Las primeras veces tienen su terminología. Cuando te gustaba alguien en el colegio y por fin te atrevías a confesárselo, en los años ochenta te iniciabas en una pregunta que unía muchísimo: «¿Quieres ligarte conmigo?» Porque ligar pasaba de golpe a ser un verbo pronominal con una connotación de rollo interminable que molaba. A esa expresión se unía la declaración sincera del «Estoy por ti», que te situaba en un estado de enamoramiento total; y hace unos años incluso se estableció en el código juvenil el verbo papar para dar cuenta de la expresiva acción de comerse uno al otro: «¿Quieres papar?». En la gente común los flirteos se materializan en un lenguaje muy cuerpo a cuerpo en el que el yo y el tú tienden a enlazarse con claridad. No sé cómo será ligar con un rey, con un príncipe o con una infanta, ni cómo se dan esos primeros brotes verdes, pero cuando las relaciones caen por maduras, cuando llegan las separaciones en la familia del rey, las fórmulas se burocratizan para decir lo que no se quiere decir. Al «cese temporal de la convivencia» de la infanta Elena y Jaime de Marichalar (que ya se ve lo temporalmente infinito que fue) se suma ahora la «interrupción de la relación matrimonial» de Cristina e Iñaki, en esas reviravoltas que dan cuando se cuela una tercera persona: «Son cosas que pasan». Y sí, pasar pasan muchas cosas, que traducidas en el lenguaje de la calle es que se divorcian porque hay otra.