
Los sistemas de observación electrónica se imponen en el sector entre quejas por tener que demostrar su inocencia
19 may 2025 . Actualizado a las 20:51 h.Hace unos años, hablar de embarcar un ojo electrónico a bordo de un pesquero causaba arrepíos al armador y a los marineros, recelosos de su intimidad e indignados por la falta de confianza de las instituciones pesqueras. Pero con las nuevas exigencias comunitarias e internacionales —que imponen la observación en el caso de determinadas pesquerías y modalidades de flota— y las que están en camino con la entrada en vigor paulatina del reglamento de Control —cámaras a bordo de aquellos barcos con mayor riesgo de infracción— han acabado aceptado como mal menor enrolar a ese observador electrónico, que no come, ni duerme y ocupa un espacio menor que si tuviesen que embarcar científicos. Pero, además, han comenzado a mirarlo con otros ojos y a tenerlo más por aliado que por espía, pues ya no aprecian solo que esté vigilando que cumplen las normas, sino que les sirve como notario de sus buenas prácticas y del impacto real sobre las especies no deseadas y vulnerables, las conocidas como ETP (especies en peligro, amenazadas y protegidas).
Porque lo que registra ese observador electrónico son datos. Datos que sirven para montar un relato, al tiempo que sirve para desmontar otras narraciones en las que la pesca no sale tan bien parada. Fue algo que compartieron Eric Friedrich, director de Satcom Nautical (grupo Arbulu); Estíbaliz Martínez, directora técnica de Datafish; Paulo Lago, de la oenegé SEO Birdlife y el director general de Pesca Sostenible del Ministerio de Agricultura y Pesca, Ramón de la Figuera en una de las mesas redondas de la jornada Cantábrica, que la asociación Opescantábrico organizó en la isla de San Simón.
Comunicaciones como en tierra
Las comunicaciones a bordo, entre el barco y el exterior, han vivido toda una revolución con el desarrollo de la tecnología de alta velocidad y la democratización de las tarifas, de forma que hoy ya es posible tener conexión a internet con casi las mismas prestaciones en tierra —explica Friedrich—, lo que hace posible disponer de información en tiempo real. Y almacenar la anterior. Un conocimiento acumulado que permite saber que la flota del cerco, la de Opescantábrico, «en 600 días de observación solo registró dos interacciones», con un delfín y una tortuga, comentó Estíbaliz Martínez. Aparte de que también se dispone de pruebas de su «buena manipulación a bordo» a la hora de liberarlos. También se han monitorizado 1.130 días de faena con cacea y cebo vivo. En ese caso fueron tres las interacciones registradas, todas con aves.
Aves que, como dijo el representante de SEO Birdlife, ningún pescador quiere capturar, pero que caen accidentalmente en los aparejos. Lago defendió que llevar cámaras a bordo puede, además, reforzar el cumplimiento de la normativa, al tiempo que se recopila una información muy valiosa para la comunidad científica que permitirá legislar con más precisión. Inevitablemente, el ejemplo de las 87 vedas a todas las artes de fondo salió a colación como ejemplo de cómo la falta de datos —en este caso sobre la flota del pincho— arrastró a un arte selectiva como es el palangre de fondo al saco del arrastre y otros aparejos que no lo son tanto.
Por eso que, para la directora técnica de Datafish, es una «herramienta útil» que empezó a probarse en el palangre de superficie en el 2018 y en siete años se ha extendido a otros segmentos como el palangre de fondo, el arrastre y el cerco de litoral «de forma exponencial», dijo Martínez, porque se dan cuenta de que los datos valen. Porque «ayuda a desmontar la mala imagen del pescador y su mala praxis», abundó Fiedrich. También el director general de Pesca Sostenible resaltó el valor del dato frente al relato porque protegen «del relato positivo o negativo cuando no falso».
Desde el sector, a pesar de que comprueban la aportación de esa información que recogen, se revuelven contra el hecho de que se le esté obligando a demostrar su inocencia, recopilando unas pruebas que cuestan «dinero y esfuerzo», lamentó Miren Garmendia, directora de la guipuzcoana Opegui. «Se está haciendo complicado salir al mar. Lo que queremos es trabajar. ¡Déjennos pescar», expuso.
El reto de procesar un volumen ingente de información y usarla
Lo que ahora es exigido a solo un porcentaje de algunos segmentos de flota, donde la observación es un imperativo, va a ser obligatorio para determinadas embarcaciones a partir del 2026. Es en virtud de la entrada en vigor paulatina del reglamento de Control de la Pesca, que exigirá que embarquen cámaras de circuito cerrado de televisión a aquellas embarcaciones que presenten mayor riesgo de incumplimiento de normativas como la polémica obligación de desembarque (OD). Esa también puede ser una importante fuente de datos para demostrar lo que el sector lleva años denunciando: la inviabilidad de esa medida.
Ahora bien, esa ingente cantidad de información también supone un reto: la de procesarla y sacarle utilidad. «¿De qué vale tener tantos y tantos datos encapsulados?», preguntó Paco Teijeira, de Opromar, desde el público de las jornadas. Porque ahora la Administración dispone de un volumen ingente de información procedente de los diarios electrónicos de a bordo (DEA) de la flota y se da la paradoja de que, cuando hay que legislar o demostrar falta de cuotas, «resulta que no hay datos».
También Manuel Suárez, gerente de Acerga, expuso otro problema que atañe a los datos y es que, a veces, «no hay quien los tome en consideración». Expuso así el caso de su organización, donde hay barcos que tienen DEA y otros que aún emplean el de papel, por lo que han recopilado en una plataforma propia todas las interacciones habidas con aves y otros mamíferos marinos. Ahí están y «nadie los usa».