Esta parte de la ladera «es fría y "fraca"»

INTERNACIONAL

VÍTOR MEJUTO

La emigración despuebla el interior, donde hay jubilados que viven con 200 euros

22 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Parece que ha nevado. La helada cubre los muros que separan los prados de la carretera que une Braga con Montalegre, cerca ya de la frontera con Ourense. La vía discurre por un paisaje frondoso. Dejando a la izquierda el desvío al centro de la sierra de Xurés, la ruta continúa. A unos cuantos kilómetros, atravesando por medio de los terrenos escarpados de Venda Nova, hay una pequeña pista que conduce a una especie de atalaya sobre la que se levanta São Fins, un pueblo de casas de piedra asentado sobre una colina coronada por varios hórreos en el distrito de Vila Real. Son poco más de las once de la mañana. No es fácil encontrar a alguien.

En la primera casa de la aldea, una mujer de mediana edad sale al patio. Se llama Ana María. Explica que la mayor parte de la decena de habitantes habituales están trabajando en Montalegre o Braga. Vuelven por la noche. Para dormir. El resto de los propietarios de las casas restauradas, cerradas a cal y canto, están fuera. «En la zona -cuenta- ha habido dos oleadas migratorias. La primera, en los años setenta y ochenta. La segunda, hace unos cuatro años, cuando esto quedó acabadito». ¿Adónde se han ido? Al Reino Unido, a Francia y a España.

Hace justo unos dos años, por el 2015, fue cuando los hijos de María, una mujer mayor que vive colina arriba, en una vivienda que mira a la albufeira de Venda Nova, hicieron las maletas para poner rumbo a Inglaterra. No fueron los primeros del pueblo. Pero puede que sean los últimos. No porque haya más trabajo. Porque ya no queda mucha gente que pueda emigrar. «Uno de mis hijos trabaja allá en la hostelería. El otro en las obras. Este último año en el pueblo han muerto varios mayores», dice esta mujer de negro a la que le cuesta andar. Avanza apoyada en la escoba con la que barre el patio. «La vara en la que me apoyo normalmente la tengo ahí», dice mientras su perro Fusco le toca la falda. Hace dos años se quedaron solos. Ella y su marido. Los dos, mirando la albufeira.

-¿Le gusta esto?

-¿Inglaterra? Nunca estuve. ¿Ah, esto? ¿El pueblo? Para los que vienen de fuera es bonito, pero es frío y fraco [pobre]. Los turistas no pasan por aquí. Van hacia el otro lado de la ladera, para el Xurés.

São Fins no está muy lejos de Montealegre, la cabecera municipal, ni del médico de familia, al que María va en Venda Nova, a unos tres o cuatro kilómetros. Pero la despoblación y la escasez de turistas prolongan la distancia real con la cabecera municipal. Parece que esa aldea está mucho más aislada que el propio Xurés, donde desde hace unos años florecen las hospederías rurales. Por contra, en este lado del río, lo que domina son las casas cerradas o aquellas de las que penden carteles de venta.

La soledad es mala compañera en un lugar como ese. Ismenia se nota sola. Es una mujer fuerte. Bregada. No le asusta cargar sacos. No le da miedo trabajar a la intemperie. Pero cuando medita sobre sus circunstancias, se echa a llorar. Son lágrimas limpias. De falta de esperanza. Porque en contra de lo que está ocurriendo en Lisboa, Oporto o en las áreas metropolitanas de ambas urbes donde parecen florecer los brotes verdes, dice: «No veo arreglo».

Ayudas que no alcanzan

La misma mañana fría de enero en que María charla en el patio de su casa de São Fins, esta otra mujer, también con sus buenos años, recoge piñas junto al cámping, ahora cerrado, de Penedones. Son para llevar a casa, para alimentar la lumbre con la que calentarse. «Aquí solo quedamos vellotes -describe-. Hay algún niño, pero van a la escuela a Montalegre. A mi marido le dio un ictus. Ahora está aquí en una casa de reposo que montó una señora en el pueblo. Solo son tres personas. Pagamos con su jubilación, pero eso no llega. Tenemos que tirar do bocadinho que ahorramos», cuenta.

Lo que tienen no les da para estirar mucho. Nació en Penedones, estuvo emigrada en Francia, «pero solo cinco años». Luego volvió. Trabajó con su marido en el campo. Ahora vive, o sobrevive. Porque, como cuenta, este último año les han bajado la ayuda de jubilación «Antes eran unos 219 euros al mes; ahora bajaron a 200».

No muy lejos del lugar en el que recoge piñas está Trabazos. Una cuadrilla de obreros trabaja arreglando la parte de atrás de una casa. Las que están recuperadas conviven con las que están a punto de caerse. Antonio atraviesa la plaza vacía. El bar está cerrado, como la mayor parte de las viviendas del entorno. «La gente de aquí está en el Reino Unido, Brasil, Francia, España, América», cuenta. Muchos regresan en verano. Un mes. Entonces abre el bar.

Geriátricos de nueva apertura y la limpieza de cunetas, fuentes de empleo local

La escena se desarrolla en Portugal. En las afueras de Montalegre, en el norte más al norte del país. Parece tomada en un pueblo del interior de Galicia. Quizá porque la raia está cerca. Pero no. Es Portugal. Tres peones, sacho en mano, avanzan por una acera. Es la hora de comer. La cuneta, que discurre en paralelo a una pequeña capilla improvisada en la misma acera y que mira a la carretera, está a medio desbrozar. Los tres (João, Francisco y Daniel) son «trabajadores de la Cámara [el Ayuntamiento]». Están encargados de dejar como una patena el entorno de las carreteras del municipio.

¿Notan la remontada que, como apuntan los datos macroeconómicos, parece que está viviendo la economía en Portugal? «Hay más empleo, por lo menos en la Cámara», dicen. Además -añaden mostrando un inmueble grande y nuevo que hay al otro lado del asfalto-, el centro de mayores que han abierto hace dos o tres años ha creado muchos puestos de trabajo en la zona. En el entorno también hay gente que vive de la agricultura y, durante el fin de semana, saca algo con el turismo rural. Como Mario, que tiene cabras alpinas que pastan a sus anchas a la entrada del pueblo. El rebaño lo tiene «para pasar el rato». Luego ha montado un hotelito rural para los turistas que llegan en verano o pasan la frontera cada domingo. El paisaje es bonito. El pueblo, su castillo está cuidado. Eso ayuda. ¿Cómo ve el país desde esta esquina de la raia? «Desde que llegó el nuevo Gobierno parece que está mejor». Pero aún cuenta que lo que los mató fue la UE: «¿Cómo vamos a pelear con Estados como Alemania?».