Siglos de pintadas de turistas en monumentos como la Catedral: «Se conservan inscripciones del XVIII diciendo: "Lord 'nosequé' estuvo aquí"»
VIVIR SANTIAGO
Tanto los flujos masivos de peregrinos como el impacto de las redes sociales hacen que, cada vez que aparece una nueva inscripción en la zona monumental de Santiago, se viralice: «La idea de dejar memoria allá por donde uno pasa ha existido siempre. Lo que sí, nunca tuvo el peligro potencial de ahora»
25 ago 2024 . Actualizado a las 22:29 h.¿Qué pasa con las pintadas en el casco histórico de Santiago? Desde que comenzó el verano, no hay semana en la que no se viralice alguna inscripción en las piedras que forman la zona monumental. Hechas por visitantes con bolígrafo o rotulador dejan constancia, en su mayoría, de que el autor estuvo en ese lugar. El suelo del Obradoiro, los caballos de la Praza de Praterías o la fachada del Colexio de San Xerome han sido focos recientes para estos ataques contra el patrimonio histórico. Pero, ¿es realmente una tendencia nueva? «La idea de dejar memoria allá por donde uno pasa ha existido siempre. Lo que sí, nunca tuvo el peligro potencial de ahora».
Habla Miguel Ángel Cajigal, historiador del arte y de la arquitectura conocido en redes como El Barroquista. «Es típico dejar los nombres arañados con una llave o con cualquier objeto puntiagudo. En los monumentos gallegos que no han tenido demasiada vigilancia es raro no encontrar alguna inscripción», explica el divulgador. Como curiosidad cuenta que, en Santa Sofía de Constantinopla, hay grafitis de vikingos que pasaron por el lugar y dejaron su marca. «Son interesantes porque documentan su paso», dice. Eso sí, explica que, para comprender los ataques al patrimonio desde una perspectiva histórica, hace falta relacionarlos con otra variable: el turismo.
Habla de los siglos XVIII y XIX, cuando los hijos de las buenas familias inglesas recorrían Italia y Grecia en el Grand Tour. También de Egipto, destino de los primeros franceses. «Si vas a los monumentos más famosos, están llenos de inscripciones. De esa época, se conservan algunas que dicen: “Lord nosequé estuvo aquí”», expone el historiador gallego. Para él, una vez entran en juego las leyes de conservación del patrimonio, el problema es una cuestión de volúmenes. «Las paredes del Coliseo, por ejemplo, son el resultado de dos siglos haciendo grafitis. Aún así, pertenecen a períodos en los que viajaba muy poca gente en comparación a la que lo hace hoy en día. Si ahora se tolerase, se podría llegar a cubrir en cualquier momento. Antes, la gente viajaba por necesidad. El modelo turístico tal y como lo conocemos es un fenómeno muy reciente», continúa.
Lo certifican las cifras de visitantes. Recientemente, La Voz contaba cómo en un día corriente de agosto 4.023 caminantes acudían a la Oficina de Acogida al Peregrino para sellar su compostela. En siete meses, fueron 302.492 las personas que lo completaron, un 14 % más que hace un año. El 2024 apunta a otro récord: solo un descalabro evitaría que no se superasen los 446.077 peregrinos del 2023. Las cifras llaman la atención al compararlas con las registradas en décadas anteriores. Tirando de hemeroteca, se puede comprobar que en el año santo de 1993 obtuvieron la certificación 99.436 personas. En el siguiente Xacobeo, 1999, fueron 154.613, y en el del 2004, 179.944. En el 2010, Santiago recibió a 272.412 peregrinos, cifra que, por aquel entonces, se describió como un récord histórico.
¿Están los edificios preparados para este nivel de turistas? «Las construcciones nunca estuvieron preparados para este flujo. Ningún monumento europeo ha recibido los volúmenes de visitantes que están recibiendo. Ahora, algunos edificios europeos establecen un aforo para controlar a la gente que entra. Se soluciona con un control de entrada en la puerta, pero ¿en una ciudad histórica cómo vas a vigilar a la gente que anda por la calle?», reflexiona el historiador.
Para El Barroquista, las agresiones al patrimonio son cosa de unos pocos. El problema es que, cada vez, hacen más ruido. «Si antes una minoría eran dos personas, ahora lo son treinta. Igual, dentro de diez años, serán cien», reflexiona Cajigal.
Piensa que el turismo encierra una paradoja. Por una parte, que los monumentos no están preparados para albergar semejantes flujos de personas. Por otra, que el hecho de que tanta gente haya estado en un mismo sitio influye en la sensibilización con el patrimonio. «Los monumentos pasan a ser una cosa cercana, no abstracta, y hasta cierto punto se establece una conexión. Si yo he estado en la Catedral y me entero por las redes de que un señor de no sé donde ha hecho un grafiti, me molesta. Dices: “Yo estuve ahí, me encantó ese sitio y forma parte de mi bagaje personal, pero no hice pintadas y contribuí a su conservación”. Es más fácil que eso suceda ahora», reflexiona. Habla del incendio de Notre Damme, que supuso una ola de solidaridad sin precedentes «porque todo el mundo que va a París la visita». «Es como si te enteras de que han vandalizado un castro cualquiera. Dices: “Ah, pues muy bien”. Sin embargo, si es el castro de Santa Tegra, cambia la cosa. Ese ya no, porque he estado ahí y lo conozco», continúa. Para poner un símil, habla de la «policía de balcón» de la pandemia: «Decías: “Yo estoy cumpliendo, mirando por la ventana sin salir de mi casa, y el vecino está fuera paseando al perro”».
Para abordar el punto, además del volumen de turistas, también hay que tener en cuenta el poder de las redes sociales. «Probablemente, haya menos personas haciéndolo. Yo creo que a día de hoy hay más gente concienciada, pero que el incívico llama más la atención. Hace diez años, una pintada en la Catedral no sería tan impactante como lo es hoy en día», reflexiona el historiador. Piensa que, desde aquella famosa pintada con la palabra Kiss en una escultura de la fachada de Praterías —en el 2018, cuando las redes sociales ya eran el día a día—, todos los actos de vandalismo en el patrimonio han sido noticia. Además de inscripciones, habla de otras prácticas «nuevas», como colgar candados en las verjas o dejar residuos —pulseras o collares de plástico, por ejemplo— en las inmediaciones de los monumentos.
La pintada de Kiss, por ejemplo, poco tiempo tiempo tardó en limpiarse. Aunque los restos de pintura se puedan eliminar de la superficie visible, Cajigal alerta de que «cualquier daño al patrimonio es irreversible». «Pintar sobre una piedra de granito con un rotulador deja consecuencias que van a durar para siempre. Lo que se puede hacer en la restauración es minimizar efecto y aspecto, pero la tinta que penetra en la piedra se va a quedar dentro. Con el paso del tiempo, por ejemplo, puede desencadenar que esa piedra se deteriore antes que una que no se vandaliza», sentencia.