Su vida se partió en dos, como su vértebra. Ante un «masivamente dañada», él se volvió masivamente rebelde. Cisco García le plantó cara a la vida, decidió jugar el partido y hoy, casado y con un niño, es uno de los mejores en todos los sentidos. En su cuenta de Instagram (@Ciscogarve) nos descubre a diario todo un ejemplo de superación y valentía.
09 may 2020 . Actualizado a las 23:30 h.Cisco tenía la mejor vida que se podía tener, la que él mismo se había construido. Trabajaba como abogado, vivía solo en Córdoba, tenía novia, en invierno practicaba snowboard, en verano, wakeboard, viajaba mucho... No paraba. Pero el 28 de diciembre del 2015 un salto, un mal salto, lo cambió todo. Tenía 33 años. Y en milésimas de segundos, su vida saltó por los aires.
-Un salto más, no intentaste ni una pirueta ni un truco ni nada. ¿Qué falló?
-Era un salto que yo ya había hecho otras veces, un salto grande, pero hacía muchos de esos. No, no intenté ningún truco porque era al principio del día, y ahí sueles dar varios saltos para coger un poquito el truco. Pero ese día entré más confiado, despistado, iba demasiado rápido y perdí el control. Además, llevaba una tabla nueva, que solo había usado tres o cuatro veces, y el gran fallo también fue que apenas había nevado, si la nieve no hubiera estado tan dura, no hubiera sido tan grave.
-Te caes, te despiertas. ¿Qué es lo primero que se te pasa por la cabeza?
-En ningún momento pierdo el conocimiento, recuerdo perfectamente cómo caigo contra el suelo y cómo reboto de la violencia. Un dolor brutal, a mí se me movió la vértebra unos dos centímetros, pero el dolor pasa a un segundo plano, cuando intento levantarme y no me puedo mover. Eso ya es un drama, porque sé lo que ha ocurrido perfectamente: me había lesionado la médula. Viene un helicóptero, me sedan, y ya no me acuerdo de nada. Me despierto en la uci después de la operación.
Se despierta en la habitación del hospital de Innsbruck, en Austria, con las montañas nevadas en el horizonte. «Pensaba: ‘Ayer estaba ahí, haciendo snow, saltando, y hoy no me puedo mover. Uf, eso era duro».
-¿Cómo te despiertas?
-Al principio estaba adormilado por la anestesia, pero recuerdo una agonía muy grande porque sabía lo que había ocurrido. Sabía que me había destrozado la vida. Yo creía que la vida en silla era mucho más miserable de lo que luego he visto que es. Es una vida más sencilla de lo que crees y lo llevas bien. Pero en ese momento pensaba que me había destrozado la vida. Lloraba, dudaba mucho, preguntaba por Raquel -su novia en aquel momento, ahora su mujer-, por mi familia...
-¿Les das tú la noticia?
-Los llaman mis amigos. Mi hermana y Raquel se vinieron enseguida para Austria.
-¿Cómo son esos primeros días?
-Estoy diez días en el hospital de Innsbruck, los primeros dos o tres en cama sin poder moverme. Lo más duro que recuerdo eran las noches. Me despertaba y no podía moverme. Estaba incómodo. Llamaba a la enfermera y venía el celador y me movía, pero claro: ‘Si yo hace dos días estaba saltando, ¿cómo he acabado así? ¿Qué pesadilla es esta?‘. A los cuatro días me sentaron, porque al principio te mareas, pierdes el equilibrio, y me empezaron a hacer ejercicios.
En el documental Massive rebel, en el que Cisco cuenta en primera persona lo que le pasó y cómo lo ha afrontado, se refleja su gran capacidad de superación cuando apenas habían transcurrido unas horas del fatal accidente. «Sabía que iba a necesitar mis brazos más que nunca, y si arreglar la médula no dependía de mí, prepararme para la nueva vida sí», confiesa.
-¿Cómo a los cuatro días se puede tener esa actitud?
-Es verdad que nunca llego a estar tan mal como te podrías imaginar. A mí antes de lesionarme, me dicen que me pasa esto y creo que estoy todo el día llorando durante seis meses. Era una montaña rusa de emociones, me despertaba triste, lloraba, pero luego me venía arriba. Comíamos pizza, jugábamos, no tengo mal recuerdo de esa época, tenía la esperanza de que podía salir de esa.
