Y pondré un iPhone 11 sobre tu tumba

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

MARTINA MISER

El mundo de los difuntos está lleno de excentricidades que atraen a los turistas

04 nov 2019 . Actualizado a las 22:43 h.

Los articulistas de periódico somos como los agricultores, que, tras las patatas, cosechan el maíz y luego recogen la uva. Los articulistas tenemos ciclos y en septiembre escribimos sobre la vuelta al cole, a mediados de octubre, nos enredamos con lo de la Hispanidad y llegando noviembre, solo nos inspiran los temas funerarios. Por ejemplo, las castañas, que dicen los mayores que por cada castaña asada que nos comamos estos días de difuntos, sacaremos un alma del purgatorio.

Esa es la creencia popular en Extremadura, Galicia y otras regiones castañeras. En la comarca de Las Hurdes, se deja junto a la lumbre, en la noche del 1 de noviembre, un plato de castañas pilongas cocidas a las que se les añade leche y miel. El objetivo es parecido al de la noche de Reyes, pero más tenebroso: se cree que las ánimas de la familia vendrán esa noche de visita y saciarán su hambre.

La tradición de las calabazas

Se critica mucho Halloween, pero es una tradición celta trasplantada a Irlanda, de donde habría saltado a Estados Unidos para regresar a la Península. Una amiga de Vilanova de Arousa recuerda que, siendo niña, vaciaba calabazas con su hermana, introducían una vela dentro y las colocaban en los cruces de los caminos. Además, lo de truco y trato ya se estilaba en la España occidental hace siglos, cuando los monaguillos pedían casa por casa para las ánimas benditas. Estas peticiones relacionadas con los muertos están presentes en pueblos fronterizos de la Raya, donde si no contribuían en las casas con dulces o frutos, se amenazaba a los gorrones, es decir, el chantaje moderno del truco o trato.

Otro tema es el transporte de los difuntos. Entre Bilbao y Derio, circulaba un ferrocarril mortuorio preparado para llevar a los finados y a sus deudos hasta el cementerio en vagones elegantes. Había convoyes semejantes en Londres, Helsinki, México D. F. o Sidney. En Galicia, no había este tipo de transporte fúnebre, pero recuerdo el caso singular de Herbón (Padrón), parroquia partida por el río Ulla, con el cementerio en la orilla derecha y parte de la aldea en la izquierda. Allí, cuando un vecino moría en el lado siniestro, había que llevarlo a enterrar al diestro y no quedaba otro remedio que trasladarlo en las barca de los cadáveres, que en los 90 aún estaba amarrada en un recodo del río.

Con tanta excentricidad, no es de extrañar que el turismo funerario esté de moda. En Fitur, San Fernando, Chipiona y Algeciras, animan a visitar las tumbas de Camarón, Rocío Jurado y Paco de Lucía, y Huelva promociona su cementerio inglés. Hay que llevar a Fitur el British Cemetery de Vilagarcía.

Cervezas para el otro mundo

Buscando curiosidades funerarias, me he enterado de que los chinos, el día de difuntos, barren las sepulturas, dejan sobre ellas alimentos, tabaco, cervezas y refrescos y queman billetes falsos y fotos de coches lujosos y del iPhone 11, en la creencia de que así podrán ser gozados por sus seres queridos en la otra vida.

Con las cenizas empieza a haber problemas. La tumba de Camarón en San Fernando está tan llena de cenizas de seguidores muertos que han tenido que colocar una placa avisando de que está prohibido ensuciar la tumba de mármol negro del cantante con restos de otros. En la procesión del Cachorro de Sevilla, una mujer arrojó las cenizas de un devoto muerto sobre la imagen y sobre los cofrades, que acabaron descompuestos. Un catalán fue reincinerado cuando su mujer colocó la urna con sus cenizas en la falla del Ayuntamiento de Valencia y un bebedor de Cruzcampo ordenó a sus amigos que esparcieran sus polvos cenicientos por la fábrica sevillana de la popular cerveza.

En el instituto Bouza Brey de Vilagarcía, tenía una alumna muy hermosa y habladora que llegaba a clase cada día en barco desde A Illa de Arousa. Un día, nos confesó en clase que de pequeña era escuchimizada y enfermiza y que su familia temía seriamente por su vida: «Hasta que me metieron en el horno». Sus compañeros no se extrañaron de lo del horno, como si fuera de lo más normal. Pero yo no pude por menos que exclamar: «¿En el horno?».

Solución para el mal de ojo

La lozana estudiante me contó que, de pequeña, sus padres no la habían despertado al paso de un cortejo fúnebre y por esa razón había contraído un mal de ojo que estuvo a punto de mandarla a la tumba. Una meiga diagnosticó la causa de su raquitismo y le recetó un remedio infalible: debían meterla y sacarla nueve veces de un horno panadero templado, solo así reviviría. Lo hicieron y su hermosura demostraba que lo del horno, santo remedio.

En Extremadura, se cree que si un bebé muere sin haber mamado, irá al cielo, pero si ha mamado, deberá purgar las faltas que le traspasó la madre con la leche. Además, en la provincia de Cáceres, si el muerto fenecía en día de lluvia mansa, acababa en el cielo, pero si se marchaba en día de tormenta, le esperaba el infierno. Acabo con una tradición galaico extremeña: en algunos pueblos cacereños, se cree que si un afilador ourensano pasa por sus calles asubiando, al día siguiente habrá muerto seguro. Igual si metieran a los candidatos en el horno…