Miyazaki mata al padre

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto CRÓNICAS DEL GRAFENO

OPINIÓN

10 dic 2020 . Actualizado a las 11:26 h.

Está a punto de estrenarse en los cines la última película de Ghibli, el estudio de animación que lleva un cuarto de siglo -fue fundado en 1985 por Hayao Miyazaki, Isao Takahata y Toshio Suzuki- produciendo obras maestras, con muy pocas excepciones. En el 2001, El viaje de Chihiro marcó un hito al ganar no solo el Oscar en su categoría, sino también el Oso de Oro absoluto en un certamen tan prestigioso como el Festival Internacional de Cine de Berlín. A mucha gente le asusta este filme, que tiene una imaginación desbordante y un guion de fantasía basado en los espíritus de la tradición japonesa, pero que profundiza en temas como el paso de la infancia a la edad adulta, la contaminación ambiental o la crítica a la sociedad moderna. Y, por supuesto, con un dibujo de detalle y preciosista, con lo mejor del manga nipón pero muy natural, que juega con las texturas y el contraste entre los personajes y el paisaje con todos sus elementos reproducidos con una precisión asombrosa.

Es ese dibujo lo que le ha dado fama a Studio Ghibli y a su principal impulsor, Miyazaki, desde que ilustraba series como Heidi o Marco hasta que en los 80 se pasó a hacer largometrajes. Y no es fácil: implica hacer todo a mano, contar con una nómina fija de ilustradores y emplear miles de horas -y millones de yenes- en cada secuencia. Pero el resultado está ahí y es difícil elegir entre joyas como La princesa Mononoke, El castillo ambulante, Susurros del corazón, Pompoko, Mi vecino Totoro o El cuento de la princesa Kaguya.

Miyazaki intentó retirarse hace siete años (tiene 79), pero regresó y está preparando una nueva película que no llegará hasta el 2023. Mientras tanto ha cedido los galones del estudio a su hijo Goro, al que no se le ha ocurrido otra cosa que hacer animación en 3D, que es muy respetable, pero Ghibli no es Pixar. El trailer de Earwig y la bruja ha contrariado a los fans del estudio, que lo ven como una traición del hijo al padre. En Chihiro ya se había experimentado con la animación por computadora y el uso de programas como Softimage, pero a la postre se impuso el dibujo a mano. Goro Miyazaki se escuda en que es la única forma de mantener la supervivencia económica del estudio. El dinero, al final, lo estropea todo.