¿No más «Stranger Things»?

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Hay once razones para amar a Once, y para viajar atrás. Pero el mundo al revés ya no quita el sueño. La liga seriéfila de la nostalgia se divide entre fans y exfans. Ojo al próximo estreno a la vista, «Dark».

24 nov 2017 . Actualizado a las 15:35 h.

Los amigos no mienten. Nunca. Por eso, y porque relaja como un tema de Marvin Gaye (let’s get it on), diré la verdad. La mía, y tú dirás. La segunda de Stranger Things tiene muchas things y poco stranger del que nos atrapó poniendo a prueba el poder de la máquina del tiempo la primera vez, mostrando un fondo de valores reales con empaque de ciencia ficción. La segunda temporada en Hawkins no está mal, se ve, tirados sobre el sofá de escay de la nostalgia egebera con unos Emanems, pero no da el nivel de la primera entrega de los Duffer, grande, justamente valorada. En la secuela se escapa algún bostezo, pero más allá de la pantalla Millie Bobby Brown va como un tiro creciendo como un mito, el fenómeno hace caja lanzando videojuego retro, colección de casetes con banda sonora, el derbi de fans y exfans va a más, y Stranger Things sigue a lo suyo, aferrada con tentáculos al top, cocinando una tercera entrega.

La guerra está servida en el mundo del revés; de un lado estamos los partidarios del aire ET de la primera (del fondo humano de lo extraterrestre), esos que sostenemos que Stranger Things es más que una piñata de nostalgias; y de otro lado, los estetas del género, los grandes fans de La Cosa, los afectos al mundo de salón recreativo y de Encuentros en la Tercera Fase a que aboca ese salto mortal en BMX llamado adolescencia.

Esta es la onda de la segunda temporada, no las emociones y sentimientos totales de la niñez, no infancia pura versus mundo adulto con que nos atrapó Stranger Things a la primera, sino el no-sé-qué-pasa-que-flipo-mucho-y-no-me-centro de la etapa instituto. La segunda de Stranger pisó el acelerador y se fue de la pista, ¿o no? ¿Alien, Grease, El exorcista, Divergente, esto qué es? El capítulo 7 es caso aparte, igual habría que llamar a David Lynch para captar Hermana perdida o hacer una ouija e invocar a Kubrick... No pillo el punto, y pido que nos devuelvan a la Once original. Volver a volver. Y que se lleven a Billy (aunque promete...).

La vuelta al mundo en los 80 con luces Poltergeist de Navidad, con gran amistad Mike-Once y una Winona Ryder de traca, empezó siendo un sobre sorpresa, una ficción histórica que no necesitó un Delorean para despegarnos de una realidad distópica y dar el salto del pasado simple a este futuro a la carta con capricho de walkie-talkie... pero un ratito. No solo con cerbatana de guiños va el filón de la nostalgia. No basta poner once again el Should I Stay or Should I Go de The Clash, o mostrar un skate Madrid o sacar por Halloween el disfraz de los Cazafantasmas. Si es solo truco no hay trato. Seguimos en la infancia 40 años después, es la marca de Peter Pan, pero queremos sorpresa, drama raíz, efectos que rebasen el umbral del terror doméstico, hilo en la trama, centrarnos ya.

La primera de Stranger Things nos dio centro de gravedad, vínculo brutal entre Mike y Once, padre eminente y perverso, madre desquiciada con tenacidad sobrenatural (¡Esa Winona!), misterio enorme que descifrar. Y se nos fue la vida en ello una temporada... Ahí estaba el terror en casa, cerca, y dentro; nos llevó ocho intensos episodios «confirmar» que tiene sentido temblar, no atreverse a mirar bajo la cama, ni a arrancar el papel de la pared. Stranger Things llegó tras la insufrible apocalipsis de los Walking Dead y nos dejó tiritando como niños, del revés. Porque el miedo de la infancia es inmutable, esa sensación fría, pringosa, como un moco viviente, una oscuridad carnívora; la esencia rara de las peores pesadillas que nos abducían entonces, y que aún llevamos a dos metros bajo piel, permanece en la segunda entrega, pero menos. Esta secuela tarda cuatro episodios en arrancar, pero el 5.º y el 6.º nos dan momentos increíbles (el viaje regresivo de Once al trauma de su madre, el Demogorgon se abrasa... ¡qué pasa con Will!) Ojo a todo esto. Un punto la pequeña trash Erica Sinclair, y que un Goonie de verdad se pase por Hawkins (Sean Astin, ¡va un Kenny Rogers por ti!). Me debato en la duda de si more o no more Stranger Things. Vista la segunda entrega, me conformo, que traducido a lenguaje Once es estar «medio contenta». La expectativa en Netflix está en otro estreno, Dark. El lado oscuro promete.