Jorge Drexler: «Parte de las críticas que recibe el reguetón están basadas en el puritanismo»

FUGAS

El músico uruguayo presenta en Galicia «Salvavidas de hielo», un álbum lleno de paradojas y con un relajante tacto acústico

21 oct 2018 . Actualizado a las 19:22 h.

El efecto relajante que genera la música de Jorge Drexler se traslada a sus palabras. En el mundo de las prisas y la falta de atención la escucha su Salvavidas de hielo o una charla con él semejan todo un oasis de tranquilidad. Y mucha reflexión. El próximo domingo actuará en A Coruña (Palacio de la Ópera, 20.30 horas, desde 22 euros)

-«Yo no soy de aquí pero tú tampoco», canta en su nuevo disco. ¿Es una de esas canciones que tienen aún más sentido tiempo después de componerlas?

-Lo era en su momento y lo es ahora. Es un tema del que sabes que va a estar muchos años dando vueltas por ahí. Es más, ha estado dando vueltas desde que surgimos como especie. De hecho, intenta dar una visión antropológica a las migraciones y dejar claro que los movimientos migratorios no fueron inventados por los sirios ni por los hondureños que cruzan México para llegar a EE.UU. Venimos moviéndonos desde que somos una especie. En ese sentido, hace muy pocos años, en términos históricos, estábamos todos en África. Salimos de ahí en apenas unas decenas de miles de años nos distribuimos. La intención mía es decir: «Eh, yo puede que no sea de aquí, ya que soy hijo y nieto de emigrantes, pero tú tampoco. Recién llegados somos todos. Más si lo piensan en Estados Unidos o América, de donde vengo yo. Gran parte de la población ha llegado hace un fin de semana.

-El problema es desde qué año se empieza a contar. ¿Dónde está la nacionalidad pura, desde 1500, desde 1800?

-La gran cura es el examen genético de los ancestros. Yo lo recomiendo mucho. Sirve para curar todas las tonterías y los racionalismos excluyentes. Ahí nos vamos a dar cuenta de que estamos en este baile todos mezclados y formando parte de todos los demás.

 -Sienta bien que la música pop, que es algo mestizo por naturaleza, penetre por esos muros que muchos quieren construir. ¿No?

-Sí [se queda en silencio]. No tengo más que decir sí a las dos cosas.

-Seguro que sí.

-Me parece bien que entre por las grietas y no, no es algo puro. Cuando la gente le dice a Rosalía que hace apropiación cultural me da mucha gracia. Me parece una de las tonterías más grandes que haya oído jamás. ¿Existe alguna cultura que no haya sido apropiada en algún momento? ¿Qué es uruguayo, la décima, que la practican como la mayor de las tradiciones uruguayas pero que nació en Málaga en 1541? Cuando más investigamos en la cultura nos damos cuenta, como dice Antonio Escohotado, que la realidad es infinitamente densa. Cuando más te acercas no es más sencillo, es más complejo. Las identidades simples solo existen en los ideales y en las cabezas que ven el mundo simplificado por el esquema de esos ideales. No me importa si tú quieres que esto sea tu folklore más puro. Una cosa es lo que tú quieres y otra la realidad. Y la realidad es que la décima no es algo puro. Cuando alguien se enoja porque otro usa ese género artístico no tiene sentido. Además, si quieres que algo se muera es fácil. No lo muevas, déjalo quieto, establece un conservatorio y lo lograrás. Igual que se muere la música clásica que se enseña en los conservatorios. Deja que las cosas estén vivas y que la gente se apropie de ellas como te has apropiado tú. ¿Acaso alguien cree que el flamenco surgió por generación espontánea? No hay nada así. 

-En otra de las canciones pide “Silencio”. En ella se para la canción. ¿Es una paradoja hacer una canción que pide el silencio?

-El disco está lleno de ellas. El mismo título lo es: un salvavidas de hielo no te salva. Me gusta mucho trabajar con la paradoja. Silencio sigue a una canción titulada Telefonía, que es todo lo contrario: una loa a la comunicación y a la conexión. Igual que la pureza es un horror para el arte, no hay nada que me aburra más que el pensamiento único. La mirada unidimensional, con la certeza absoluta de la realidad y sin la posibilidad de ponerse en el lugar de la otra persona, es horrible. El silencio existe porque en determinados momentos se detiene la información. No hay otra manera de hablar sobre el silencio que no sea con el ruido. Paradójicamente es la canción más ruidosa de todas. Esto funciona por contraste, que al frenar se note ese silencio. Es lo que ocurre en el koan japonés, que es aprender a base de paradojas. 

