Xoán Viqueira, de la química al diseño: «En el laboratorio estaba armarizado, y ahora estoy empoderado»

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JUAN LÁZARO

El diseñador dio el salto de su vida dejando atrás una vida acomodada para diseñar sus propias creaciones, que hoy llevan numerosas «celebrities»,

14 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay que ser muy valiente para dejar una vida convencionalmente resuelta. Alejarse de la hipoteca, desprenderse de las letras del coche y de un cargo de responsabilidad después de 13 años de desempeño profesional. Más aún para mudarse de ciudad por amor y por fidelidad a uno mismo. Así se resume la decisión de Xoán Viqueira. Valenciano de nacimiento y de padres gallegos —ambos de A Coruña—, este diseñador de 43 años se reinventó profesional y personalmente hace 9. Se deshizo de todas esas capas y complejos que acompañan a lo largo de la vida y creyó en sí mismo antes de que lo hiciese nadie. Hoy triunfa en Instagram (@xoan_viqueira) y en su tienda-estudio de la calle Gravina, en el barrio madrileño de Chueca, con su marca, que lleva su nombre y su apellido. Hasta la mismísima Rocío Carrasco llevó sus diseños en una de sus últimas apariciones en Montealto; y como ella, múltiples celebrities.

Se veía venir. Xoán es artista incluso desde antes de ser consciente de ello. Ya de niño sus dibujos adornaban paredes familiares. Hoy copan camisetas, platos, zapatillas, tazas... casi cualquier cosa. Y lo hacen con el mejor de los mensajes: visibilizar el amor y el colectivo LGTBI. Pero llegar hasta aquí no fue tan fácil.

«Llevaba trece años trabajando como responsable de calidad de un laboratorio químico cerámico. Pero a los cuatro o cinco años, ya empecé a agobiarme. Era un trabajo que no me gustaba nada, era cero creativo», explica. El laboratorio trabajaba con materias primas para los azulejos blancos de la zona de Castellón. El material era arena que traían de Australia o Sudáfrica, y que hacían más fina. «Yo tenía que controlar que eso estuviera a un tamaño de partícula determinado y que después aplicada en azulejo diera el blanco que se quería. Luego, objetivos, controles y demás procedimientos», recuerda. Y de ahí, de ese blanco absoluto que le rodeaba, germinó quizás la explosión de color que es hoy: «Pues seguramente. Que conste que a mí me gustan sobre todo los colores básicos, rojo, amarillo, azul, blanco y negro. Soy muy Miró. Y allí era blanco todo el rato. Yo ya sabía distinguir entre todo tipo de tonalidades, ja, ja».

EL AMOR LE DIO EL EMPUJÓN

A pesar de que aquello no le motivaba lo más mínimo, pasaron otros ocho años hasta que decidió dar su salto vital. Mientras tanto, fue empezando a practicar, e incluso registró su primera marca. «Saqué Mr. Octopus. Como me encanta el pulpo —nunca falta en la mesa cuando viene a Galicia—, y yo aspiraba a ser internacional, le puse ese nombre. Pero cuando tú no le dedicas el cien por cien a algo, como que no funcionan las cosas», señala. Fue el amor el que le dio el empujón definitivo. «Durante ese tiempo conocí a la que fue mi pareja, que vivía en Madrid. Estuvimos cuatro años a distancia, de relación de fin de semana para arriba y para abajo. Al final pensé: 'O me voy o a ver qué pasa', porque por el trabajo de él quien se tenía que ir a vivir a Madrid era yo. Aquel fue el momento ideal para decir: 'Vale, apuesto por el amor y también por romper con lo que hago y dedicarme a algo más artístico'», afirma.

Dejó el laboratorio y se mudó. Ya en la capital, buscó una academia en la que formarse intensivamente como diseñador —«tenía dos años de paro y fue el tiempo en que estuve estudiando, porque con treinta y tantos no quería aún ponerme con una carrera», añade—, y con las prácticas llegó de nuevo el chasco: «Yo esperaba acabar en un estudio o en una agencia de comunicación, porque te ofrecían prácticas, y pensé: 'Pues a ver si las hago y consigo meter la cabeza'. Pero claro, cuando llegaron, me tocaron unos sitios en los que lo más atractivo era hacer catálogos de una carnicería en Mercamadrid. Y estar con 35 años de becario, como que no me veía».

JUAN LÁZARO

Cogió lo que tenía más a mano, que eran los platos —su padre es artista ceramista— y empezó a aplicar sus propias ilustraciones y a ir a markets independientes de diseñadores. Llegaron los míticos barbudos, el emblema de su firma. «El origen de los barbudos es que mi novio tenía de todo, y yo ya no sabía qué regalarle, así que tiré por algo más personalizado. Pensé: 'Voy a hacerle una ilustración suya y mía'. Encontré unos cupones para aplicarlos en una colcha para la cama, y así lo hice. Ese es el germen de los barbudos, que eran un poco diferentes a lo que son hoy en día. Y además coincidió con una época en la que el término hipster, que hoy está un poco demodé, arrasaba, y todo el mundo llevaba barba».

