¿Cuál es realmente el perfil ideológico de Feijoo?

Juan María Capeáns Garrido
juan capeáns SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

Feijoo, el día que ganó sus primeras elecciones, hace justo 13 años, el 1 de marzo del 2009. A partir de ahí ha encadenado 3 mayorías absolutas más, con el 48 % del voto.
Feijoo, el día que ganó sus primeras elecciones, hace justo 13 años, el 1 de marzo del 2009. A partir de ahí ha encadenado 3 mayorías absolutas más, con el 48 % del voto. PACO RODRÍGUEZ

Ha ido ensanchando sus apoyos electorales para secar a Vox y crecer por la izquierda

02 mar 2022 . Actualizado a las 13:15 h.

«Feijoo es un colaboracionista del fascismo más rancio». «Feijoo habla de Galicia en un sentido patrimonial, como un nacionalista». Estas dos frases las recogieron con 48 horas de diferencia los medios que siguieron la campaña de las autonómicas del 2020. La primera la pronunció Xosé Manuel Beiras, y la segunda, Santiago Abascal, en las Antípodas ideológicas. Unos días más tarde de pronunciarlas, en Galicia —que en el diván ideológico del CIS se autoproclama centrista—, un 48 % de los gallegos que acudieron a votar depositaron en las urnas una papeleta del PPdeG y le dieron la cuarta mayoría absoluta a un presidente acusado al mismo tiempo de privatizar la sanidad y de imponer el gallego en las aulas, dos conceptos de rocambolesco encaje en un mismo partido. Alberto Núñez Feijoo, que se define como un reformista de centroderecha y un liberal «que paga las deudas», ha acabado moldeando su propia personalidad política entre las hipérboles de unos adversarios empeñados en sacarle la máscara de hombre moderado.

Los primeros años

De gestor a presidente. Una de las teimas de la oposición en la primera parte de su trayectoria en la Xunta fue presentar a Feijoo como un simple «gestor» o incluso como un «acreditado contable» al que tarde o temprano acabarían despidiendo de una empresa privada, como lo describe el socialista Fernández Leiceaga en el 2016. Sus asesores lucharon contra esa imagen labrada en los años del Insalud y Correos, dos gigantes estatales que dirigió con gomina en el pelo y sin carné del PP. La evolución de los presupuestos, su indispensable cuaderno de bitácora, es elocuente. En el 2009 llega a una Xunta con un tope de gasto por encima de los 10.000 millones de euros que no se vuelven a alcanzar hasta el 2020, aunque pagando cada año «un buen pufo», como califica el desajuste que provocó la crisis de ingresos negada por Zapatero. Con todo, presume de mantener los servicios públicos, de hacer nuevos hospitales y de reducir el fracaso escolar con 2.000 millones menos. «Conseguimos que Galicia llegase a fin de mes en los últimos ocho años», presumía antes de su tercera mayoría, coincidiendo con el impulso de rebajas fiscales en los tramos autonómicos de impuestos y en todo lo que tenga que ver con el empleo o el asentamiento de personas en el rural. 

Los servicios públicos

Recortes y expansión. La portavoz del BNG, Ana Pontón, recuperó hace solo unas semanas unas declaraciones de Feijoo del 2012 en las que se mostraba partidario de privatizar «todo lo que no sea el núcleo duro» de la sanidad. Aquellas palabras han sido pólvora en la trinchera de la oposición, hasta el punto de que la Xunta se acabó gastando en el 2019 medio millón de euros para pagar carteles para el «Hospital Público Álvaro Cunqueiro», la gran obra sanitaria ejecutada y puesta en marcha en Vigo en momentos de escasos ingresos. En mayo del 2020, cuando remitía la primera ola de la pandemia, Feijoo se tomó su venganza: «Esta crisis le ha hecho justicia a las inversiones sanitarias en las vacas flacas», sostuvo presumiendo de datos de mortalidad, objetivamente mejores que los del resto de España. Otra cosa distinta es la gestión de los recursos humanos. Antes del covid, la Xunta ya había admitido la necesidad de cambiar el modelo de atención primaria, mermado por la falta de personal tras años de tijera. El desgaste ya venía de los años en los que los empleados públicos tuvieron que entregar una parte de su nómina, que fueron recuperando parcialmente con el tiempo. La oferta pública de empleo, que los sindicatos ven insuficiente, no se dinamizó hasta la pasada legislatura. 

 

Los adversarios

El PP de los diez millones. El PP que le gustaría presidir a Feijoo, del que siempre presume, es el partido ancho que fue capaz de sumar «diez millones de votos» y de pactar, por ejemplo, con el PNV, algo casi imposible con Casado, fácil con Feijoo por la sintonía con Urkullu. Cuando irrumpen nuevos actores que trocean la tarta del centroderecha se muestra condescendiente con Ciudadanos, al que solo critica por su errática y volátil trayectoria. Es más firme con la ultraderecha: «No tengo intención de pactar con Vox, y no lo haré, es un partido que está contra Galicia». Fin del debate. Lo dijo en el 2020 en TVE, en una de sus habituales incursiones mediáticas para toda España en las que acostumbra a repartir críticas al Gobierno con comentarios de reprobación a la dirección de Casado, donde no siempre se entendieron sus llamamientos a resolver los problemas de Estado con una gran alianza con el PSOE.  

Cambio de estrategia

Más perfil político. Con las cuentas de la Xunta consolidadas, el perfil de Feijoo se alejó del pragmatismo en el 2016 para fajarse en el terreno ideológico con las mareas y con los nuevos referentes de la política nacional, más «jóvenes y gaseosos», como suele definirlos. A Sánchez lo trata de rebajar por comparación con los veteranos del PSOE que apuntalaron la Transición y a los que él mismo votó en 1982; y a los nacionalistas y populistas les aplica un eficaz antídoto: cero doctrina hasta convertir al PP en «el partido que más se parece a Galicia».