Es posible que Artur Mas no consiga fundar ese Estado independiente que, de acuerdo con las cuentas de la lechera, debería ser «el tercero más rico de la UE». Pero los catalanes van a heredar de él una nueva efemérides conmemorativa, integrada en esa historia inventada que les permite creer que son lo que no son, que vienen de donde no vienen, que tienen un pedigrí que por aquí -puros palleiros- no tenemos, y que los colonizó una potencia ruda, brutal y extranjera, llamada Castilla, que solo peleaba por la comida.
Lo malo del 9-N no es lo que suceda ahora, sino la tabarra de las ofrendas florales que viene detrás, el cabodano perpetuo por el derecho a decidir, y la eterna y autista reivindicación de una consulta impropia que nadie convocó y cuyo resultado nadie garantiza. Si viviese Cicerón -¡qué bien nos vendría!-, no tendría reparo en calificar todo esto como una «gravissima corruptio». Y, teniendo en cuenta que lo que se corrompe es la democracia, estaría mucho más preocupado por esta trapallada -«corruptio optimi pessima»- que por esta cosecha de chorizos que nos tiene apabullados.
Claro que quien mejor intuyó y describió este episodio de nuestra historia, previsible generador de una diarrea de efemérides patrióticas, fue Evangelina Sobredo (1948-1976), más conocida por Cecilia, que haciendo gala de un tierno laísmo, y dando por sentado que las efemérides son más importantes que los hechos, describió este churro referendario con prodigiosa maestría: «¿Quién la escribía versos, dime quién era? / ¿Quién la mandaba flores por primavera? / ¿Quién cada 9 de noviembre, como siempre sin tarjeta, / la mandaba un ramito de violetas...?». Con solo recordarlo ya me saltan las lágrimas.
¿Y qué se puede hacer ante tanta estupidez? Pues no lo sé. Porque si Artur Mas no hubiese pagado la ORA, lo hubiesen multado con 15 euros, y hubiese llamado por el móvil -por si colaba- al guardia jurado, lo podríamos inhabilitar por seis años y un día, obligar a CiU a expulsarlo del partido con deshonor, y convertirlo ante la opinión pública en un ladrón y un sinvergüenza apestado. Pero como lo único que hace es no gobernar, contravenir el juramento que hizo como autoridad del Estado, dilapidar diez millones en una consulta ilegal, contravenir la Constitución, cometer continuos fraudes de ley, y poner en riesgo la integridad del Estado, la continuidad de sus políticas sociales y económicas y su prestigio y posición internacional, no creo que podamos hacer nada. Salvo rezar y ponerle una vela a Santa Rita, cuyo coste deberían pagar de su bolsillo los miembros del Gobierno, del Consejo de Estado, del Constitucional y del Supremo. Porque si ponemos la vela -0,75 euros- con dinero público, podríamos acabar todos en la cárcel. Porque sería malversación, y en eso a los jueces nunca les tiembla el pulso.