María José era sobre todo una mujer muy querida en Chapela. Sus vecinos lamentaron ayer mucho su trágica pérdida, para la que no encuentran una explicación lógica.
Un deportista contra el que no constan denuncias previas
Emilio Fernández Castro no respondía al perfil de maltratador y nadie que lo conociese lo hubiese creído antes del lunes capaz de matar a su expareja y suicidarse haciendo estallar el gas de dos bombonas de butano. Natural del barrio vigués de Cabeiro, allí muchas personas lo recordaban como un ser extraordinario. Gente de su entorno más cercano no se explicaba cómo pudo hacer una cosa así, especialmente por lo ligado que se sentía a su hijo de 8 años, al que llevaba todos los días al colegio y con quien andaba siempre en bicicleta. En palabras de la propia víctima, María José, Milo «era un padrazo», según había reconocido a sus compañeros de trabajo.