-Semeja que sus canciones son pequeñas píldoras filosóficas en formato de canción. Escuchándolo hablar de ellas, esa sensación aumenta. ¿Le halaga que el oyente se quede pensando?

-Me pone muy contento si te hacen pensar, la verdad. Igual que si te hace bailar, amar o te acompaña. El pensamiento es una de las actividades humanas más bonitas. Me pone muy feliz. Mis canciones están hechas para abarcar el rango más amplio: la emoción, el pensamiento, hasta el físico.

-Otra cosa que genera su música: una especie de relax, en donde baja la velocidad y todo va más lento. Casi como una infusión relajante.

-Eso me parece muy bien. Eso es lo uruguayo del tema. El mate es un excitante que se ve que lo necesitamos para contrarrestar la serenidad que desprendemos en el tono del habla, en la aproximación a la vida y a la visión de la realidad. No sé qué decirte a eso, no es algo buscado. Ni me enorgullezco ni me avergüenzo de ello, es una característica

-¿Qué le lleva a escribir canciones?

-No escribo siempre. Tengo muy claro cuándo escribir. Desde que escribí este disco ha pasado un año y medio en el que no he escrito ni una sola línea de canción. Pude haber escrito algún estribillo para un amigo, pero escribir para ti implica algo mucho más profundo. Yo hago canciones por necesidad imperiosa, no escribo a la ligera. La composición la vivo muy intensamente. Yo escribo para renovar mi contrato con la canción, para hacer un estado de un momento de mi vida. Las hago para conocerme a mí mismo, pero también para conocer a los demás a través del reflejo. Escribo cuando no hay más remedio y necesito volver a escrutar el universo exterior e interior.  En ese disco he estado un año componiendo y estoy muy orgulloso de lo logrado. Hemos dado 97 conciertos y todavía sigo tocando todos cada noche. Eso no me había pasado nunca. Fue un disco escrito a conciencia. Sigo escribiendo para ponerme el día.

-Y también para mandar alguna carta con retraso, como ese “Pongamos que hablo de Martínez” donde uno puede visualizar cómo la escribió pensando en Joaquín Sabina.

-Pues fue una canción que se escribió muy rápido, en apenas dos horas. La empecé a escribir a las diez de la mañana, cuando me enteré que Joaquín sacaba un disco. A la una del mediodía ya la tenia Joaquín en un mensaje de voz en el whatsapp de su teléfono. La pensé como una carta personal. Hay varias así en el disco. Se la mandé tal cual.

-¿Ya han ido al Madrid de los excesos al que apela en la canción? 

-No, es muy difícil invitar a Joaquín a dar vueltas por ese Madrid. Le gusta mucho quedarse en su casa y estar tranquilo. Y una cosa sobre lo que hablábamos antes: uno no escribe ni de lo que quiere ni cuando quiere. Las canciones salen con tiempos muy imprevisibles. Hay muchos temas de los que me gustaría escribir, pero no puedo.

-¿De cuáles?

-Pues de la corrupción sistemática de la política en España. Pero me cuesta mucho. No me gusta escribir canciones de protesta. Por ejemplo, me gustaría poder escribir un tema sobre lo que está pasando en Brasil, que es algo me preocupa muchísimo. Uno no siempre puede. La canción de Joaquín demoró en salir 22 años y no sé por qué. 

-Le he leído defendiendo el reguetón, el género que se ha convertido en una especie de chivo expiatorio de la música pop. ¿Qué piensa de él?

