Carlos Núñez: «Ojalá no perdamos la lengua, pero, ojo, tampoco la música»

FUGAS

Como un «acto de resistencia» frente a los grandes fastos postula Carlos Núñez su gira «Lugares Máxicos», que este domingo llevará su música al monasterio de Oseira

21 jul 2022 . Actualizado a las 22:54 h.

Bretaña también es un «lugar mágico» y muy especial en la trayectoria vital y musical de Carlos Núñez (Vigo, 1971). Allí, el jueves actuó en el festival de Cornouaille. Y desde allí nos atiende antes de emprender el retorno a casa. A su otra casa.

­—¿Qué supone Bretaña para Carlos Núñez?

—Bretaña es una gran potencia para la música celta y la tradicional. Y lo es porque no se ha mirado el ombligo. No ha estado mirando solo para dentro. Bretaña tiene esa vocación vertebradora de los finisterres atlánticos. No ha hecho como Irlanda o Escocia que han mirado más por sus intereses. O incluso Galicia, que está más encerrada en sí misma, siguiendo un poco los modelos culturales del País Vasco y Cataluña. Bretaña es diferente. Piensa en hacer equipo intercéltico. Aquí se respira un ambiente de libertad hermoso.

—Hablas de vocación vertebradora, apertura, libertad... Cuestiones que también a ti te identifican. No sé si te sientes más cercano a los postulados bretones que a los que encuentras en Galicia.

—No soy el primero que aplaude esta forma de ser de Bretaña. Castelao, cuando estuvo en Bretaña en los años 30, enviaba cartas a sus amigos en Galicia en las que decía que ojalá la Galicia del futuro fuese como Bretaña. Allí vio una modernidad y unas vías de desarrollo intelectual y cultural que no se daban en Galicia. A mí, este contacto de tantos años con Bretaña me ha hecho más consciente de que, sí, estamos en España y en la península ibérica, pero que somos atlánticos. Entonces, ¿por qué tenemos el Atlántico olvidado? ¿Quizá porque seguimos colonizados? Yo empiezo a pensar que sí.

—Vengamos a ese «lugar mágico» que es Oseira. Dices que la acústica del monasterio «no invita a las cancioncitas de tres minutos llenas de variedades y cambios».

—Así es. Invita más al trance, a las macroestructuras largas, que encontramos desde en la música medieval hasta en el rock sinfónico. Es el antishow. En el sentido de que el show necesita cambios continuos para mantener la atención. Y aquí lo que se procura es un estado de trance, mántrico... Es otra forma de hacer música, muy moderna y muy antigua a la vez.

—¿Adaptas el repertorio al lugar en el que lo interpretas?

—Sí, por supuesto. El lugar cambia completamente el espíritu de la música. El concierto de Oseira tendrá un repertorio que hará especial hincapié en las músicas medievales. Y llevaremos réplicas de los instrumentos del Pórtico de la Gloria.

—Dices en la presentación de esta gira que «son tiempos para conciertos en plena naturaleza». No sé si lo sigues viendo así después de lo vivido esta semana.

—Esta gira de Lugares máxicos es un acto de amor y resistencia. El camino que ha tomado la oferta musical en Galicia no tiene pies ni cabeza. Nuestras músicas de raíces están prácticamente desaparecidas. Es como si a la hora de hacer fiestas gastronómicas, nos dedicásemos a hacerlas de pizza o de hamburguesa. Hemos llegado a una situación en la que todo son macrofestivales: Morriña, Atlantic, Marisquiño, Son do Camiño... Pero ¿qué hay de morriña, de atlántico, de marisquiño o de sonidos del Camino en las músicas que suenan allí? ¿Suenan las músicas de esas palabras evocadas? Son preguntas que lanzo a la conciencia de todos.

—¿Entonces?

—En su día nos quejamos del trato que dio TVE a Tanxugueiras, pero creo que en Galicia este verano estamos haciendo lo mismo. En otros países las estrellas internacionales llegan para colaborar con los músicos locales. Como cuando yo invité a The Chieftains en el 2004 y 2010. Pero ahora mismo no hay ningún concierto en Galicia en el que la música gallega invite a figuras internacionales a empaparse de lo nuestro y hacer cosas con la gente de aquí. Aquí llegan con la apisonadora y encima pagados con dinero público. Sin ir más lejos, el día que yo estoy en Monteferro, ¿cómo puedo competir con Sting a 12 euros en Vigo? De todas formas, no pierdo la esperanza y me niego a dejar de soñar.

—Tanxugueiras parecen haber reactivado cierto orgullo por la galeguidade desde lo musical. ¿Cómo lo vive alguien que lleva más de 25 años en ese frente?

—Lo que les está pasando a las Tanxus es buenísimo para todos. Pero mira, en esta pequeña gira que hice por los países celtas, me llamó mucho la atención en Gales algo que yo no querría para Galicia. La lengua galesa está muy fuerte, se habla mucho, los carteles están en galés..., pero su música tradicional está muerta. En el lado opuesto, en Irlanda se habla muchísimo menos el irlandés pero en cambio la música irlandesa es una industria nacional. Galicia está situada entre esos dos modelos extremos, el de Irlanda, que utiliza sin complejos todos los medios a su alcance para exportar su cultura, y le da igual hacerlo en inglés o en irlandés, y el de Gales, donde se le cierra la puerta a quien no habla galés. Ojalá cojamos lo bueno de uno y del otro. Ojalá no perdamos la lengua pero, ojo, tampoco perdamos la música ni las otras sustancias que también conforman la galeguidade.

—Acabas de colaborar con Baiuca y con Ortiga. ¿Hasta qué punto es importante para la pervivencia de nuestra música el mantener las ventanas y las orejas abiertas a las nuevas manifestaciones?

—Es esencial. La característica fundamental de la música tradicional es la reinvención continua. Si no, desaparece. Eso lo aprendí girando con The Chieftains. Ellos lo mismo tocaban con Alice Cooper que con Pearl Jam, con Bob Dylan, Bon Jovi o Ry Cooder. Yo lo he hecho desde siempre. Y me han zuscado mucho por ello. Y ahora, curiosamente, lo que ocurre es todo lo contrario. Que se permite todo. Lo cual me parece fantástico.