-A los días diez te trasladaron al Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. Ahí te das cuenta de que la cosa es grave.
-Sí, es un punto de inflexión. Hasta ahí tenía esperanza, y a veces euforia, de que podía recuperarme. Pero cuando un celador me dice: ‘Vamos, te voy a enseñar el gimnasio‘. Me lo imaginaba como el de toda la vida, y no, era un sitio gigante, lleno de grúas para mover a los pacientes, y la realidad me golpeó en la cara con fuerza. Dije: ‘Esto es un lío mucho más grande del que te puedas estar imaginando‘.
-¿Qué te decían los médicos?
-El médico que me operó en Innsbruck me dijo literalmente: ‘Tu médula está gravemente dañada‘. Cuando ve las vértebras dos centímetros movidas, sabe que es grave, pero me dice que hay que esperar tres meses, que la médula está inflamada por el golpe, y que hay gente que luego vuelve a andar, no a correr obviamente. Yo recuperé. A mí la lesión me baja de la barriga a la cintura, recuperé los abdominales y las lumbares, pero no más.
—Tu buena forma física juega a favor.
—Fue clave para la terapia ocupacional. Nos enseñaban a vestirnos, a desnudarnos, a subir a la cama, que es muy difícil... Yo me hice independiente muy rápido porque estaba en forma. Fue muy importante la fuerza en los brazos y estar delgado, no tener que mover muchos kilos. La gran obsesión es valerse por uno mismo.
—¿Cuándo eres consciente de que no es reversible?
—Yo iba todos los días a rehabilitación como un jabato, hacía muchísimo porque creía que podía recuperarme. Tenía la esperanza. Estás todo el tiempo mirándote las piernas, los pies, los miraba unas 20 veces al día, a ver si empezaban a moverse. Pero en Semana Santa, nos fuimos a la playa y vi que no avanzaba más, me di cuenta de que iba a ser de por vida. Fue un momento duro.
—Pero de nuevo te vienes arriba.
—A mí la tristeza o el enfado me dura siempre poco. Me rehago rápido. Estar triste es un sentimiento normal cuando te pasan cosas malas, y hay que estarlo, pero no puedes regocijarte. Puse el foco en lo bueno e hice una huida hacia delante, que es lo que a mí me ha salvado. Empecé a hacer muchas cosas, intenté llevar la misma vida activa que a mí me había hecho feliz. Salía mucho a la calle, los fines de semana me iba a Madrid, discotecas, restaurantes, a la playa, me adapté el carné de conducir para salir del hospital conduciendo, cambié el coche por uno automático... Quise hacer todo muy rápido. El miedo siempre estaba ahí. Yo cada vez que salía a la calle pensaba: ‘A ver si me voy a caer, no voy a poder subir un bordillo o me va a mirar la gente’... Pero hay que enfrentarlo, yo lo hice rápido. A mí me ayudó ser valiente y no pensar mucho.
—Y retomaste tu vida de antes.
—Sí, prácticamente es la misma. Salgo del hospital en mayo. Los primeros dos meses me voy a vivir a Badajoz porque Raquel, que es médico, estaba trabajando allí, preferí acostumbrarme a la vida fuera de mi ciudad. Al principio no quieres que la gente que te vio bien, te vea sentado. Allí me acostumbré a todo, incluso a las miradas de la gente, a que te ofrezcan ayuda cuando no la necesitas...
—«Pensamos seguir aunque caigan bombas», publicaste junto a una foto en Japón ese verano. ¿Alguna vez pensaste que ese año te irías de vacaciones?
—La estancia media en el hospital es de siete meses, y todo el mundo le pide al médico estar más. Yo a los cuatro meses pido el alta voluntaria, porque necesitaba irme, empezar ya la nueva vida, y a los siete meses, cuando la gente sigue en el hospital, nos fuimos a Japón. Al regresar, vuelvo como un tiro. Llegamos al aeropuerto, cogí el coche, y aunque había dormido poco, iba entusiasmado. Dije: ‘Tengo partido, tengo que disfrutar la vida‘. Decidí ir a muerte, coger el toro por los cuernos.
—¿Retomaste tu profesión?
—Un tiempo, porque no lo puedes dejar de la noche a la mañana, retomé algunos asuntos. Estuve un año y pico hasta que el tenis empezó a coger importancia, y pude ganarme la vida. No podía compaginar, así que de momento lo aparqué, pero supongo que volveré en unos años.
