¿Un loco? ¿Un héroe? ¿Un valiente?

Gregorio Pais Romero APUNTES HISTÓRICOS

CORCUBIÓN

ARCHIVO LUIS LAMELA

02 ene 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando ya mis ojos casi no me permiten leer ni escribir y, ante los trágicos sucesos que hubo en nuestras costas esta temporada, me viene a la memoria un suceso aquí ocurrido, en Corcubión, hace muchos años.

Un caso real, auténtico, nada de trasnos ni meigas, una hazaña de la que nada se ha escrito, de la cual no existe testimonio en las hemerotecas.

Escribo de memoria, no puedo concretar fechas exactas pero calculo que sería en el inicio del 1939 o 1940 o del 1940 al 1941. Sobre el muelle de Corcubión estaban unos quince o veinte marineros esperando para salir a pescar al racú, pero la noche no se presentaba nada agradable. Después de muchas dudas, al final, el patrón de costa y armador, Manolo de Neira, da orden de embarcar y salir. Enfilan el sur hacia la salida de la ría de Corcubión.

Cuando estaban varias millas fuera del Cabo Fisterra, el patrón de pesca da orden de lanzar el aparejo a la vista de un buen banco de peces y comienzan a hacer el cerco. Antes de que terminara, se para el motor. El motorista dice: «¿Qué coño pasa aquí?» Da al motor avante, atrás, avante y atrás, pero el motor no se movía. Después de muchas intentonas ven que la red estaba sujeta a la hélice del barco. Los marineros, desde cubierta, empiezan a tirar de un lado al otro. Así están bastante tiempo pero la red y el motor no se movían. Tiraban de un lado y del otro. Cuando ya estaban cansados de tanto tirar y, sin ver ninguna solución, mientras el temporal arreciaba, el motor seguía sin obedecer.

Por muchos intentos que daban, resultaba que el barco se iba al garete. El temporal amainaba , el pescado se había perdido ya pero había a bordo un chaval que, sin decir ni palabra, se saca el traje de aguas, las botas y el resto de la indumentaria y se tira a las profundas y frías aguas del océano. Se sumerge, va hacia la hélice y, efectivamente, ve que estaba completamente oculta por las redes. El muchacho, como pudo, tiraba de un lado y del otro, sumergiéndose y haciendo ímprobos esfuerzos a ver si cedía la red. Después de subir y bajar varias veces y, cuando ya los esfuerzos iban a menos, pide un cuchillo. Se lo dan desde cubierta y, sumergiéndose arriba y abajo infinidad de veces, consigue cortar la red y dejar la hélice completamente libre. Entonces, le dice al motorista: «¡Prueba a dar avante!». Mientras, los marineros en cubierta, ante el temor de destrozar el barco contra las rocas, clamaban unos pidiendo a la Virgen del Carmen y otros a San Marcos, todos ellos, de rodillas, se despedían de sus familias. Ante lo que se les venía encima, suplicaban a todos los santos.

Cuando estaban a pocos metros de romper el barco contra las piedras de la costa, después de que aquel joven hubiese cortado toda la red que atascaba la hélice, el motor se puso en marcha. El chaval, exhausto por el esfuerzo, tuvo que ser ayudado para subir a cubierta.

Vuelven a puerto. Salvaron la vida. Evitaron un naufragio.

Nada se escribió sobre aquello. Pasaron unas semanas y aquel joven fue llamado al servicio militar. Se fue a Ferrol como marinero, al Cuartel de Instrucción. A los pocos días, en vista de que el corcubionés no podía ni sujetar el mosquetón, lo mandan a la enfermería y, de allí, inmediatamente al hospital. Los médicos le encuentran una grave enfermedad, incurable en aquellos tiempos. El marinero tenía los dos pulmones reventados por algún esfuerzo que había realizado. Oficialmente, nada se dijo, pero era evidente que se había dejado media vida, literalmente, aquel aciago día en el que no dudó en arriesgar su pellejo para salvar a sus compañeros.

En vista de que no tenía cura, de Ferrol lo trasladaron a otro hospital, al Militar de Zamora. Allí tampoco nada pudieron hacer por sus pulmones. Ante la incurabilidad de aquellas fatales secuelas, el muchacho falleció sin poder volver a ver su amado Corcubión. Allí mismo, en Zamora, lo enterraron.

Y yo me pregunto: ¿Era aquel joven un osado? ¿Un loco? ¿Un héroe? No lo sé. Solo sé que aquel muchacho tenía nombre y apellidos: José Moar Lago (Pepe de Casais).