Nicolás, diagnóstico de España

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

25 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Ese chico conocido como «el pequeño Nicolás» se ha convertido en un hecho cultural en el sentido que decía aquel ministro felipista de los horarios de la Renfe: «da tema de conversación a la gente». Y mucho más, querido ministro: da para entrevistas de portada y larguísimas entrevistas en televisión. Como fenómeno mediático ha sustituido a Pablo Iglesias en el parlamento catódico del fin de semana. Y como éxito de audiencia lo supera: el programa Un tiempo nuevo, en el que tuvo su estelar actuación, duplicó su audiencia respecto al sábado anterior.

Escribí algo sobre este tipo cuando se descubrieron sus andanzas. Entonces me suscitaba alguna admiración: la misma que suscita el Lazarillo, porque este muchacho es una especie de pícaro de otro siglo trasplantado a nuestros días. Con una diferencia: los pícaros del Siglo de Oro se conformaban con comer y este llegó a creer que puede manejar el Estado, que es una especie de enviado que podría paralizar la querella contra la infanta y, ya metido en megalomanías, que podría resolver el conflicto catalán. No se anda con menudencias. Ahora, después de conocer cómo cuenta sus hazañas, se me ha convertido en un diagnóstico de este país.

Estamos, en efecto, en la España de Nicolás, con cuatro evidencias imprescindibles para analizar su caso.

Evidencia primera: si en España hueles a poder, se te abren todas las puertas. Este tipo se inventó una personalidad basada en fotos con ilustres, agenciarse teléfonos de personalidades e inventar relaciones con altas magistraturas, y se le abrieron los más altos despachos en las más importantes empresas, como ejemplo de sumisión al poder político. Basta citar a Soraya para que te traten a cuerpo de rey.

Evidencia número dos: en cuestiones de seguridad, y en un país de serias amenazas terroristas, un imberbe con osadía puede colarse en el balcón del PP en noche electoral, en el acto de proclamación de un rey o al lado de Alberto Contador en la casa consistorial de Pinto. Lo raro es que no se haya hecho una foto en la tribuna del desfile militar del 12 de octubre. Será que no se lo propuso.

Evidencia número tres: la acompañan la torpeza oficial y los errores ajenos. Hay que tener mucha potra para que te detenga precisamente la brigada de Asuntos Internos para que el tal Nicolás parezca del CNI. Y hay que tener pachorra de juez para que decrete secreto sumarial y no lo haya levantado todavía. Eso alienta la teoría conspiratoria de quienes difunden que detrás de ese audaz aventurero hay gente muy gorda.

Y evidencia número cuatro: algo le pasa a un país cuando tanta gente se deja engatusar por un canapero embaucador y cuando el poder político es incapaz de apartarlo de la circulación.