Con el tiempo fue sumando más creaciones a esos barbudos que encontramos en solitario, o juntos y enamorados. Llegaron los animales de su colección Serengueti in Love, inspirada en su viaje a Tanzania, y Circus, con personajes del mundo del circo, basada en This is me, la banda sonora de El gran showman. «Al final, mi mensaje es la diversidad, ya sea aplicada en animales, que tienen personalidad y se acaban enamorando, o con personajes diversos como los del circo. Quiero trasladar un mundo en el que todos tengan cabida y en el que haya diversidad y amor», indica. Otra prueba es su último pack, que está arrasando, con aceitera, vinagrera y salero que lanzan un triple mensaje: Perdamos aceite; Sonríe, no te avinagres y Sal del armario.

CONTRA LA HOMOFOBIA

«No guardo un buen recuerdo de mi época del instituto; esto se debe en gran parte a la mala leche de unos pocos mediocres que usaban mi tendencia sexual como insulto para brillar, o al menos eso se pensaban ellos. Esta idea de poner en los saleros, aceiteras y vinagreras frases e ilustraciones con mensaje inclusivo es para llevar con ello el debate y la normalidad a la mesa», explica. En la misma línea, Xoán fue el artífice de la primera menina de Madrid orientada al colectivo transexual en el 2019, una muestra más de su compromiso con el colectivo LGTBI. El mudarse a la capital influyó, por supuesto, en todo esto. «Yo, sobre todo, tiro mucho de vivencias personales. Durante mi época en la que trabajaba en el laboratorio estaba armarizado. No decía que era gay, hablaba de 'mi pareja', siempre como muy ambiguo. Ahora no es que vaya con la bandera del arcoíris todo el día, pero lo tengo normalizado y estoy empoderado. Lo que intento es dar visibilidad al colectivo», insiste. Como lo hizo el año pasado cuando un partido político le encargó una ilustración para vender productos relacionados con la diversidad. «Cuando lo conseguí, dije: 'Pues yo valgo, mi trabajo gusta, cada vez me nombran menos en el contexto de la prensa y los programas del corazón —su expareja forma parte de ese universo— y hablan más de lo que hago'. He ganado seguridad y creo más en mí mismo», indica. El maltrato animal o la igualdad de la mujer son otros de los mensajes que desprenden sus diseños.

El amor que le llevó a emprender este camino terminó, pero Xoán se reafirma en su decisión. «Yo me separé y lo que menos me apetecía era pensar en creativo, por decirlo de algún modo. Lo noté a nivel personal, estaba cero activo en las redes sociales, y mi marca es un reflejo de mí mismo. Pero ya pasado ese tiempo, estoy en otro punto totalmente diferente, con otro ánimo y otra energía», confiesa. Los que le conocen saben que ha recuperado su brillo.

En esa época de oscuridad y miedo, de incertidumbre, llegó alguien de quien ya no se ha vuelto a separar. Porque el amor también llena en forma de amistad, y en su caso tiene nombre y apellidos: Paz Padilla. «Y entonces, apareció Paz. Coincide en pandemia, y yo me quedé solo. Ella apareció justo en el momento en el que yo quería encontrar un grupo nuevo de gente, y era la época en la que no podían estar más de dos o tres personas en un restaurante, no se podía salir... Yo pensaba: '¿Qué más me puede pasar?'. Xoán y Paz se volvieron inseparables, como atestiguan sus múltiples publicaciones en las redes. Tanto que él diseñó el logo de la marca que Padilla lanzó junto a su hija Anna Ferrer, No Ni Ná. «Ahora ya estoy en otro punto vital, tomándome las cosas desde otro punto de vista, viviendo la vida. Prefiero ser más dueño de mi tiempo que tener dinero. Solo quiero vivir de esto que me gusta y que me dé para pagar la luz», dice el diseñador, que asegura que acercarse a Paz le ha hecho ver «que la vida son dos días». «Que a veces te aferras al curro, a tu casa... y a mí nadie me dice que voy a vivir hasta los 80 años. Puede llegar algo mañana y tú te vas, así que intento vivir el aquí y el ahora», continúa.

Aquí y ahora Xoán piensa ya en una colaboración de cara al Orgullo que, de retomarse, le supondría cumplir otro de sus sueños el día de la manifestación. Eso le resultaría impensable a su yo anterior. «Después de mis años en el laboratorio vi que te metes en las hipotecas, en los coches, en las letras... Y dices: 'Claro, es que tengo estas obligaciones'. Pero luego te das cuenta de que el piso lo puedes alquilar, de que el coche lo puedes vender... Nosotros mismos somos a veces los que nos ponemos las barreras», asegura. Él es especialista en derribarlas todas.