La Praza Roxa de Santiago tiene su propia embajada venezolana: Le Mans

Patricia Calveiro Iglesias
Patricia Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

XOAN A. SOLER

Evelin elabora, siguiendo la receta tradicional, las empanadas que tanto gustan a los estudiantes

14 oct 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace tres años, José Manuel Mallón y su hijo dejaron atrás toda una vida. Al poco tiempo, lo hacía también su mujer Evelin Lara junto a su otra hija. De padre gallego, Mallón cuenta que «nos vinimos de Venezuela toda la familia, huyendo de allá». Con parientes en Santiago, les ayudaron a agarrar el bar que dirige desde hace un par de años, Le Mans. Atrás quedaron los tigres rabiosos que fueron su especialidad, copiando el modelo con el que su primo triunfaba con los peregrinos de la rúa do Franco en El Trafalgar. Sus raíces acabaron brotando. Y su terraza, en la Praza Roxa (el epicentro mismo de la vida en el Ensanche), se ha convertido en una especie de embajada venezolana. Lo es, en primer lugar, por su comida. «Hacíamos empanadas para nosotros y decidí, con mi esposa, ofrecerlas para desayunar y cenar. Son con carne mechada, como deshilachada, de pollo y queso latino, el auténtico. Me costó conseguir uno que aguantara la candela y se derritiese sin ponerse aceitoso», dice José Manuel. Aunque tienen contratada a una cociera, Evelin se encarga personalmente de las empanadas y puede hacer más de 60 al día. Y, si se acaban, le toca doblar jornada: remangarse y ponerse a hacer otra remesa. Es el inconveniente y la ventaja de vivir encima de tu propio negocio. El caso es que aquí las empanadas no fallan. «Nos costó introducirlas», recuerdan, pero se han convertido en el plato estrella y de los preferidos por los universitarios. «Vienen muchos. De 22 mesas, 19 son de estudiantes, y les gusta la comida contundente», afirma el empresario, apodado El Guaro (o, lo que lo mismo en su país de origen, el muchacho). Es raro que un venezolano que visita Santiago no acabe en Le Mans. Incluso sin conocerlo, alguien le acaba dirigiendo a esta segunda patria en Compostela, cuentan orgullosos. También hay muchos venezolanos que llevan años en Galicia y, cuando se encuentran con los sabores de su infancia, se emocionan. Cachapas, quesillos, tequeños... ¿Y de beber? Un Maltín o una Frescolita. «A una mujer se le saltaron las lágrimas. Me dijo: ‘¡Qué recuerdos! Me hiciste acordarme del colegio'», comenta José Manuel.

La ingeniera informática Sabela Ramos Garea, en una imagen cedida
La ingeniera informática Sabela Ramos Garea, en una imagen cedida

Premio Ada Byron

El Colexio Profesional de Enxeñaría en Informática de Galicia (Cpeig) ha otorgado el Premio Ada Byron a la padronesa Sabela Ramos Garea. Lo anunciaron ayer, coincidiendo con el Día Internacional Ada Lovelace, dedicado a la británica considerada la primera programadora informática de la historia y durante el que se ensalzan los logros de las mujeres en el mundo de las ciencias para motivar a las nuevas generaciones a romper la brecha de género. Sabela es claro ejemplo de que ellas pueden llegar a lo más alto. Doctorada en la UDC, obtuvo una bolsa posdoctoral en Zúrich y decidió entonces dedicarse a algo que tuviese impacto en la vida real. Trabajó tres años en YouTube y actualmente lo hace en Google Research, en Suiza. La padronesa, además, forma parte del colectivo Google Women in Engineering, que estimula la presencia femenina en el sector de las TIC. El premio se entregará el día 30 en Santiago, durante la Noite da Enxeñaría en Informática de Galicia, una gala que acogerá el Hotel Oca Puerta del Camino y que este año reunirá presencial y virtualmente a las empresas más destacadas del sector a nivel autonómico.

IRENE MARTIN

Un jubilado muy activo

Es puro entusiasmo y determinación. José Antonio Cajaraville, profesor de Matemáticas jubilado de la USC, es de los que hace caminatas a pesar de su artrosis lumbar, pero últimamente se ha pasado a la bicicleta eléctrica para poder intentar largos recorridos como el que hizo estos días desde Quiroga a Diomondi, pasando por Monforte de Lemos, donde se detuvo para comer. Fueron cerca de 60 kilómetros y no dejó de acercarse al mirador de Cabo do Mundo, un espectacular meandro del Miño a su paso por la Ribeira Sacra. Socio de Alumni USC, con los que hace el Camino de Invierno, el docente, natural de Lestedo (Boqueixón), exclamó al llegar a casa que se lo había pasado «pipa».