. Además, estas personas tienen más riesgo de morir en un incendio porque no huelen el humo», señala el neurólogo.
En estos casos, la recuperación del olfato, generalmente, es posible. «Hay tres posibilidades. Una es que lo recuperes, pero menos. Esto se llama hiposmia, quiere decir que sigues oliendo pero te cuesta mucho más reconocer y percibir el olor, entonces, hacemos entrenamiento olfativo para que el cerebro se sensibilice y seas capaz de reconocerlo con más facilidad. Otra posibilidad es que lo recuperes del todo, y la tercera, que es lo más desagradable, pero es un paso previo a la normalización, es la parosmia: recuperas el olfato, pero las neuronas que han crecido no corresponden a lo que olían antes, entonces, hueles un café y te huele a putrefacción. Pero esto suele tener buen pronóstico y, con el tiempo, se normaliza el olfato, aunque es una fase muy desagradable para los pacientes. Cuando eso ocurre es porque al crecer la neurona, va a un receptor que no corresponde. Se activa con unas rosas, pero esa neurona va a una región del cerebro que asocia el estímulo a putrefacción. Entonces, el cerebro huele eso», detalla Porta.
La anosmia también es un síntoma de ciertas enfermedades neurológicas. En este caso, sí hablaríamos de un daño a nivel neuronal. «Los pacientes de párkinson, como síntoma, pueden perder el olfato. Pero no quiere decir que si perdí el olfato voy a tener párkinson, sino que un síntoma de la enfermedad precoz es esta pérdida y, de hecho, es criterio diagnóstico. Es la propia enfermedad la que va a producir la pérdida», aclara Porta.
El olfato puede verse asimismo alterado en otros cuadros como el de la migraña. «Hay un cuadro en el que los pacientes sienten un olor muy desagradable, e incluso los olores fuertes pueden desencadenar migrañas en algunas personas. Nosotros tenemos unos umbrales para la percepción del mundo. Por ejemplo, cuando tú no tienes niños, el umbral al llanto de los niños está alto, no los oyes. Cuando tienes un hijo, automáticamente, el umbral baja y oyes hasta el mínimo llanto. La migraña hace que baje el umbral a los estímulos perceptivos, entonces, te van a molestar los olores, las luces y los ruidos», señala el experto.
Del mismo modo, hay situaciones en las que el olfato va a ser mucho más fino, «como el embarazo», dice Porta. Algunos déficits de vitaminas, como el déficit de vitamina B12 o el de hierro, también pueden alterar este sentido. Incluso, puede haber alucinaciones olfativas. «Si hueles cosas donde no las hay, puede ser por una crisis epiléptica», advierte Porta.
Medicamentos que alteran el olfato
Diversos fármacos pueden alterar la percepción del olfato, como por ejemplo, algunos antibióticos, los antiepilépticos, los antitiroideos, las benzodiacepinas, los antiarrítmicos, los antihipertensivos o las estatinas. De hecho, entre los fármacos que con más frecuencia producen alteraciones olfatorias destacan también los descongestionantes nasales. «Con los fármacos, aumenta un poquito el umbral y entonces podemos tener un poquito menos de discriminación perceptiva», explica en este sentido Jesús Porta.