¿Por qué los jóvenes no llaman por teléfono?

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Grabaciones de audio, wasaps y mensajes privados por redes sociales relegan al último plano a las clásicas llamadas. Te explicamos a qué responde este cambio de comportamiento a la hora de comunicarse

01 feb 2022 . Actualizado a las 09:23 h.

Está experimentando sus primeros años como adulto. Las relaciones con sus amigos son el centro de su vida. Y se pasa el día tecleando en la pantalla del móvil, publicando historias en las redes sociales, enviando wasaps sin límites y audios de voz. Así puede estar horas. Incluso te puede llegar a decir que ya ha hablado con alguien cuando, en realidad, ha chateado con esa persona y sabes de sobra que lo último que va a hacer es levantar el teléfono y llamar. Como mucho publicará un audio en streaming en sus redes. Sí, así se comunican muchísimos jóvenes. La mayoría. Lo de las llamadas telefónicas empieza a formar parte de otra generación. Pero ¿por qué pasa esto?

Para el psicólogo José Gómez lo que hay detrás es «una disminución del uso de la palabra directa con alguien» y una «hipervaloración de la imagen». Cree que ahora «la gente habla menos directamente» porque «hacen más uso de aparatos que mediatizan la comunicación». «Yo me sustraigo de la conversación, pero mando señales de que estoy aquí», explica. Y considera que tiene un efecto negativo a la hora de afrontar situaciones en la que es necesario hablar con alguien cara a cara y dar explicaciones: «Tiene consecuencias hasta el punto de llegar a situaciones tan paradójicas como cortar una relación de muchos años mediante un wasap, en lugar de intentar entenderse mutuamente. Porque la única manera de entender a una persona es usando el instrumento de la palabra. En este caso, lo que hago es entrar en cortocircuito, y esa situación la desbarato, la corto mediante el uso de un wasap o un aviso de que te bloqueo de mis redes sociales...».

En ese sentido, Gómez afirma que existe «cierta cobardía de estar frente al otro». «No enfrentado, pero sí intentando dar cuenta de tu posición o entendiendo las razones del otro». Además considera que el simple hecho de dar el número de teléfono a un conocido para establecer una comunicación más directa entre dos personas puede verse como una invasión de la privacidad que, paradójicamente, contrasta con otras situaciones: «A los de mi generación les resulta chocante que haya cosas que no formen parte de lo más íntimo, sino que se aireen en las redes sociales. Si yo lo cuelgo, evidentemente lo que estoy haciendo es aireando parte de mi intimidad sin saber muy quién va a hacer uso de eso, y qué uso se va a hacer. Hay una cierta paradoja, por un lado, hay una pérdida de lo que es el valor clásico de la privacidad y, al mismo tiempo, una cosa tan normal como es llamar por teléfono se entiende como una especie de inmersión demasiado directa de lo que es su vida privada».

BOMBARDEO DE AUDIOS

Y algo similar ocurre con el «bombardeo continuo de audios» que se da a menudo, mientras «resulta difícil mantener algo tan normal como una pausada conversación»: «En lugar de mandarte quince audios en media hora, hablo contigo cinco minutos y puedo expresar mejor lo que quiero decir. Por eso, está devaluado el uso de la palabra».

Para mejorar precisamente la comunicación verbal, Gómez aconseja a los padres que les transmitan a sus hijos «con la práctica, sin hacer críticas ni declaraciones de intenciones, el valor de la palabra», la importancia de hablar con el otro para entender qué piensa y comunicar mejor lo que se quiere decir: «El lugar del cambio es la familia, donde se le dé valor a la palabra, se use y se aprecie», concluye.

Por su parte, la psicoterapeuta Kristina Piotrowski ve en este nuevo comportamiento una consecuencia del uso de las tecnologías y del hecho de estar haciendo muchas cosas a la vez: «Mientras chatean están haciendo una tarea o viendo la tele. En cambio, una llamada telefónica implica una atención plena en ese momento. Entonces, tal vez ellos han aprendido un poco a recurrir a la tecnología para hacer varias cosas a la vez. Son nuevas formas de comunicarse», aclara. Y reconoce la paradoja que se da en los jóvenes al considerar que se invade la privacidad a la hora de hacer una llamada mientras que, en cambio, exponen su vida en las redes sociales. «Cuando te relacionas a través de mensajes y no sales a la calle a hablar con otros chicos o chicas, si no sientes esa necesidad de comunicarte, ahí sí tendríamos una alarma. Pero mientras sientas esa necesidad, y al final salgas y tenga amistades y converses...», cree que no debería suponer un problema. Aunque advierte de los riesgos que pueden darse cuando se producen discusiones a través de WhatsApp o de grabaciones de audio: «Son más impulsivos a la hora de responder o te bloquean y puede provocar situaciones de bullying porque no es un trato personal, sino mucho más público. Cuando hay una situación conflictiva nunca se debe contestar por mensajería de texto, ni por wasap ni por redes. Si tienes un problema con alguien no respondas a la ligera, piensa bien, respira. Esto habría que trabajarlo también desde los coles y desde foros y hablar de este tema con los adolescentes. Analizar cómo nos estamos comunicando y dónde están los problemas».

CAMBIO DE PARADIGMA

Por su parte, la psicóloga Paula Pintos considera que es necesario «establecer una buena comunicación con uno mismo, que tiene que ver con estar cerca de lo que nos pasa, darnos cuenta de qué estamos sintiendo, para así poder establecer una comunicación sana con los demás», pero «todos tenemos necesidad de contacto y, a la vez, cierto temor a la hora de hacerlo». Explica que para hacer este ejercicio y «sentir lo que nos pasa» se requiere «cierto esfuerzo que no siempre estamos dispuestos a asumir». Y concluye: «Sí, estamos asistiendo a un cambio de paradigma en cuanto a las maneras de comunicarnos y, por consiguiente, a las maneras de establecer contacto interno». Pintos considera que hay una cierta tendencia hacia «la hipercomunicación, en detrimento de una comunicación real más directa». «Cuando hablamos con la persona directamente existe una implicación interna distinta que cuando lo hacemos vía WhatsApp, por ejemplo. No es que esté en contra de la aplicación, yo también la uso, pero puede haber cierto peligro en cuanto a la dosis y a dejar que su uso vaya cubriendo espacios que pertenecen a otro tipo de necesidad comunicativa», indica. En ese sentido, indica que «puede estar cubriendo una necesidad de contacto, cariño físico o afectivo a través de la cantidad de contactos que pueda establecer, en lugar de asumir el riesgo que implica satisfacer sanamente mis necesidades en la vida». Y añade que «así funcionarían resumidamente las adicciones. Confundimos o despistamos la necesidad real y la llevamos a otro plano, desde el que nunca nos saciamos haciéndonos dependientes en diferentes grados». Además, señala que «quizás desde ahí podamos entender las dificultades de los adolescentes a la hora de comunicarse o hacer una simple llamada de teléfono», porque «comunicar nos implica en diferentes grados. Y a veces, es más sencillo establecer gran cantidad de contactos que un solo contacto real». Por eso recomienda reflexionar sobre «qué necesidad estoy cubriendo en mi manera de usar las aplicaciones y redes». Y no olvidarnos de que todos «necesitamos espacios donde encontrarnos, tocarnos, reconocernos, sincerarnos y acompañarnos».