El último Vinculeiro do Vao

Ramón Romar

CARBALLO

MATALOBOS

Mi aldea del alma | El escritor e investigador Ramón Romar continúa su serie de historias sobre su pueblo natal: Fornelos (Baio, Zas)

21 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Cien años después de morir el último Vinculeiro do Vao, José Miguel López de Parga, el 5-9-1887, todos los vecinos sabían el triste final de su historia, pero nadie sabía quien había fundado el vínculo, ni quiénes eran sus antepasados. Hoy tenemos mucha documentación escrita, que confirma que la oral era cierta por muy increíble que parezca.

El Vínculo do Vao de Fornelos (Baio) fue fundado por Juan López y su mujer Cecilia Pérez en el año 1758. Juan trabajaba en un foro del Pazo de Romelle, y vivía en una casa que habían mandado construir los Romelle en el año 1656, cuyo escudo desapareció en 1927. Los López eran vasallos de los Romelle y cabezaleros de los seis foros que tenían en la parroquia de Baio.

Juan y Cecilia no tuvieron descendientes y el vínculo pasó a su sobrino Juan Francisco López Gómez, y, como su hijo primogénito había fallecido, pasó a su nieto José Miguel ?mi bisabuelo- el cual nació en Fornelos el 29-11-1804. Se casó con Juana Francisca de los Reyes Velo, que nació en Santa María de Ferreira el 16-3-1813, y falleció en Fornelos el 19-9-1877. Juana también debía ser de familia de «vinculeiros», por la casa donde nació, en Vieite de Arriba, y porque su familia lleva «don» en las partidas de la iglesia.

José Miguel heredó el vínculo en 1833, y en 1844 ya lo había arruinado jugando sus propiedades a las cartas. Es de suponer que lo primero que jugó fue la herencia de su mujer. En 1844 mandó -o se vio obligado- hacer inventario de lo que le quedaba, cuyo resultado, en renta anual, era: por rentas de 20 colonos, 182 ferrados de trigo y 10 cuartillos; por bienes raíces (4 casas, 33 fincas y 3 piezas de molienda) 97 ferrados trigo y 3 cuartillos. El 26 de abril se reúnen: el agrimensor, el alcalde de Zas, el procurador síndico, Francisco Labarta ?como comprador-, José Miguel y el escribano. Allí acordaron dividir el vínculo en dos partes iguales, una para su hijo primogénito y otra para él. A partir de aquí todo se desarrolló de una manera inexplicable.

En 1847 ya no le quedan fincas que jugar, ni de las suyas ni de las donadas a su hijo, y jugó el hórreo de «seis pés», que fue trasladado a la parroquia de Carreira. Luego jugó los bueyes, al parecer, en esta ocasión, ante la desesperación de Juana, no se los llevaron. Más tarde un reloj de pie, que también fue parar a Carreira. Luego las cosechas: las recogidas y las sembradas.

En el año 1856, los dueños de Pazo de Romelle se enteran de que José Miguel lleva 5 años sin liquidar las rentas, no les pagaba el foro que llevaba él, ni liquidaba todo lo que cobra como cabezalero, esto suponía una deuda de 1.475 reales y 9 maravedíes. De esto hay muchos escritos entre el Pazo de Romelle, el administrador, el cura de Baio, José Miguel y su hijo primogénito.

La situación era insostenible. Los hijos pasaron de hidalgos a pobres de solemnidad. Solo el primogénito sabía escribir, después de que tres generaciones sabían hacerlo. Tres hijos emigran a América, y José Miguel a Madrid. El menor, mi abuelo, con 7 años lo mandan de criado a la casa del cura de Baio, donde andaba descalzo, semidesnudo y lleno de piojos.

Como en Madrid había que trabajar, y eso no era cosa de José Miguel, regresa a Fornelos. Solo era dueño de la casa y el agro, del que segrega una parcela y la vende. En 1872 se entera de que todavía le quedaba una finca, que vende junto con otra parcela del agro.

Después de fallecer José Miguel, su primogénito, José María, regresó de Montevideo, y se entera -entre otras cosas- de que tenía que pagar la contribución de las fincas que había jugado su padre, y se vio en la necesidad de emprender pleitos, hasta que fue declarado pobre de solemnidad por el Juzgado de Corcubión en el año 1892, y así librarse de pagar. Según la sentencia, era elector, derecho que en la época liberal estaba limitado a determinadas clases sociales, y él, a pesar de ser pobre, pagaba suficiente contribución para tener derecho a votar.

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