—Hace tiempo decías que te veías en las olimpiadas, con un hijo y caminando con una muleta. No te equivocaste mucho.
—Siempre digo que nunca sabes lo que te espera. Si me dicen en el 2015 que no iba a andar en mi vida, hubiera dicho: ‘Estás loco‘. Hace unos años decía: ‘Igual en el 2020 estoy con un hijo, en las olimpiadas y andando con una muleta‘. El hijo está, hemos estado muy cerca de clasificarnos para las olimpiadas, y lo de andar, creo que va a llegar.
—¿Te ves caminando?
—Yo siempre que sueño me veo de pie, y Raquel el otro día soñó que íbamos caminando. No sé por qué, pero en los sueños siempre aparecemos de pie. Yo sí que me veo. Soy consciente de que casi toda mi vida la tendría que hacer con silla, porque aunque pudiera andar con muletas, me siento más cómodo. Pero no es lo mismo subir las escaleras a pie con la ayuda de la barandilla, que ahora que me tiro al suelo, las subo a brazos y hay que subir la silla.
—Aunque fuera un paseo.
—Andar, pasear o levantarme un rato para hablar con la gente a la misma altura. Creo que va a llegar, y no descarto andar bien, nunca sabes, no cierro puertas.
—¿Eres candidato al tratamiento?
—Ya estando en el hospital gestioné que me viera el médico que lidera el ensayo en el Puerta de Hierro, que por cierto falleció recientemente por covid-19. Me hizo las pruebas, porque si no hay continuidad entre las dos partes de la médula no puedes optar, y la mía tenía. No es una utopía, es una realidad cercana, conozco gente a la que ya han tratado. Va a llegar. Tengo fe en que me va a ir bien. No lo espero con ansiedad, porque si no no vives, pero llegará.
—¿Te cambió mucho el carácter?
—Sí, al principio mucho, porque pierdes toda confianza en ti mismo, crees que cualquiera por el hecho de andar es mejor que tú. Te vuelves retraído, tímido, yo era una persona muy inquieta y habladora, y perdí mi brillo en los ojos y mi risa. Luego recuperé, por suerte. Me dolía y pensaba: ‘Una cosa es que la lesión se lleve mis piernas, pero ¿que se lleve mi carácter?‘. En esencia soy el mismo.
—¿Echas de menos algo?
—¿Qué ha cambiado? ¿Que trabajaba de abogado y ahora no? ¿Que hacía snow y ahora no? Era mi pasión pero lo he cambiado por el tenis... Hago diferentes cosas, pero hago la vida que yo quería llevar: una vida trepidante, que a veces cae en gloria, triunfos y alegría, y otras veces en pena y cosas malas, que me siguen pasando. Pero es una vida inquieta. Yo me imaginaba haciendo sudokus en el parque. Solo hay una vida, no quiero pasarla sin pena ni gloria, quiero disfrutar y sufrir mucho también. Quiero vivirla, creía que en silla no iba a poder, pero sí pude. Desde que estoy en silla he ido a la India, Costa Rica, Panamá, Italia, Canadá... Estuve en Tailandia y monté en moto de agua, salté en paracaídas... Hay una frase que está muy manida, de que los límites están en nuestra cabeza, pero es real. Lo he comprobado. Decía: ‘¿Cómo voy a entrar en una discoteca con 100 personas?‘. Pues entras.
—¿Qué papel juega Raquel, tu pareja?
—Esa fue la parte más importante, que no solo estaba conmigo siempre, sino de qué manera. Nunca me ha hecho ver que estuviera por pena o lástima. Fue clave que no me tratara diferente, y a día de hoy, es la persona que más quiero, nos encanta estar juntos, nos reímos mucho...
—Instagram puede dar fe de ello.
—Es real. Ella dijo en una entrevista que incluso me quería más, porque con todo lo que había pasado, veía la vida que llevaba, y le daba orgullo, le enamoraba más.
—Hace poquito te volvió a cambiar la vida.
—Con Gonzalo. Era una de las grandes ilusiones que teníamos, tener niños. Con mi lesión se complicaba un poco, pero yo sabía que era posible, solo había que dar con el tratamiento. El primero no funcionó y el segundo fue perfecto.
—¿Familia numerosa?...
—Bueno, ahora somos tres, pero queremos tener otro. Aunque algunas noches me lo planteo... [risas].