«Somos el patito feo del comercio esencial»

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO

Oscar Vázquez

Julio Fontán atiende junto a su hermana el estanco de Canido. Forman parte de los negocios que siguen prestando servicio durante la cuarentena sin recibir los ánimos que sí cosechan otros sectores laborales

18 abr 2020 . Actualizado a las 01:32 h.

No protesta ni pide aplausos porque trabaja, como siempre, cumpliendo con su quehacer diario. Pero no deja de anotar el vigués Julio Fontán que los de su gremio, el de los estancos y expendurías de tabacos, a los que el Gobierno consideró sector esencial para seguir ejerciendo su labor durante el estado de alerta decretado por la pandemia del coronavirus, son «el patito feo del comercio esencial».

Los estanqueros se exponen igual que las cajeras y resto de trabajadoras de los supermercados, que los quiosqueros, las farmacias y otros establecimientos que reciben cada día a cientos de personas que acuden a estos locales para proveerse de lo que cada uno despacha. Vender tabaco tiene tan mala prensa como fumarlo, así que proveedores y consumidores están en el punto de mira de una policía de balcón que no dispara porque la ley frena esas balas. Al inicio del período especial, Julio se las arregló como pudo para protegerse de posibles contagios. «No teníamos nada, así que me monté un tenderete con el plástico para forrar libros y nos cubrimos un poco. Después se pusieron en contacto con nosotros los distribuidores de marcas como Marlboro o Ducados que nos ofrecieron pantallas protectoras y más tarde otros, como Distribuidora del Noroeste, empezaron a hacernos llegar también material como guantes o mascarillas», cuenta.

El estanquero ha optado para escudarse del virus, por un modelo de pantalla de acetato, lo que le permite seguir usando las gafas y respirar con menos agobio. A pesar de formar parte de los negocios que permanecen abiertos, ellos también notan una notable caída en las ventas. Por una parte, al encontrarse en una zona muy frecuentada para el paseo por los vigueses, su público potencial se ha reducido. «Por aquí hay alrededor de una decena de bares y restaurantes y nosotros somos los únicos que estamos abiertos», indica.

Por otra parte, el estanco, en el que también despachan prensa, es un punto de venta mixto oficial de Loterías y Apuestas del Estado, actividad esta que sí ha sido suprimida durante la alerta. «Una fuente de ingresos menos», lamenta el profesional, que recuerda que en los primeros días de esta situación anómala en la que se bordeó la histeria colectiva, se produjo una avalancha de compras de tabaco, por cartones, que en poco tiempo se normalizó. Julio explica que también ha notado cambios en las costumbres de los compradores, «como han cambiado, ahora despachamos marcas que a lo mejor antes no se movían tanto y por otra parte, también notamos que el tabaco de liar, que tuvo un bum muy importante, parece que ahora no sale tanto. Quizás porque la gente prefiere tocar las cosas lo menos posible», imagina.

Entre las novedades de la situación de confinamiento, el estanco de Canido también se ha convertido en un salvavidas para muchos alumnos sin impresora en casa. «Nos mandan por correo electrónico cantidad de documentos que necesitan para seguir con los estudios», comenta.

El estanquero de Canido lleva casi toda su vida en ese entorno. Según cuenta, su padre, Julio, trabajó desde que tenía 17 años en la antigua fábrica de Tabacalera que había en la calle Velázquez Moreno y que luego se trasladó al barrio de O Calvario. Estaba en la sección de timbres, sellos y letras de cambio, un apartado que se ha ido separando de los estancos en los tiempos actuales, como los certificados médicos, los de penales, las pólizas o la declaración de la renta. «Quedaron desiertas varias plazas para regentar estancos y una de ellas se la dieron a él, aunque fue mi madre la que llevó el negocio y la que oficialmente lo tiene en propiedad», cuenta sobre sus progenitores, actualmente confinados.

Su madre abrió el negocio a finales de los años 60, pero no exactamente en el mismo espacio donde está ahora, sino en un local cercano, a escasos 200 metros, donde ahora hay un bar y en tiempos, una tienda de alimentación.

Aunque Fontán creció tras el mostrador, también dedicó buena parte de su vida profesional a la prensa, trabajando en un periódico en el que pasó por varios departamentos, «empezando por cortar teletipos», recuerda de esa etapa en la que también estuvo en ventas, distribución, recepción y lo que más le gustaba: fotografía. Julio sigue practicando ese arte, como hobby, y estos días cuelga en redes fotos de la playa para sus vecinos encerrados.

Desde 1968.  Dónde está

En el número 227 de la rúa de Canido, en la parroquia de San Miguel de Oia (Vigo).