Roman Abramóvich, el pitido final para el gran oligarca ruso

MERCADOS

ABRALDES

Incluido por el Reino Unido en la lista de millonarios proscritos afines a Putin, el todavía dueño del Chelsea no podrá viajar al Reino Unido ni realizar transacciones comerciales o financieras con individuos o entidades británicas

13 mar 2022 . Actualizado a las 20:40 h.

Es, posiblemente, el magnate ruso más conocido y mediático de todos. Y lo es por su vinculación con el fútbol. Sí, ese deporte que mueve masas y que se cuela en la vida de todo el mundo. Incluidas las de aquellos a los que nos deja fríos. Seguro que no les hacen falta más pistas. Que les han bastado las palabras magnate, ruso y fútbol para saber de quién estamos hablando. De Roman Abramóvich (Sarátov, Rusia, 1966), por supuesto. El dueño del Chelsea. De momento, todo hay que decirlo. Porque lo quiere vender. Aunque ahora ya no se sabe si podrá o no hacerlo.

Y es que mucho se le han torcido las cosas al protagonista de estas líneas con la invasión rusa de Ucrania. El último revés: su inclusión en la lista negra de los oligarcas —que es como se les llama a quienes amasaron grandes fortunas a la sombra del poder en la Rusia postsoviética— rusos proscritos en el Reino Unido, la cuna del Chelsea de sus amores. Figurar en ese listado, que comparte con otros multimillonarios compatriotas, supone que no podrá viajar al Reino Unido ni realizar transacciones comerciales o financieras con individuos o entidades británicas. Todos sus activos en el país han quedado congelados. De ahí que eso de vender el Chelsea se le haya puesto cuesta arriba al mediático magnate. Y no solo el equipo de fútbol, también su mansión de 15 dormitorios en la exclusiva Kensington Palace Gardens, el ático de tres plantas en el Chelsea Waterfront de la capital y una larguísima lista de posesiones difícil de enumerar sin aburrirles. Que para algo tiene Abramóvich un vasto patrimonio, que el Gobierno británico estima en 11.200 millones de euros. «Es uno de los pocos oligarcas surgidos durante la década de los noventa que mantiene influencia sobre Putin, y ninguno de nuestros aliados había actuado aún contra él», es el argumento empleado por Downing Street para justificar el castigo.

Como seguro que de los éxitos cosechados en sus veinte años en el Chelsea lo saben ya todo, o casi todo, les cuento que no fue siempre el magnate de cuidada barba blanca, fama de tímido y mirada melancólica, tan famoso como lo es ahora. Ni mucho menos. Hasta 1999 casi nadie lo conocía. Ni siquiera había fotos de él en la prensa. Y eso que ya era el dueño de Sibneft, una de las grandes petroleras rusas.

Nacido en el seno de una familia humilde de origen judío, se quedó huérfano antes de cumplir los tres años. Lo criaron sus tíos y sus abuelos. A los 16 años dejó el colegio para trabajar como mecánico y hasta probó a labrarse un futuro en el Ejército Rojo. En el mundo de los negocios empezó vendiendo juguetes en los mercadillos. Y cuando Gorbachov dio vía libre a la iniciativa empresarial, fundó una compañía de juguetes.

Después, demostrando su gran olfato para el dinero, logró una licencia para exportar hidrocarburos y empezó a vender petróleo y gas, dos recursos al calor de cuya privatización se forjaron muchas de las fortunas de los oligarcas ahora perseguidos por Occidente, incluido Abramóvich, quien junto a su socio entonces y acérrimo enemigo luego, Boris Berezovsky, se hicieron con el 49 % de Sibneft por unos irrisorios cien millones. Sí, irrisorios, a la vista de todo lo que ganaron después. Berezovsky, feroz opositor a Putin, fue encontrado muerto en marzo del 2013 en la bañera de su mansión de Surrey, al sur de Londres. Eso, después de haber sobrevivido a varios intentos de asesinato, incluyendo una bomba que acabó decapitando a su chófer. Pero esa es otra historia.

.