Manuel García: «En Terranova, un golpe de mar levou a un compañeiro de cuberta, e o seguinte tróuxoo de volta»
SOMOS MAR
Manuel García navegó en barcos de pesca, en mercantes, anduvo al marisqueo y a los trasmallos, tuvo una batea... No le quedó oficio por conocer en una vida en la que tuvo que ir actuando «segundo chovera»
23 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Teño 78 anos ; eu da Arousa xa non saio máis». Manuel García Cores lanza este órdago sentado en la parte de atrás de su casa: un huerto verde y bien cuidado en el que la sombra y la brisa que llega de la cercana playa de Abilleira son un antídoto infalible contra el aplastante calor de una tarde de julio. Manuel García nació en 1944 no muy lejos de allí, en O Campo, al otro lado del pequeño requiebro que el mar hace casi frente a la puerta de su casa. En su infancia, A Illa era una localidad en la que había ganado, tierras de labranza y un mar cargado de oportunidades de matar el hambre. Siendo un crío, ya había probado la dureza de «ir co gando» y hacer recados. «Andaba cos pés descalzos, pantalonciños curtos e sen camiseta, fixera frío ou fixera calor». A los doce años empezó a ir al mar, pero no guarda buen recuerdo de aquellas singladuras. «Traballaba moito: tocábame a min baldear o barco, irllle buscar a comida ao patrón, mesmo calzarlle as botas... E so me pagaban medio quiñón», dice Manuel.
Tenía 15 años cuando se marchó por primera vez a Venezuela. Cruzó el charco con la esperanza de huir de aquel hambre atroz que lo atormentaba y que algunas veces lo hacía «chorar por un anaco de pan». Pero con veinte años tuvo que regresar por un infortunio familiar, «e atrapoume Franco: tiven que facer dous anos na Marina», recuerda. Estuvo en Cádiz, fue enviado a Cartagena y allí se subió en un barco para escalar la costa de la Península con destino a Ferrol. A la altura de Cascais, recuerda, se levantó una tormenta terrible. «Ía unha flotilla, o noso barco era o último. Ata se nos deu por desaparecidos, porque non funcionaba nin a radio nin nada», recuerda Manuel, que asegura que esa fue «a peor na que me vin». Aunque también se llevó un buen susto en Terranova, cuando presenció casi un milagro: una ola se llevó a uno de sus compañeros de cubierta, y la ola siguiente lo trajo de vuelta. «Sobreviviu», recuerda un hombre que cree en Dios y en la Virgen del Carmen.
Pero no adelantemos acontecimientos, volvamos a los dos años en la Marina. «Cobrabas unha miseria, 82 pesetas», dice haciendo gala de una memoria excelente, que pone a prueba recordando todos los puertos que tocó durante su etapa de formación militar. También recuerda el viaje que realizó a Estados Unidos, a donde «fumos co dobre de tripulación porque iamos buscar un portaavións. Chamáballe TA 11, pero aquí bautizárono como Dédalo», relata.
Al acabar el servicio militar, Manuel se casó con una moza de A Illa y juntos se fueron a Venezuela. No estuvieron allí demasiado tiempo: «A ela non lle gustaba e cando naceu a filla maior, como xa tiñamos cartos para a casa, decidimos volver». En A Illa tocó buscarse la vida de nuevo. «Había bastante onde romper a cabeza e o corpo», dice. Durante un tiempo alternó los trabajos en el marisqueo con las campañas en barcos grandes: estuvo en el Gran Sol, en Terranova, en Mozambique pescando langostino... «Marchei de alí porque no barco no que ía o cociñeiro sempre estaba bébedo e non había que comer. E fame xa pasara moita», relata. Ahí dio un giro a su vida y puso rumbo a puertos europeos. Estuvo una temporada trabajando en mercantes alemanes, en los que recorrió toda América y toda Europa. Conoció tantos países que si los marcase en un mapa «ía haber zonas que non se verían de tanto punto». Y tras todos esos viajes, dice, «o sitio que máis me gusta, o sitio no que máis contento me sinto, é na Illa da Arousa». Una localidad que cada verano recibe tal marea de veraneantes que hay quien bromea con la posibilidad de que la isla se vaya a pique. «Non vai, non. Ten boa cimentación e bos rizóns», asegura.
Antes de echar el ancla aquí, Manuel hizo una parada más en Holanda, donde trabajó como tubero en unos astilleros. Acostumbrado a la faena dura, a las largas jornadas en el mar, sin dormir lo necesario, el isleño «nunca dicía que non, sempre estaba disposto», por eso a sus jefes les costó trabajo dejarlo marchar cuando decidió volver a casa. De vuelta a Abilleira, para poder llevar su propio barco tuvo que «agachar a cabeza e sacar o título de patrón, que non o tiña». Lo hizo, y con el Tranquilo y una tripulación formada por tres hombres, pasó muchos años trabajando a los trasmallos en la ría de Arousa. «Logo comprei unha batea cun socio, pero pronto quedei eu so con ela». La trabajaba con su mujer y sus hijas hasta que decidió vender el barco y la mejillonera y tomarse un respiro más que merecido. «Eu tiven que ir facendo segundo chovera. A min a vida deuma ir para Venezuela; ao mar tiven que aclimatarme».