 -Tengo un impulso natural, en general, de defender a los chivos expiatorios. Quizá porque mi padre escapó del Berlín del nazismo en el momento en el que ser judío alemán era ser chivo expiatorio de un montón de cosas falsas. He tenido siempre una reacción muy visceral contra echarle todas las culpas a algo. Mi reacción ante el chivo expiatorio primero es plantearme qué parte de culpa tenemos nosotros de eso. El reguetón tiene una base rítmica que no inventó el reguetón. Tiene cientos de años. Según Santiago Auserón, esa matriz ya estaba viva en los burdeles de Persia del siglo XI y tenía un poder diabólico. Ya se la asignaba una especie de erotización de la música. Cuando un ritmo es tan poderoso y recorre toda África del norte, como este que se escucha en toda la música de ahí, hay que tener cuidado con descalificarlo simplemente. Además, a nadie le va a importar y se va a abrir camino solo. La gente acusa a esa música de marginal, de machista, de homófoba,... de todo. Y es cierto. Las canciones de reguetón tienen eso en la letra. Pero lo mismo lo tienen todos los géneros que salieron de la marginalidad, que son básicamente todos. La cumbia tuvo lo mismo. El blues tiene lo mismo, surgió en los burdeles. El tango original también aparece en los lumpanares de Montevideo y Buenos Aires. Y un problema entre un hombre y una mujer se dirimía de una una sola manera, que era el hombre matando a la mujer. Todos los géneros cuando surgen de la marginalidad siempre llevan esa carga. El trabajo de llevar el samba, que también le pasó lo mismo, o el tango, o el blues o la cumbia a otro sitio es nuestro, de los compositores. Si las canciones de reguetón son malas es porque nosotros, los compositores, estamos escribiendo canciones malas. O no estamos sabiendo usar ese ritmo, que tiene un potencial sexual muy poderoso. Pero espera, vamos a empezar por una cosa.

 -Diga.

 -El reguetón es un género musical grosero a ratos, pero es un género musical. Mis enemigos son los que fabrican minas antipersona, los que tienen poder y se lucran con el dinero público y los que asesinan a las personas que han querido o las que no han querido nunca. Enemistarme con un género musical me da mucha pereza. Además, no hay nada que hacer: el reguetón está ahí para quedarse. No hay una sola ciudad del mundo que no esté sonando. Lo mismo se dijo del tango. Mientras tú y yo estamos hablando, en una habitación de San Salvador hay un chaval de 17 años que está escribiendo el reguetón de la siguiente generación. Si tenemos suerte, va a incorporar las vivencias que él ve a su alrededor, con su violencia y con todo, pero también con cómo va evolucionando la sociedad. Quedará fuera la homofobia, el machismo e incorporará otro tipo de realidades, sin perder la fuerza sexual que es una cosa maravillosa.

-En cierto modo eso ya ocurre.

-¡Es lo que te iba a decir! Despacito, que es la canción que ha popularizado ese patrón rítmico en todo el mundo, ya es una canción que ha dado un paso adelante. No está hablando de azotar a alguien, sino de hacerle el amor con paciencia. Me parece un acto mucho más bonito.

-Uy, pero entramos en terrenos resbaladizo. Hay muchos detractores de “Despacito” que, cuando argumentan sus reparos, parece casi que estén criminalizando el deseo sexual. Hoy en día, cualquier canción que tenga un contenido sexual o erótico más o menos evidente ya se pone en tela de juicio automáticamente.         

 -Tienes toda la razón. Mira lo que decían de Elvis Presley. También es una crítica generacional. Yo tengo 54 años y las personas de mi generación, que ven que sus hijos entran en la edad sexual adulta, miran eso como horror. Es una mezcla de horror y envidia. Elvis hacía una música que pervertía a la juventud. Gran parte de las críticas que recibe el reguetón están basadas en el puritanismo, que no termina nunca de morir, que se renueva todo el tiempo, como se renuevan las edades de la personas. Te voy a ser muy sincero: a mí no me gusta Despacito. No es mi canción favorita. Pero le encuentro mucho mérito a cómo ha sabido adentrarse y conectar con la gente. Tampoco me disgusta. Me parece que está bien construida y Fonsi sabe bien lo que hace. Pero en casa no es lo que me apetece escuchar. Prefiero, yo qué sé, a Santiago Auserón. Pero yo soy un tipo muy raro con gustos muy raros.

- Ahora que cita a Elvis, pienso en cuando iba a la televisión en los cincuenta. Solo lo podían filmar de cintura para arriba para no turbar a la juventud. A veces creo que estamos volviendo a algo parecido. Un poco más moderno y revestido con otro discurso, pero muy similar.

-Es peor que eso Javier. No es que estemos volvieron a eso, es que nunca hemos dejado de estar ahí. Siempre la generación de 50 años ha pensado que los jóvenes son unos libertinos. Hay una carta de 600 años antes de Cristo con un tipo diciendo exactamente lo mismo. Siempre hemos pensado que los jóvenes son más libertinos y no es posible. Es una ilusión. Tú te pones a prohibir un género musical a tus hijos y ¿cuál crees que va a ser el resultado de eso? Van a decir: «Ah, vale vamos a renunciar a escuchar reguetón». Eso no ha pasado ni va a pasar nunca.